Mantra ecológico

8435953365_4fe753f7b5_k

Recycle Reduce Reuse, by kevin dooley

    Ya, con la que está cayendo con la corrupción hablar de medioambiente y reciclaje puede sonar hasta a coña. En realidad, lo que simboliza es un botón de muestra más del engaño masivo al que tratan de someter desde arriba al ciudadano medio responsabilizando de todo -o de casi todo- al consumidor de a pie. Como la crisis, claro, porque quisimos vivir por encima de nuestras posibilidades. Y al fin y al cabo también en los contenedores se echan cosas corruptas y el plástico, al igual que las causas de los pobres, nunca prescribe.

     El caso es que se nos vende el reciclaje y la preocupación por el medioambiente de una forma la mar de apañá. Sólo falta que el gobierno de turno nos monte un spot con algo así como “el medioambiente somos todos” o “No uses plástico, que es muy drástico”.

     Y venga con las normativas europeas para acá, y venga con las leyes para allá. Como si las que no les interesan las cumplieran igual de bien. Por poner un ejemplo que viene a colación podemos hablar de la condena impuesta el año pasado a España por no haber garantizado que 30 vertederos existentes cumplieran los requisitos ambientales, o las múltiples denuncias internacionales por los recortes a las renovables y el famoso impuesto al sol que penaliza el autoconsumo. Pero claro, es que en el mundo no manda ni la UE, lo hacen las multinacionales, y las eléctricas son una de ellas.

     La última ha sido lo de tener que pagar por ley las bolsas de plástico ligeras en los supermercados. Directiva europea, insisten. El caso es que, una vez más, quien va a tener que pagar por las puñeteras bolsas será la clientela. Curioso, porque no prohíben tenerlas en las cajas y ofrecerlas a pesar de lo perjudiciales que son para el ecosistema, sino darlas gratis. Que no digo yo que esté mal que la peña deba traer la bolsita de su domicilio -a ser posible bolsa de tela-, que algo hace, pero pregunto yo: ¿será más dañina una puta bolsa de plástico que la amplia gama de productos envasados en plástico, envueltos en plástico, fabricados de plástico que caben en dicha bolsita y que van a seguir vendiendo en los supermercados como si tal cosa? Seguro que no, pero eso de prohibir ganar pelas a los grandes es harina de otro costal. Sigue leyendo

Sufrir sin dignidad

carne04

Empatía, por Luiso García

    Debatíamos hace poco en una reunión acerca del antropocentrismo, del especismo y del animalismo. Como era de suponer, habida cuenta de las propias definiciones que unos dicen y otros rechazan nos vimos avocados a hablar sobre un concepto tan etéreo como la dignidad. Posturas enfrentadas y difíciles de argumentar con la debida objetividad. Es como ponerse a hablar del aborto, de la felicidad o de los derechos humanos universales. Todos son temas morales y filtrados necesariamente por nuestra escala de valores y nuestra filosofía de vida, los cuales, a su vez, dependen de experiencias personales o una determinada sensibilidad.

    ¿Quién decide lo que es la dignidad, quién la tiene o si es algo que viene impostado de nacimiento? Recurro a la RAE, como suelo hacer, a ver si me aclara algo: cualidad de digno. Y echo un ojo a la palabra digno/a.

Del lat. dignus.

1. adj. Merecedor de algo.

2. adj. Correspondiente, proporcionado al mérito y condición de alguien o algo .

3. adj. Que tiene dignidad o se comporta con ella

4. adj. Propio de la persona digna.

5. adj. Dicho de una cosa: que puede aceptarse o usarse sin decoro. Salario digno, vivienda digna.

6. adj. De calidad aceptable. Una novela muy digna.

    Por si había dudas, ahora surgen más. Se pone uno a leer con detenimiento las definiciones y hay algo común a todas ellas: la dignidad parece depender en mayor grado de algún condicionamiento externo que decide que cierta persona u objeto es merecedor, tiene suficiente mérito o condición, o se adapta a determinada calidad. Difícilmente puede algo resultar más subjetivo. Sigue leyendo

«Vida y época de Michael K» (1983)

8557116063_def3bd1c16_k

Coetzee, by andesurvivor

Dicen algunos cual leyenda urbana sobre Murakami que en realidad siempre escribe el mismo libro, algo que no puedo corroborar porque ni he leído nada del japonés ni tengo próximas ganas. A lo mejor, más allá del repelús que pueda o no ocasionar determinado estilo, es un tema cultural, pues idéntico runrún rodea la obra del director coreano Hong-Sang-Soo, del que sí he podido gozar -al principio con determinado esfuerzo- varios de sus filmes. El caso es que acusar a los escritores y artesanos de repetirse quizá sea ser desconsiderados con la propia naturaleza humana; nosotros mismos cada vez que abrimos la boca para compartir con flema nuestras ansias y preocupaciones pudiera parecerle al resto que nos hemos comido una cabeza de ajos.

No puedo referirme al respecto al susodicho Murakami, pero sí a Dostoievski, Faulkner, K. Dick, Chandler, Thompson, McCarthy… cuyas fobias, neuras y obsesiones aparecen de manera harto recurrente en todas sus obras sin que por ello vayamos a lapidarlos o considerarlos faltos de originalidad.

Coetzee no ha de librarse de tal aseveración, pero si bien sus desvelos son comunes en cada libro de los que he tenido el placer de leer, su planteamiento y estilo son curiosa y extraordinariamente asimétricos: desde la narración habitual de ficción en “Desgracia”, pasando por el modelo epistolar en “La edad de hierro”, hasta la propuesta de la novela que nos ocupa con un empleo pulcro y nada indiscriminado de la tercera o la primera persona del singular y una incorporación muy habitual al texto, pero tremendamente ágil, del fluir del pensamiento. Sigue leyendo

Convencerse a uno mismo

for_a_guilty_verdict_by_brilcrist

For a Guilty Verdict by Brilcrist

     En todo ser humano suele existir una máxima -de capciosa utilidad y fervoroso aprovechamiento- que resumiríamos sin ambages al afirmar que las ideas propias nunca tienen necesidad de ser demostradas; sólo lo necesitan las de los demás. De este precepto atávico nace sin duda, con la potencia incontrolable de una catarata de cien metros de altura, la común celeridad del individuo a la hora de poner en entredicho la opinión de un semejante en medio de cualquier conversación. Tanto el grado de antagonismo con las opiniones personales como el nivel de conocimientos suelen ser directamente proporcionales a la probabilidad de comenzar el juicio moral.

      En estos casos tan habituales, lo de menos suele ser que la posición expuesta en primera instancia, sea contraria o sólo distinta, implique tácita o explícitamente un perjuicio para la libertad u opción de vida del opositor; o incluso que dicha idea o práctica no sea perjudicial en sí misma, o que hasta pueda partir de algunos argumentos válidos, porque parece ser que lo que de verdad está en juego es tener la razón. En definitiva, podríamos concluir que demostrar al otro que está en un error conlleva la gracia inclusiva de convencerse a uno mismo de que su forma de entender la vida, las relaciones, el mundo es la única viable o, al menos, la mejor. ¡Qué bien!, ¿verdad? Puedo seguir con mi vida sin tener que replantearme nada de nada.

     La cuestión se enreda bastante cuando es una amplia mayoría la que ostenta la verdad que otorgan determinados patrones socialmente asumidos y aceptados que tampoco necesitan ser demostrados pues, del mismo modo que un republicano en medio de una reunión de monárquicos comete blasfemia si se atreve a abrir la boca, una minoría siempre se encuentra en la coyuntura de que está en un error.

     Por mi parte, en el día a día y en concretos puntos de inflexión, prefiero que se piense que no tengo argumentos antes que convertirme en inverso adalid de lo que nadie parece tener la obligación de demostrar en sentido contrario. Podría jurar que nunca he iniciado un debate sobre estilos de vida a fin de defender mis posturas como si los demás estuviesen en un craso error de irremediables proporciones. Sin embargo, en mis generosos años como vegetariano, consumidor de productos de comercio justo y/o de origen biológico, defensor de la resistencia pasiva y la no-violencia… no logro entender como es posible que aún no me haya dado cuenta, a pesar de tantos argumentos en contra de mis opciones vitales, de que lo único que soy es un memo. Sigue leyendo