La «tradición» del «blackface»

Este año, por fin, hemos conseguido que, en los Reyes Magos que visitan la residencia de mayores en la que curro, no haya rey negro. No es racismo, claro, sino simple y llana posibilidad: son familias las que, desde hace unos años, se visten de sus majestades de oriente y reparten los regalos a las personas mayores. Un pito nos ha importado desde hace diez años romper con la tradición patriarcal y que, entre los tres magos, hubiera siempre, al menos, alguna mujer; este año han sido tres féminas las que se han vestido y representado con magnificencia dichos papeles estelares.

La tradición de Baltasar como persona subsahariana es más difícil de romper: se puede odiar a los negros todo el año y no querer verlos ni en pintura (nunca mejor dicho), pero el tercer rey (porque siempre, por los siglos de los siglos, va el último, lo mismo por ser negro) es el favorito de muches niñes, posiblemente hasta de les hijes de Abascal (Ortega Smith no tiene, menos mal), así que cuesta más verlo. Una mujer con barba no supone ningún trauma existencial en una cabalgata; ahora, poner a tres reyes de raza caucásica si no queda más remedio es peor que lanzar caramelos envenenados o con LSD desde las carrozas reales. Da igual, evidentemente, que esa supuesta tradición inmemorial y ancestral no lo sea tanto: hasta el inicio del colonialismo europeo (llamado eufemísticamente evangelización), a finales de la Edad Media, ninguno de los tres magos era de etnia negra; es más, ni en el evangelio de Mateo ni en el de Lucas, los únicos que hacen referencia a la visita de estos señores, se especifica su color de piel, que fueran tres y jamás se nombra su realeza.

Parece ser que las únicas tradiciones (aunque no lo sean tanto) que hay que respetar son aquellas con las que estamos de acuerdo, curioso, aunque se puedan dar imágenes tan paradigmáticas como las de este año en la cabalgata de Córdoba, donde la familia afrodescendiente de la imagen tendría que verse obligada a visionar el esperpento de un rey mago pintado de betún (a ver qué le explico yo a mis hijes, pensarían el padre o la madre, sobre este tipo con el cuello blanco y las manos embutidas en sendos guantes negros). Pero, claro, también debe de ser más importante e influyente esa tradición vetusta que afirma que a Baltasar lo eligen las peñas, entre sus miembros, y si en las peñas no hay negros, qué se le va a hacer.

Imagen de Cordópolis

Imagen de Cordópolis

 

Drapetomanía

     A mediados del siglo XIX, el médico Samuel A. Cartwright descubrió (nótense sendas cursivas) una enfermedad mental que sufrían los esclavos negros llamada drapetomanía. Consistía en que estos, a menos que fueran tratados como seres inferiores y sumisos por sus amos tal y como enseña la sagrada Biblia, manifestaban ansias de libertad y unos deseos irrefrenables de escapar. Obviamente, como todo buen doctor que se precie, aparte del diagnóstico y de sus características, Cartwright prescribió la prevención y el remedio: azotes y amputar los dedos gordos de los pies. Tampoco hay que escandalizarse mucho pues el susodicho individuo también describió la dysaesthesia aethiopica, otro trastorno mental que afectaba sobre todo a negros libres quienes, al no tener un hombre blanco que los encamine, se dejaban dominar por la pereza, la desidia y la insolencia.

     Las reacciones sociales y mediáticas al asesinato de Samuel, así como hacia el resto de agresiones homófobos de estos últimos días, incluida la del madrileño barrio de Malasaña, que acabó siendo una denuncia falsa, me ha remitido, tristemente, a esta asociación de ideas pues, da igual el año, la década o el siglo: quien cree una cosa fundamentada en un plano meramente ideológico, hará lo imposible para que la realidad concuerde con su idea preconcebida. No por nada el ser humano tiene la sana costumbre de relacionarse solo con congéneres que piensan como él, no vaya a ser que tenga que replantearse su escala de valores. Y eso da un trabajo que te pasas. Continue reading

«Ilustres e ignoradas»

Es necesario

Es necesario
revertir el hechizo.

Ese,
que borra a las mujeres
de los libros de historia,
de las esferas de poder,
de las antologías.

Ese,
que las encierra
entre cuatro paredes,
con solo
colocarles un anillo.

–Guisela López–

Para descargar el PDF pinchar sobre la imagen de la portada o en los enlaces de la parte inferior.

Ilustres e ignoradas

Índice