Cosas que los hombres nunca oiremos (y por tanto es un privilegio)

    Soy consciente de que no todos los varones, ni mucho menos, van a ser capaces de entender cada viñeta. Seguro que el 99% de féminas, sí, aunque técnicamente debería de ser un cuadernillo de micromachismos para hombres.

    En fin, que así lo viven ellas y así lo sentimos algunos. Este cuadernillo está plenamente abierto a ampliaciones, solo basta que alguien me diga una frase para que la dibuje y la mete en la versión 2.0 y siguientes.

    Un abrazo veraniego, de manera muy especial a los no machotes alfa que tratan de vivir otras masculinidades, y a todas las mujeres que aguantan a los machotes alfa de comunes masculinidades.

     Puedes descargar el pinchando sobre el título o la imagen.

      Cosas que los hombres nunca oiremos

«La» limpieza

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“Guía de la buena esposa” (1953)

    Cuando era niño, me pasaba las tardes de sábado viendo, de forma alterna en la 1 de televisión española, a los tres machos alfa por excelencia: Johnny Weismuller de tarzán, John Wayne de vaquero y Paco Martínez Soria de sí mismo. Alguna vez me castigó mi madre mandándome al cuarto por haberla liado parda en la comida y, con esa sabia crueldad que sólo son capaces de imponer con cariño la mujer que nos dio la vida, me dejaba sufrir más acoplado en el suelo del pasillo, la oreja pegada al salón escuchando el grito computerizado del Rey de los monos, los disparos de esas pistolas que nunca había que recargar o los chistes renuentes del actor turiasonense. Aún tengo en el recuerdo la escena de una de sus comedias. En el abogado estaban él y la mujer para la separación de bienes ante el inminente divorcio:

     –Las cosas que empiecen por la para ti y las que empiezan por el para mí.

     –El jabón para ti –comienza ella.

     –No, perdona, la pastilla de jabón.

     –Vale, pues para mí la televisión.

     –No, no, el televisor.

     Y así sucesivamente en el límite del absurdo. Y ahora me da por pensar que lo mismo no vendría mal que en todas las tareas domésticas las que necesitan útiles que empiezan por el o los las tuviera que hacer, aunque fuera por ley, el varón: fregar los platos, usar el cepillo y el recogedor, limpiar el frigorífico (aunque aquí lo mismo hay algún listo que quiere imitar a Martínez Soria y dice lo de la nevera). Sí es una exageración que no llevaría a buen puerto, pero voy a resumir un poco la escena mía de ayer, que no es de comedia ni de drama, aunque mucho dice.

     Comparto contexto: estamos de mudanza en la casa, que es lo que tiene de vez en cuando vivir de alquiler. Quedamos con la casera del nuevo piso, una mujer de mediana edad (es decir, que no tengo ni idea de cual) muy maja que había contratado a unos pintores (y una pintora) para dejar el piso cuanto menos apañadito y que lo viéramos después de concluida la faena. Nos encontramos en la cocina, frigorífico abierto, desenchufado y con necesidad de aseo por varios de sus costados; la dueña se dirige a Laura, la chica que me aguanta a pesar de conocerme:

     –Ahora lo que te queda es un buen tute de limpieza.

     Guardo silencio unos segundos, me sonrío y le digo:

     –Y yo, ¿puedo limpiar también?

     Me mira con cara rara, como fuera de contexto, y trato de enfocar el tema sin dejar de sonreír.

     –No sé, como se lo has dicho a ella.

     –Es verdad, estamos muy mal acostumbrados y damos por hecho de que lo va a hacer ella, gracias por el apunte.

     Nos queda remar. A unos y a otras, pero nunca es tarde. Hoy os dejo pronto, que estoy de mudanza y tengo que ponerme a limpiar, que no se diga.

Complejo de feo

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PATRIARCHAL EDUCATION | by Christopher Dombres

    Dice el refrán popular aquello de que «cuanto más aprendo menos sé», que viene a ser la versión plebeya de la sabiduría socrática del «sólo sé que no sé nada» (aunque ahora, parece ser que a ese sólo no hay que ponerle tilde).

    Visto pues que, cuanto más feminista quiere ser uno más cuenta se da de las burradas, tanto propias como ajenas, del patriarcado y de los llamados micromachismos (que no sé a quien le dio por inventarse la palabreja de micromachismo, porque muchos micros hacen que la cosa sea más que macro y que retumbe el sonido hasta en las catedrales) me ha dado por dedicar un apartadito especial en el blog para entonar los meas y nostras culpas. Por ligeros y menudos que parezcan ser, porque de restarle importancia a lo cotidiano acaban siendo cotidianos verdaderos absurdos. Se aceptan aportaciones, y espero que las féminas puedan disculpar mi atrevimiento.

    El caso es que tengo complejo de feo. No es que lo tenga en realidad, lo sea o no, pero lo mismo sí que debería de tenerlo, y me explico. Mi pareja es bastante mona, para qué nos vamos a engañar, con su melena rizada como de tirabuzones sin permanente, y rara es la vez que al entrar en algún sitio repleto de varones o cruzarnos por la calle con algún conocido (o no tanto) alguno no salte con la coletilla:

    – Hola, guapa.

    – ¿Qué pasa, guapa?

    – Adiós, guapa.

    Pero a mí ninguno me dice nada. A veces mi jefa me ha dicho «adiós, bombón» (que debería de ir al oculista), pero no es lo normal, y decirle lo mismo a un mujer queda fatal: «adiós, bombona». Vaya.

    Lo malo del asunto es, a lo peor, tengo que explicarle al respetable el parrafito anterior, y decir que no es que el menda sea celoso, que no lo soy en absoluto y que si no fueran tan patéticas tales actitudes me partiría todavía más de risa. El temita es por qué los hombres de manera natural se dedican a lanzar supuestos apelativos cariñosos sólo a las damas en la ocasión que consideran más oportuna. «Hombre, es un piropo. A nadie le amarga un dulce».

    Vale, si es sin maldad ni nada ¿por qué no le dices lo mismo a un tío? ¿Por si creen que eres gay? Porque si se lo sueltas a una moza como si tal cosa será entonces para que se vea que eres un machote.

    Complejo de feo, ya te digo. Con lo apañao que soy.