«La senda del perdedor» (1982)

Charles Bukowski, painted portrait, by Abode of Chaos

     Puede que hermoso no sea la mejor forma de adjetivar de modo natural lo triste, pero sumergirse en el caos vital a través de las palabras de Bukowski se le parece algo.

      Difícilmente puede calificarse de hermosa su novela «La senda del perdedor», y sea tal vocablo solo una irreal descripción que negaría hacer justicia a la obra, un auténtico chute de realidad, de revelación indeseable que te golpea con un uppercut tras otro (como tantos que recibe Hank, el protagonista/alterego de Bukowski) y logran hacerse presentes en frases lapidarias que escuecen a quienes, podíamos decir, nunca hemos carecido de nada: «observé cómo salían del agua relucientes, jóvenes e invictos (…); y, sin embargo, se perdían algo de la vida porque no habían sido puestos a prueba aún. Cuando la adversidad alcanzara sus vidas posiblemente llegara demasiado tarde o fuera demasiado poderosa. Yo estaba preparado». O esta, cruel: «la gente sólo piensa en las injusticias cuando les suceden a ellos».

      Leyendo sus líneas, resulta casi irremediable pensar en Holden, el protagonista de la novela de Salinger «El guardián en el centeno», y en el Ferdinand de «Viaje al fin de la noche» de Céline (con quien tiene más puntos de conexión nuestro abrazable Hank Chinaski); todos profundamente autobiográficos, aunque algunos más de cartón piedra, porque por más que el protagonista de Céline esté revestido de mayor consistencia y pueda ser mucho más influyente (eran principios de los 30) hay diferencias, quizá marcadas por un halo de exclusiva dignidad, que me hacen más comprensible a Hank y que las comparte él mismo, sea a modo de autobiografía o de dolor: «soy infeliz. Si fuera cínico probablemente me sentiría mucho mejor». Sigue leyendo

«The Woman Who Left» (2016)

Lav Diaz, by wise_kwai

    He oído decir reiteradamente de Lav Diaz que es un magnífico director. Digo que lo he oído porque «The Woman Who Left» es el primer filme suyo que he tenido el placer de disfrutar y no va a tener uno la desfachatez de generalizar y ponerse a hacer un estudio de sus bondades con solo una muestra. 

    La verdad es que, las películas de Diaz, son sin duda de las que tiran para atrás: filipino, exponente del cine lento, fotografía en blanco y negro y de una duración que haría palidecer de insignificancia a «Lo que el viento se llevó». De hecho, «The Woman Who Left» (con la que rompí mi virginidad con el director), a pesar de sus 3 horas y 48 minutos de eslora, se encuentra de largo, entre las más cortas. Y gracias a la generosidad de Diaz al realizar un filme de menos de cinco o seis horas creo fehacientemente que ha conseguido un nuevo acólito.

    Aunque Diaz lleva rodando desde la década de los noventa del pasado siglo, su cine permanecía desconocido en occidente hasta 2013, cuando su película «Norte, The End of History» fue seleccionada para su proyección en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes. No pasó entonces a ser director de masas como es fácil de entender, si bien su obra comenzó a acumular galardones en diferentes festivales; el último el año pasado con la cinta que nos ocupa, que se alzó con el León de Oro en el festival de Venecia. Sigue leyendo

Poderoso caballero

Moneyfight

Money Fight

    La ex-primera ministra británica Margaret Thatcher soltó, como quien no quiere la cosa, una frase de esas que crean escuela para dolor de cualquier persona con la más mínima sensibilidad: «nadie recordaría al buen samaritano, si además de buenas intenciones no hubiera tenido dinero». Es obvio que no podríamos esperar sentimentalismos ni solidaridad de ningún tipo conocido o desconocido de labios de una política pionera en la privatización de todos los servicios públicos –incluidas, por supuesto, las ayudas sociales, la sanidad, la educación…– y cuyo conservadurismo y monetarismo han sido tomados, por aquella gente de arriba que le ha cogido el gusto a adueñarse de todo bien, como preceptiva vara de medir.

     En virtud de ello, no debería sorprender a nadie que aquellas señorías que se glorían de gobernarnos, e incluso aquellas que aseveran sobre la tumba de Trotsky que pertenecen a la más pura izquierda, recurran de manera harto profana e inconsciente al dinero como única alternativa a todos los males del mundo. El interior de la caja de Pandora permanecería del todo ignoto para la humanidad de haber sido sellado el cofre al completo con billetes de quinientos euros –en el caso hipotético de que existan–.

     Porque no hay que hacerles demasiado caso a los jocosos versos de Quevedo sobre el vil metal:

Y pues es quien hace iguales

al rico y al pordiosero,

poderoso caballero

es don Dinero.

     Cuando en realidad el dinero no hace igual a nadie por más que nos empeñemos en repetirlo tipo letanía porque parece que nos viene bien creerlo. El motivo es simple: al rico el dinero no se le va a acabar, entre otras cosas porque no suele ser fruto de su esfuerzo personal, mientras que al pordiosero le va a durar dos telediarios. Sigue leyendo

La pobreza se hereda

enfance-et-violence

Children And Violence, por axelle b

     Jony tiene su genio, pero no es mal chico. Siete u ocho años, pelo un tanto desgreñado y el rictus contrariado de aquél a quien le cuesta entender cómo aplicar lo que se le dice. Nervioso, de respiración agitada y condenado desde infante a formar parte de ese síntoma del TDAH, medio inventado por estudiosos y educadores para quienes todo lo que no sea que un nene de cinco años consiga quedarse cuatro horas sentado/amarrado del tirón en su silla de clase supone un trastorno, en ambos sentidos del término.

     El propio Jony –que vete tú a saber cómo escribe dicho nombre su familia–, cuando anda sin poder ni sentarse de las agujas que parecen pincharle en el culo, se pone a dar vueltas a buen ritmo por la sala de lectura desde que la monitora le dio esa opción una tarde que lo vio con toda la pinta de poder guantearle a algún compañero en un descuido, y la idea de cansarse y expulsar adrenalina obtuvo algo de resultado positivo. Sus compañeros del colegio, tan cuidadosos como suelen ser los niños a esas tiernas edades, lo llaman a él y a sus hermanas «los piojosos», apodo que tampoco debe de ayudar mucho al autocontrol y a las relaciones sociales y que, me atrevería a jurar sin por ello apostar mi brazo derecho, dudo que sea objeto de castigo o reproche por parte de la dirección del centro.

     A Jony le había tocado en la feria una pistolita de esas de moda que disparan unas bolitas de plástico poco generosas con el contrincante; arma nada desdeñable en manos de un niño con las dificultades de Jony, no hace falta haber estudiado en la Sorbona para haber visto más apropiado como regalo en el sorteo unos altavoces, unos cascos inalámbricos o un dónut de trapo impreso con la consabida sentencia tan archifamosa en estas últimas semanas. Pero no, fuera quien fuera el responsable de tal desatino, el asunto es que Jony se dedicó a dispararle dichas bolitas de plástico a propios y extraños en los soportales del patio, hasta que uno de los otros nenes se hartó, lo agarró por el cuello y comenzaron a darse de empujones y golpes de diferente consideración. Y como Jony tiene las dificultades que tiene, daba igual lo que tu boca le dijera, lo tranquilo que le hablaras, o que trataras de separarlo ayudado por sus amigas y que le hubieran quitado ya la pistolita de marras. La cara de Jony lo decía todo: gesto torcido, párpado derecho cerrado en especie de tic y la otra pupila fija en el arma de destrucción masiva que agarró en un descuido y comenzó a cargar de munición como si le fuera la vida en ello. Sigue leyendo