
Charles Bukowski, painted portrait, by Abode of Chaos
Puede que hermoso no sea la mejor forma de adjetivar de modo natural lo triste, pero sumergirse en el caos vital a través de las palabras de Bukowski se le parece algo.
Difícilmente puede calificarse de hermosa su novela «La senda del perdedor», y sea tal vocablo solo una irreal descripción que negaría hacer justicia a la obra, un auténtico chute de realidad, de revelación indeseable que te golpea con un uppercut tras otro (como tantos que recibe Hank, el protagonista/alterego de Bukowski) y logran hacerse presentes en frases lapidarias que escuecen a quienes, podíamos decir, nunca hemos carecido de nada: «observé cómo salían del agua relucientes, jóvenes e invictos (…); y, sin embargo, se perdían algo de la vida porque no habían sido puestos a prueba aún. Cuando la adversidad alcanzara sus vidas posiblemente llegara demasiado tarde o fuera demasiado poderosa. Yo estaba preparado». O esta, cruel: «la gente sólo piensa en las injusticias cuando les suceden a ellos».
Leyendo sus líneas, resulta casi irremediable pensar en Holden, el protagonista de la novela de Salinger «El guardián en el centeno», y en el Ferdinand de «Viaje al fin de la noche» de Céline (con quien tiene más puntos de conexión nuestro abrazable Hank Chinaski); todos profundamente autobiográficos, aunque algunos más de cartón piedra, porque por más que el protagonista de Céline esté revestido de mayor consistencia y pueda ser mucho más influyente (eran principios de los 30) hay diferencias, quizá marcadas por un halo de exclusiva dignidad, que me hacen más comprensible a Hank y que las comparte él mismo, sea a modo de autobiografía o de dolor: «soy infeliz. Si fuera cínico probablemente me sentiría mucho mejor». Sigue leyendo