Perseverare diabolicum

    Iván Luque padecía un enfermedad rara, de esas que como solo afectan al 0,01 por ciento de la población solo le importa a su familia, aunque se dé por hecho que no va a vivir más de cuarenta años, como así sucediera. La primera vez que visitó mi casa, acompañado de unas amigas, una de ellas miró uno de los pequeños huacos del Perú colocados en un mueble del zaguán del piso, lo cogió con dos deditos y sonrío al tiempo que decía:

     –¡Ahí va, es un pito, Iván!

     Una de las bondades intrínsecas a la enfermedad rara de Iván, el llamado síndrome de Wolfram, es quedarse ciego progresivamente, así que, ante la exclamación de M.ª Luisa hemos de suponer que el susodicho pensó en un instrumento celta en vez de una artesanía erótica, porque ni corto ni perezoso se colocó la punta del huaco (que queda mejor que la punta de otra cosa) en la boca y comenzó a soplar.

     El descojone fue generalizado, pero con mucho cariño. Cuando le explicamos el cuadro a Iván él mismo se tronchaba de la risa.

    El caso es que Iván estaba prácticamente ciego y se le reían las gracias, por su inocencia y su «sin querer». Era una persona hermosa, de las especiales, ausente de maldad. Lo perverso es la peña que finge ser ciega y sigue soplando el pito sabiendo lo que es, y lo hace sin gustarle los pitos, no por solidaridad y compromiso con el colectivo LGTBIQ+.

     Como el ser humano es muy dado a descontextualizar y agarrar solo aquellas secuencias que hacen bien a la tranquilidad y al sosiego, lo normal es que todo el mundo conozca la primera parte de la sentencia latina «errare humanum est» (errar es humano), pero no la segunda: «sed perseverare diabolicum» (pero perseverar en el error es diabólico). Y es que nos equivocamos tanto y tan de seguido que lo de saber de memoria que somos unos mindundis como especie nos viene de lujo; ahora, que hagamos poco o nada por corregirnos, ya es otra historia menos condescendiente, por eso siempre queda el recurso preferido de la humanidad: si errar es normal, lo es más echarle la culpa a otra persona. Continue reading

La dinámica del poder

     Es de sobras conocida la famosa escena del filme La lista de Schindler en la que el oficial nazi Amon Göth disparaba por divertimento desde la ventana de su oficina a la población judía del campo de exterminio del que era comandante. Schindler trató de inculcarle la inspiradora idea de que tenía más mérito gozar del poder de salvar una vida que de quitarla; pero el tránsito hacia la conciencia duró lo justo: hasta que se dio cuenta de lo aburrido que era perdonar, que no es delito, claro, y cualquiera puede hacerlo, contra el placer indescriptible de asesinar a sangre fría y que no te suceda nada. Eso sí que es privilegio de una clase única y privilegiada.

     Lo terrible es que en esa clase única y privilegiada hay mucha gente, aunque queramos vendarnos los ojos y dar la matraca con la monarquía y los beneficios del rey emérito. Son tanta peña que dan más miedo y suponen más peligro que la pandemia por SARS-CoV-2. Es la dinámica del poder, y personas con poder hay una jartá; y no me refiero al poder de sacar o no a pasear a la mascota, de ir o no a ver a la abuela, o de hacer copias personales en la impresora del curro, es poder de verdad, muy parecido al de Göth, pero que no canta tanto.

     Ojalá el problema fueran los delitos imputados a Juan Carlos de Borbón y que, por haber sido rey, todo el mundo le haga palmas; no, el problema es que quien ostenta el Poder, con mayúsculas, le da relativamente igual que lo pillen, porque cree que va a salir de rositas o no va a acabar la cosa tan mal parada. «Porque yo lo valgo», vaya, «y tengo el poder de hacerlo más allá de las consecuencias». Continue reading

Cuando ni tu enemigo se queja

    Si me viera constreñido por las personas que me odian (o por las que me aman en grado sumo) a anotar mis incoherencias línea por línea, el rollo de papel higiénico que debería de usar a fin de reflejar cada una de ellas con el rigor debido es posible que atravesara el Sistema Solar y alcanzara la Nebulosa de Orión.

    He de decir, en defensa propia y no como demérito, que buena parte de ellas resultan relativamente intrascendentes, más allá de que las incoherencias nunca sean dóciles en la mente de quien hace de ellas uso. A saber: tener móvil con Coltán de las minas del Congo, por ejemplo, por más que sea desde hace años de segunda o tercera mano; comprar productos del todo innecesarios, tipo chocolate de comercio justo, alguna que otra cerveza artesana, pedir un dürüm de falafel o meterme entre pecho y espalda dos roscones de reyes veganos en menos de dos días (a casi medias con mi pareja, eso sí), mientras la mayor parte de la población mundial no tiene ni donde caerse muerta. Ya digo, detalles que no dan para cortarse las venas y no socavan de cabo a rabo la particular idiosincrasia del que suscribe ni su manera de entender el mundo y las relaciones. Vaya, que no se desmonta mi escala de valores como un castillo de naipes, sino que cae alguna que otra carta con más o menos gracia.

     Como es meridianamente más sencillo (a la par de menos ejemplar) juzgar las incoherencias de quienes nos rodean y son figuras públicas, me voy a poner a ello, no porque me ofendan, en honor a la verdad, sino porque esas están más a la vista del personal, hasta salen en los medios de comunicación, pero algunas, por más gordas y funestas que se presenten, parecen no importunar a nadie.

    Comenzando por un caso también de parcial importancia, podríamos decir que es bastante incoherente que, si una persona con ideas alternativas decide entrar en la web de Anticapitalistas a fin de encontrar eso que venden sobre transformar de manera radical el sistema actual, compruebe que sus redes sociales pertenecen en su totalidad (salvaremos Telegram) a los todopoderosos GAFAM. Incluso más incoherente puede resultar que dicha persona les escriba un correo de contacto proponiendo alternativas anticapitalistas y antimonopolistas que podrían al menos combinarse con las otras y ni reciba contestación.

    Siguiendo una línea similar, podemos considerar del todo más incoherente que un miembro de Anticapitalistas, Kichi González, alcalde de Cádiz, en lo que sus colegas consideraron un dilema moral insoluble, defendiera en 2018 a Astilleros, sobre todas las cosas y posibilidades, a la hora de aceptar un contrato de venta de 400 bombas de precisión a Arabia Saudí y colaborar muy directamente en la guerra de Yemen. Continue reading

La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad

     Comentaba la semana pasada en este mismo espacio que, por temas relacionados con la humanización de la atención, en nuestra residencia de mayores habíamos decidido hacer oídos sordos al apartado de la Orden del BOJA del pasado 1 de septiembre que obligaba a que un nuevo ingreso pasara sus primeros catorce días de «adaptación» en cuarentena: es decir, aislado, sin actividades grupales y sin relación directa con su familia, entre otras lindezas.

      El caso es que justo el jueves pasado tuvimos un ingreso y, tal y como valoramos con sus pros y sus contras, pasó a observación, pero sin aislamiento, compartiendo espacios comunes y actividades con el resto de residentes, porque venía de su casa, sin salir y con la PCR negativa. Como parece ser que en el Centro de Salud de zona andan bastante preocupadas por el bienestar de las personas mayores, la enfermera encargada de la evolución de la COVID-19 nos preguntó por el aislamiento del nuevo ingreso; nuestro enfermero le explicó la situación y la decisión tomada en equipo. Ante tal desfachatez, la enfermera, en un inusitado ataque de deber cívico, se puso en contacto con la directora para advertirle de que la decisión era de la residencia, pero que si sucedía algo la responsabilidad era también nuestra y, particularmente, de ella como representante legal de la entidad.

      A mí me cuesta bastante ser políticamente correcto. Iba a decir que posiblemente porque no soy el director, pero lo fui de otro centro y tampoco llamaba mucho la atención por callarme lo que pensaba. Es curioso cómo repartimos las culpas. Se me ocurrieron varias cosas sobre la marcha según me comentaba una compañera la frase de marras, soltada con una absoluta falta de sensibilidad, empatía y asunción de obligaciones por parte de Sanidad. Por ejemplo: Continue reading