Manu militari

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The Dictator’s Crown, by Mohammad Sabaaneh

     Como el que suscribe no disfruta de… ¡uy! quiero decir no tiene televisión desde hace una buena pila de años, a veces, con una dosis de retraso tan grosera que pareciera que uno ha estado escondido en las montañas pensando que todavía dura la guerra civil, descubre programas curiosos (por ser fino) que solo pueden dejar indiferente a alguien con la cabeza cuadrada de tanto sentarse delante de la caja tonta.

      Es lo que tiene que el papá y la mamá del menda vean Intereconomía, escuchen la Cope y digan que no son de derechas. Y como los padres y las madres de cada cual son eso, los padres y madres de cada cual, se les quiere mientras no te hagan cantar el cara al sol desde el balcón de casa. O al menos mientras no te pidan que lo hagas a voz en cuello.

      Y en una de esas descubrí «Audiencia abierta». Sí, sí ya sé que voy con cierto retraso, unos seis años, pues el espacio se estrenó casualmente en la televisión púbica, digo pública, menos de un año después de la llegada de Rajoy a la Moncloa, pero bueno, eso que me he ganao de un disgusto menos p’al cuerpo. Por si aún queda alguien con mi nivel de ignorancia (algo poco común), intentaré explicarme, porque conforme avanzaban los minutos más anonadado me hallaba y hasta he tenido que buscar en el pato no fuera a encontrarme en un error de bulto: el programa trata de las bondades de la Corona y resto de pléyades adyacentes a la Monarquía y al Jefe de Estado, que lo es aunque no haga ni el huevo. Que si la presencia de la Leti a los premios de la asociación de Asperger, luego su visita a otra organización de personas con problemas de visión, al nosécuánto aniversario de Nuevo futuro, a la de Mundo noséqué, y que si la sonrisa de la princesa de Asturias, que si la misma edad que su padre cuando… Ahí fue cuando me dirigí al baño con una especie de diarrea descomunal que al final resultaron ser retortijones. Sigue leyendo

Poderoso caballero

Moneyfight

Money Fight

    La ex-primera ministra británica Margaret Thatcher soltó, como quien no quiere la cosa, una frase de esas que crean escuela para dolor de cualquier persona con la más mínima sensibilidad: «nadie recordaría al buen samaritano, si además de buenas intenciones no hubiera tenido dinero». Es obvio que no podríamos esperar sentimentalismos ni solidaridad de ningún tipo conocido o desconocido de labios de una política pionera en la privatización de todos los servicios públicos –incluidas, por supuesto, las ayudas sociales, la sanidad, la educación…– y cuyo conservadurismo y monetarismo han sido tomados, por aquella gente de arriba que le ha cogido el gusto a adueñarse de todo bien, como preceptiva vara de medir.

     En virtud de ello, no debería sorprender a nadie que aquellas señorías que se glorían de gobernarnos, e incluso aquellas que aseveran sobre la tumba de Trotsky que pertenecen a la más pura izquierda, recurran de manera harto profana e inconsciente al dinero como única alternativa a todos los males del mundo. El interior de la caja de Pandora permanecería del todo ignoto para la humanidad de haber sido sellado el cofre al completo con billetes de quinientos euros –en el caso hipotético de que existan–.

     Porque no hay que hacerles demasiado caso a los jocosos versos de Quevedo sobre el vil metal:

Y pues es quien hace iguales

al rico y al pordiosero,

poderoso caballero

es don Dinero.

     Cuando en realidad el dinero no hace igual a nadie por más que nos empeñemos en repetirlo tipo letanía porque parece que nos viene bien creerlo. El motivo es simple: al rico el dinero no se le va a acabar, entre otras cosas porque no suele ser fruto de su esfuerzo personal, mientras que al pordiosero le va a durar dos telediarios. Sigue leyendo

El dogma de la Inmaculada Constitución

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Democracy Nowaday, by sujawoto

    Pues vaya, me volví a equivocar. Un año más. Mira que lo intento, me lo propongo al principio de cada mes de diciembre; tirar de memoria sin tener que recurrir al calendario, pero nada, que soy cerril y no hay manera de meterme por vereda. Por más que sea católico y todo.

    Pero volvieron a tocar las campanas a rebato a principios de la semana pasada; en labios de mi compañera.

    –Entonces, ¿el miércoles tenemos que ir a tocar a la misa?

    Se me abrieron los ojos como platos. No se me cayeron de las cuencas de purito milagro. Nuevamente en un brete. Y no porque sea yo muy constitucionalista, tanto como para convertirla y todo en día de precepto, sino porque, un año más, no tenía pajolera idea de si el día seis era el de la Inmaculada o el de la Constitución. Si es que los ponen tan pegaditos uno al lado del otro.

    –Pero… el seis, ¿qué día es, la Constitución o la Inmaculada?

    Menos mal que de despistes andamos sobrados ambos y eso rebaja siempre tu percepción de autoestupidez, porque ella tampoco tenía ni idea.

    No es cuestión de descojonarse, porque la cosa no es tan fácil de distinguir ni para un experto ni para un tipo como yo que se pasa un buen rato cada día echando un ojo a las noticias. A saber. Sigue leyendo

Cosas que de verdad importan

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Oppression, by Matteo Bertelli

     Lo mismo me salgo un poco del parchís, pero no, no voy a hablar de la DUI, del Estatut ni del 155. El caso es que de todo lo que está pasando en el Reino de España en estas últimas semanas, lo único que me preocupa de veras es que un gobierno y el mayor partido de la oposición opinen que, en un país democrático, no había otra forma mejor de hacer las cosas. Y me dan pena los separatismos, las independencias, las fronteras… ¡Como si no tuviéramos ya bastantes! Porque del mismo modo que no quiero que levantemos muros y alambradas para impedir que se entre sin papeles (aunque sí con corazón) a esta tierra de supuestas oportunidades, me disgusta mucho que en lugar de tratar de entendernos, nos pongamos a darnos codazos en la boca. O a ir a un concurso para decidir quién los tiene más gordos.

      Así que, como las partes nobles de determinadas personas me despiertan nulo interés, sin dedicarme a hacer un listado, sólo comparto un botón de muestra de aquello por lo que creo que merece la pena dar mucho por culo.

     Plácida tiene más de ochenta años. Va siempre tan bien arreglada y tiene un cuerpo tan tipo bolo que parece una matroska. Camisa y falda de colores fuertes y maquillaje en tonos rosas y azules. Se desplaza con la mera ayuda de un bastón de los de toda la vida. Marrón, de puño estirado. El viernes pasado me preguntó que qué tal iba lo de la solicitud de Dependencia. Ante estas preguntas que son casi capciosas sin pretenderlo no sabe uno muy bien a qué atenerse.

      Resulta que no le importa demasiado a la administración que Plácida no tenga familia de primer grado, que viviera sola o que tenga una pensión que no llega ni a los 700 euros. Su situación no es prioritaria, claro, porque hay gente peor; a la que tampoco se atiende en sus plazos, como demuestra el hecho de que una persona dependiente puede esperar unos tres meses para que se dignen en ir a valorarla y asignarle grado, otro mes y pico para que le manden la carta (retenida para retrasar los plazos), otros dos meses más para que se le asigne recurso (si lo merece) y uno y medio más si hay suerte para que, al final, pueda beneficiarse del mismo. Pero podemos resumir en un momento lo que es probable que le suceda a Plácida, mujer sin familia directa, sin necesidad de ayuda para realizar las actividades básicas de la vida diaria y que ocupa plaza privada en una residencia de mayores al módico precio de más de 1.400 euros porque le da miedo quedarse sola en casa.

  • Tramitada ya la dependencia irán a valorarla a la residencia.
  • No le asignarán grado, al poder vivir sola supuestamente, o como mucho Grado 1, pero es poco probable en virtud de los baremos actuales de la Junta.
  • No podrá acceder a ningún recurso, excepto el jodido botón rojo de emergencias por si se rompe la crisma en caso de vivir en su domicilio.
  • Se le acabará el dinero ahorrado en año y medio.
  • Tendrá que dejar la residencia porque no puede pagarla ni la administración le va a asignar una plaza pública.
  • Si por entonces no tiene vivienda propia, se verá tirada en la calle a menos que algún sobrino o sobrina de buena voluntad (aunque sólo una va a verla a la residencia alguna vez) la acoja en su casa.
  • O si la tuviera, se quedaría sola en el domicilio hasta que ya no pueda andar, ni cocinar, tenga Alzheimer o algún vecino tenga que llamar a la policía porque huele a perro muerto en la casa de al lado.

      Entonces su situación sería prioritaria. ¡Qué bien! Sigue leyendo