Manu militari

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The Dictator’s Crown, by Mohammad Sabaaneh

     Como el que suscribe no disfruta de… ¡uy! quiero decir no tiene televisión desde hace una buena pila de años, a veces, con una dosis de retraso tan grosera que pareciera que uno ha estado escondido en las montañas pensando que todavía dura la guerra civil, descubre programas curiosos (por ser fino) que solo pueden dejar indiferente a alguien con la cabeza cuadrada de tanto sentarse delante de la caja tonta.

      Es lo que tiene que el papá y la mamá del menda vean Intereconomía, escuchen la Cope y digan que no son de derechas. Y como los padres y las madres de cada cual son eso, los padres y madres de cada cual, se les quiere mientras no te hagan cantar el cara al sol desde el balcón de casa. O al menos mientras no te pidan que lo hagas a voz en cuello.

      Y en una de esas descubrí «Audiencia abierta». Sí, sí ya sé que voy con cierto retraso, unos seis años, pues el espacio se estrenó casualmente en la televisión púbica, digo pública, menos de un año después de la llegada de Rajoy a la Moncloa, pero bueno, eso que me he ganao de un disgusto menos p’al cuerpo. Por si aún queda alguien con mi nivel de ignorancia (algo poco común), intentaré explicarme, porque conforme avanzaban los minutos más anonadado me hallaba y hasta he tenido que buscar en el pato no fuera a encontrarme en un error de bulto: el programa trata de las bondades de la Corona y resto de pléyades adyacentes a la Monarquía y al Jefe de Estado, que lo es aunque no haga ni el huevo. Que si la presencia de la Leti a los premios de la asociación de Asperger, luego su visita a otra organización de personas con problemas de visión, al nosécuánto aniversario de Nuevo futuro, a la de Mundo noséqué, y que si la sonrisa de la princesa de Asturias, que si la misma edad que su padre cuando… Ahí fue cuando me dirigí al baño con una especie de diarrea descomunal que al final resultaron ser retortijones.

      «La señal infalible de un mal reinado es el exceso de elogios dirigidos al monarca», nos dejó escrito Luc de Clapiers en el siglo XVIII. Eso hacen las dictaduras y los regímenes totalitarios y contemplando tanta nobleza de estirpe, en una pantalla plana de generosas pulgadas, de parte de aquel cuya dinastía y gobierno no ha sido elegido por nadie si exceptuamos a Franco, no pude evitar recordar dos momentos: el primero en 1994, durante mi estancia en la selva amazónica de Perú, país en el que cada televisor y cada cadena (dependientes del estado, por supuesto) no cesaban de rendir pleitesía y desglosar las bondades intrínsecas y extrínsecas de Fujimori, presidente manu militari condenado por crímenes de lesa humanidad; y el segundo, mis vacaciones estivales en el Reino de Marruecos varios años después, con una fotito de Hasán II en cada casa, cada comercio y casi en las tablas de un puesto de melones en mitad de una autopista ignota: poder político, religioso, económico y militar en una sola persona a la que no se podía ni toser no fuera darle un aire.

      Sí, las comparaciones son odiosas, pero he estado mirando la cuota de pantalla del programita de marras y ronda el 7% en los días holgados; como las corridas de toros, pero ahí están, con dos cojones. Hay cosas que le interesan solo a unos pocos, lo que pasa es que esos pocos son los que mandan, así que a joderse, por algo estamos en una Monarquía Parlamentaria; quien no esté por la labor que emigre.

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