Acerca de Rafa Poverello

Más allá de la falsedad del nombre, pues no soy pobre ni aunque quisiera en virtud del bagaje socio-cultural del que me es imposible escabullirme, mi espíritu anda de su lado, no porque sean buenos, sino porque se les trata injustamente.

Harta de ser pobre

    El sol del verano en Córdoba sería capaz de derretir un templo de mármol. Tal es así y tan mantenida su intensidad a lo largo del día que uno solo encuentra algo de descanso a partir de las siete de la mañana, cuando es la hora de levantarse. Descansar con una temperatura superior a los 25º es más complicado que entender la teoría de cuerdas. Si en casa no dispones de aire acondicionado y un ventilador de saldo es la mejor opción para paliar las invectivas acres del astro rey, la cosa no podía ser más cruda. La suerte es que mi piso de alquiler es de esos que hacen esquina y permite corrientes de aire, no huracanadas ni tan siquiera capaces de despeinar ligeramente a Chewbacca, pero la suficiente brisa fresca para que puedas pegar ojo si descuelgas el colchón del somier hasta el suelo.

    Mis gatos, cubiertitos de pelo de cabo a rabo, también pasan lo suyo, pero tan acostumbrados están a ser tercos en ofertar cariño que da igual que sea invierno, verano o temporada de sauna, se suben a la cama con la más absoluta displicencia y pegados a las piernas o subidos encima del tronco comparten generosamente su calor corporal como su fuera un aspecto de lo más agradable para los seres humanos. Y dicha costumbre (manía queda bastante peor) hay que mantenerla salga el sol por donde salga, nunca mejor dicho; así que, aunque el colchón esté en el suelo, Igor y Leo se siguen subiendo a la cama, al somier, porque es costumbre y método, y da igual que tengan que hacer ejercicios de malabares con sus patitas como expertos funámbulos para no darse un trompicón entre las láminas de madera y acabar panza arriba encima de las losetas del dormitorio. Allí que van, sorteando obstáculos hasta que se tumban encima de las láminas en una posición casi de contorsionismo. Sigue leyendo

«Los Hermanos Negros» (2007)

     Hasta finales del siglo XIX, niños de doce y trece años en situación de pobreza o vulnerabilidad, eran comprados a sus familiares por hombres con escasos escrúpulos para que trabajaran en Milán como deshollinadores. Las chimeneas son estrechas y qué mejor obrero que aquel que puede introducirse en ellas sin la menor dificultad. Huelga decir que el índice de supervivencia de estos infantes era escaso tras varios años ejerciendo esta miserable labor sin medidas de seguridad y rodeados de humo, cenizas y hollín.

     Con tamaña introducción, difícilmente puede entenderse que «Los Hermanos Negros», una novela corta, publicada en dos volúmenes en la Alemania de la II Guerra Mundial, y que trata sobre esta desagradable verdad sea considerada un clásico de la literatura infantil y juvenil en dicho país. Más curioso si cabe es que, la vil injusticia a la que son sometidos los pequeños protagonistas del relato, también existiera antes de la publicación de la obra. Escrita a dos manos por la cuentista alemana Lisa Tetzner y por su marido Kurt Held, aparte de la censura inicial que tuvo que sortear al ser considerada por el régimen nazi como una posible representación del nacionalsocialismo, se prohibió que el señor Held figurara como autor al ser judío.

     Sesenta y cinco años después de su publicación, el artista suizo Hannes Binder, quien ya había ilustrado otros relatos, convierte la novela de Tetzner y Held en una maravillosa novela gráfica (no al uso, al mantener párrafos de texto completos) gracias a sus exquisitas imágenes a plumilla que parecen sacadas de fotografías de época y no podrían acompañar mejor el sentido de esta historia tan dura como necesaria.

«Alma Mater» (2017)

      Francis Ford Coppola, con su humildad habitual, comentó en el Festival de Cannes tras el estreno de su mítico filme Apocalypse Now que «ésta no es una película sobre la Guerra de Vietnam, esto es Vietnam». Si tomamos como referencia la invasión de Iraq, aunque el documentalista Nick Broomfield no dijera nada a ese respecto, su cinta La batalla de Hadiza, rodada con soldados profesionales, se parece mucho a tener la impresión de que va a salir un tiro de la pantalla para mandarte al otro barrio.

     Ahora toca Siria, claro, y el director Philippe Van Leeuw, quien ya demostrara sobradamente su oficio al hablar sobre dramas humanos y bélicos con su Opera prima El día en el que Dios se fue de viaje (2009), nos sorprende de nuevo con Alma Mater, una película seca, con buena parte de su metraje rodado en planos secuencia desarrollados dentro de una vivienda y que muestra con la sencillez de la realidad objetiva algunos de los motivos terribles por los que cientos de refugiados se juegan la vida en el mar y malviven como si fueran criminales al otro lado de nuestras fronteras.

     Protagoniza la película magistralmente la directora y actriz palestina de nacionalidad israelí Hiam Abbass, quien ha alternado en su carrera papeles brillantes (Los limoneros, 2008 o Paradise Now, 2005) con otros de los que difícilmente se puede salir airosa (Exodus: Dioses y reyes, 2014). Obviamente Alma Mater, el título escasamente afortunado con el que ha aparecido en las carteleras de nuestro país, hace referencia a Oum Yazan, el personaje que interpreta Abbass, alma de la fiesta, pero en buena medida puede minimizar el trasfondo real del drama acerca de la imposibilidad de mostrar sensibilidad en mitad de una barbarie donde parece que lo único sensato es racionalizar el caos.

      Habrá que mantenerse atento a la próxima película de Van Leeuw. Ya no será una promesa.