La ley, el orden y la insensatez

Blind Justice, by Pavel Constantin

      «La ley jamás hizo a los hombres un ápice más justos; y, en razón de su respeto por ella, incluso los mejor dispuestos se convierten a diario en agentes de la injusticia»; lo dijo Henry David Thoreau que, como es bien sabido, no se destacó precisamente desde su juventud por untar con mantequilla a las leyes que consideró injustas. Que eran muchas y duras. Primero renunció a seguir dando clases en la escuela pública de Concord para no tener que infligir castigos físicos al alumnado; luego se tiró seis años sin pagar impuestos que mantuvieran la esclavitud y la guerra contra México; más tarde se fue a vivir dos años al bosque con lo justo hastiado de la sociedad materialista; y no contento todavía colaboró como activista en el Underground Railroad, un ferrocarril clandestino que ayudaba a liberar esclavos africanos de las plantaciones.

      Dicen por ahí quienes las imponen, que las leyes son un fabuloso instrumento para la convivencia y el respeto mutuo. De control social, pérdida de dignidad y de estulticia hablan menos, pero no hace falta hilar muy fino ni viajar en una máquina del tiempo para descubrir la cantidad de normas inmorales e injustas que han tenido que ser luchadas desde la calle o desde la conciencia individual en un primer momento para conseguir que fueran modificadas: desde el derecho al voto de las mujeres hasta la obligatoriedad del servicio militar.

      Y en estas estamos cuando en Córdoba, la semana pasada, gracias a una de esas normas escritas que hay que cumplir no se vaya a descarriar el rebañico por más ridícula y antidemocrática que pueda parecer, la Junta Electoral decidió que Ganemos en Común no podía concurrir como partido a las elecciones municipales. El motivo: un partido fantasma sin implantación ni representación política, registró el nombre de Ganemos en 2014 y es quien se va a poder presentar tanto en la capital andaluza como en Pinto y en Bilbo. Es la ley, majos, qué más da la estafa. Continue reading

Navidad es

Buon Natale, by Alicia

     Navidad es que una niña de ocho años, que para poder asistir a clase tiene antes que despertarse solita y arreglar a sus hermanos pequeños, sonría delante del público en el altar y, en mitad de la obra de teatro, cante «que no haya soledad en Navidad».

     Navidad es que un niño de seis años le devuelva el estuche de colores a una amiguita algo menor de edad por el mero hecho de que se ha puesto a llorar y él siente pena.

     Navidad es que una mujer de 80 años, que apenas sabe leer y escribir y que casi nunca salía de casa, se suba a un escenario y, con una sonrisa de oreja a oreja, sea capaz de memorizar varias líneas de un guion y no le importe confundirse.

     Navidad es que un padre de familia, muy amante de la cerveza y con escasos recursos económicos, te regale una Paulaner Hefe-Weißbier por el hecho trivial de que has logrado hacer que a su hija le vuelva a arrancar normalmente el Windows 10. Sí, el Windows 10; habrase visto.

     Navidad es que una pareja de adolescentes visiten en una residencia a una persona mayor, enferma de Alzheimer en estadio moderado, y no se despeguen de su lado por más que lo único que sea capaz de hacer es repetir una vez y otra las tres mismas frases.

     Navidad es que una anciana muera en paz en su cama, sin sonda naso-gástrica ni sujeciones físicas, e imagines que, a pesar de la demencia, una leve sonrisa apareció en sus labios.

     Navidad es…

     Navidad es todas aquellas pequeñas cosas que suceden en apenas unos días, sin darnos cuenta, pero que nos hacen descubrir que la vida merece ser vivida.

     ¡¡FELIZ NAVIDAD!!

 

Elogio de la debilidad*

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«Blame the system not the victim», by Peter

     Justo a mediados de los 60, el sociólogo William Ryan vio publicada su obra «Blaming the Victim» (Culpar a la víctima, en su traducción al castellano). La teoría expuesta es de lo más sencilla y se basa en la actitud de considerar responsables casi exclusivas de su propia situación a las víctimas de abusos y de violencias descargando de tales actos a terceras partes implicadas. No fue en 1965 la primera vez que la sociología, la antropología o la sicología hacían referencia a este concepto, pero podríamos decir que se llegó a la concreción del término. Normal el éxito que tuvo el libro de marras y que la cuña llegue hasta nuestros días, porque si equivocarse es humano, lo es más echarle la culpa a otro.

     Aunque una de las situaciones en las que se aprecia con meridiana claridad la culpabilización de la víctima se da en los casos de violación -como está sucediendo desvergonzada y cruelmente en toda la parafernalia mediática que rodea al juicio a la manada– no es difícil descubrir determinados patrones que son comunes y generalizados dentro de una sociedad enferma hasta el éxtasis.

  • Las mujeres son culpables porque visten como putas

  • Los pobres viven como viven porque son unos vagos que están acostumbrados a pedir

  • Los niños suspenden porque no se esfuerzan

  • A los inmigrantes se les machaca en la frontera porque vienen a quitarnos el trabajo

  • Los abuelos de las preferentes es que tenían que haber leído bien la letra chica

  • La peña que quería votar el primero de octubre y recibió una tunda de palos es que estaba participando en un referéndum ilegal

  • El nene o la nena que sufre bullying es que es un manteca

  • Y el galgo acaba colgado de un árbol porque ya no sirve para cazar.

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Sinceridad a mansalva

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     Desde chico escuchábamos decirlo. Aquello de que los niños y los borrachos dicen la verdad. Será que, por aquel entonces, nadie había oído hablar del Alzheimer, porque si existe una persona que diga la verdad, o al menos su verdad sin tapujos ni ponerle flores no vaya alguien a sentirse mal, es un enfermo de Alzheimer. Dice incluso aquellas cosas que de toda la vida se había callado por vete tú a saber qué idea preconcebida. Por ejemplo: «¡qué simpático es tu marido, hija!», aunque te caiga como una patada en los ovarios y sólo lo muestres cuando tienes la cabeza ida el 75% del tiempo.

     No pretende ser esta entrada una vanagloria de la sinceridad a mansalva, como si se viera uno en la santa obligación de soltar por la boca todo lo que se le ocurra, caigan o no caigan propios y extraños, porque la verdad tiene que estar por encima de todas las cosas a imagen de un Dios de consecuencias imprevisibles. No, no es necesaria la crueldad, pero menos lo es la estulticia, y el mentir de tal forma y manera, dejándonos llevar por subjetivos condicionamientos sociales y culturales o por salir airosos e impolutos de en medio de un conflicto, que hasta acabemos creyendo que nuestras falsedades son verdad o, al menos, mentiras necesarias. Tampoco soy yo de los que cree y confía en las mentiras piadosas, que suelen serlo casi siempre para quien las dice.

     El jueves salimos a ver un par de los patios que formaban parte del Festival FLORA con las personas mayores de la residencia. La cosa era simple: ocho artistas internacionales se dedicaron a adornar con motivos florales igual número de patios de la capital cordobesa. Desde diferentes perspectivas históricas, culturales… y esas cosas que dicen las instituciones para darse importancia. Patricio fue una de las personas que quiso –o eso nos dijo en ese 25% del tiempo que decide las cosas– acompañarnos. Hay que desplazarlo en silla de ruedas y era yo quien lo llevaba de aquí para allá intercambiando pareceres de la manera más informal y anárquica que alguien pueda imaginar.

     Llegamos a la creación expuesta en la Fundación Antonio Gala. En el centro de un patio andaluz rodeado de un atrio de hermosos arcos de corte neoclásico. Junto a la fuente, el artista, de cuyo nombre no logro acordarme, había colocado de forma desordenada dos enormes ramas secas de árbol adornadas con flores naturales –concretamente buganvillas y orquídeas- y posadas ambas sobre una alfombra de musgo natural. Continue reading