«La kermesse heroica» (1935)

    Lo he dicho tantas veces que, cuando venga el lobo, me va a pasar como a Pedro y nadie me va a hacer caso. Me refiero a lo de aquellas películas adelantadas a su tiempo y que nadie podría creerse que se concibieran y rodaran en el año en que lo fueron. Ahora en serio, hacedme caso: «La kermesse heroica» es, sin duda, la que rompe todos los moldes.

    Rodada en 1935, el filme del irregular director belga Jacques Feyder parte del contexto histórico de la dominación española en Flandes a principios del siglo XVII. El burgomaestre de la pequeña localidad de Boom y su séquito de varones son advertidos con preocupación del paso inmediato por la ciudad de los crueles tropas de los Tercios mientras preparan con alegría la fiesta popular conocida como kermés (kermesse en flamenco) y cuyo sentido es bastante intraducible al castellano. Violaciones, asesinatos, destrucción… son las expectativas a las que se sienten avocados los habitantes del pueblo sin poder aferrarse a la más mínima esperanza. Menos mal que los hombres del lugar siempre tienen un plan, tan bien tramado que son «asuntos demasiado importantes para las mujeres», como repiten una y otra vez a sus esposas.

    El desarrollo de la kermés finalmente se convierte en una heroicidad, pero no precisamente gracias a las brillantes ideas de los varones, tan inteligentes, sensatos y cobardes ellos, sino por la intervención de las mujeres , quienes controlan la situación de pleno comenzando con una arenga por parte de la esposa del burgomaestre, Cornelia, que hubiera firmado Angela Davis de haber estado presente en 1935: «mujeres, llevamos demasiado tiempo aceptando la dominación». Y no solo rompe moldes de género el guion de Feyder y Spaak, sino que incluso deja espacio para una clara referencia a la homosexualidad y/o al discurso con-educativo (si puede emplearse ese término en 1935) en una escena en la que un habitante de Boom y un soldado invasor comparten gustos en el tiempo libre. Sigue leyendo

Me cansa

     No tenía yo pensado escribir (mira que le he dado vueltas al tema), pero al final es que acaban tocándote mucho las partes nobles y, aunque sea por evitar una orquitis, me veo en la santa obligación de ponerme a ello.

    El viernes pasado estuve charlando con uno de los abueletes de la residencia. Tenemos la sana costumbre de escribir una historia de vida a cada ingreso que llega a fin de poder realizar una atención lo mejor y más personalizada posible. El señor en cuestión se llama Paco y su existencia supone la quinta generación familiar de anarquistas. Trabajó toda su vida en los astilleros, como su padre, su abuelo y las otras tantas generaciones anteriores, y fue uno de los fundadores del Partido del Trabajo de España. En la clandestinidad durante la dictadura franquista y luego dentro de la legalidad, me contaba Paco que recibió de tortas hasta en el cielo de la boca por parte de las fuerzas del (des)orden; esposado, atado y torturado con un método cuyo nombre no había oído en mi vida y he sido pronto en olvidar: en cuclillas, con las manos atadas a los tobillos por el interior de las piernas. Todo muy digno y democrático. Su abuelo materno, durante la Guerra Civil, se pasó 18 meses viviendo dentro de un pozo para que no lo fusilaran: sus vecinos le bajaban a diario un cubo con comida y otro para hacer sus necesidades.

    Por mi parte, no he tenido demasiada experiencia personal con la policía, pero desde luego, la poca en la que he sido testigo directo, ha sido inolvidable. Encadenamiento y sentada noviolenta de siete insumisos que éramos a la puerta del Gobierno MIlitar en Córdoba, sábado por la mañana. Un par de remolcadas de pies y manos por parte de los nacionales. Como se hacía tarde y era un follón efectuar detenciones (no costaba nada, claro, que no nos íbamos a resistir) a eso de las 16:00 relevaron a la cuadrilla de estoicos agentes y, como por entonces no había por la zona demasiados antidisturbios y éramos unos nenacos, comenzaron a golpearnos en la cabeza y en los riñones con las porras de madera. Ni qué decir tiene que estuvieron a un palmo o menos de matarme; se me puso la cabeza como la espalda del jorobado de Notre-Dame. Varias porras acabaron partidas por la mitad en medio de la plaza, pero no contentos con la carga (aún mientras nos arrastrábamos por el suelo gritando algunos seguían dando palos a mansalva), esa misma tarde-noche fueron al hospital con lesiones. Serían en la muñeca de tanto cipotazo sin descansar ni a respirar. Apenas salió nada en prensa, por cierto.

    En alguna que otra ocasión, con aquello de la Ley Corcuera y el DNI en la boca, me pararon los de la secreta varias veces seguidas cuando andaba de paso en cualquier estación. La mala hechura, porque había bastante peña y siempre me tocaba a mí la china. Tampoco me dejaron entrar en España cuando regresaba de mis vacaciones en Marruecos a menos que les enseñara el pasaporte: es que les debe de espantar que alguien con lo que para ellos es tener pinta de árabe se la cuele. Sigue leyendo

¿Cita en Omagh?

La Peque, delante de mí durante el Camino de Santiago (1997)

     Como grabado a fuego lo siento, igual que si mi cuerpo fuera el de una res a la que acabasen de marcar en el Far West para ponerme un poco a salvo de los cuatreros. Y han pasado veinte años, pero no existe un verano que no lo recuerde, por más que, tal vez, los medios de comunicación no vuelvan a servirle de eco o vayan a mostrarse mucho más ocupados con el primer aniversario de los atentados de Barcelona y Cambrils..

     Sábado 15 de agosto de 1998, atentado en Omagh. A las 15:10 horas, un coche estacionado en la Market Street de la capital del condado de Tyrone en Irlanda del Norte, cargado con 225 kilos de explosivos caseros, detona asesinando a 29 civiles y dejando un total de 220 heridos. Entre las personas fallecidas se encuentran dos de nacionalidad española: la estudiante Rocío Abad Ramos, de 23 años de edad, y el niño Fernando Blasco Baselga, de 12. Pocos días después, el autodenominado IRA Auténtico, una escisión del IRA Provisional que no aceptó los Acuerdos de Paz del Viernes Santo firmados meses antes, reivindica la autoría del atentado, el más grave de todo el conflicto en Irlanda del Norte, e informa de que su intención no era provocar una masacre; simplemente no encontraron aparcamiento cerca del Palacio de Justicia, dejaron el vehículo en una calle próxima y los tres avisos telefónicos advirtiendo de la colocación del coche-bomba fueron tan inexactos que la policía llegó a evacuar a algunas personas a la zona aneja al vehículo.

     Aquel año, pasaba parte de mis vacaciones de verano en un Camping de Caños de Meca (Cádiz) junto a mi pareja y escuchamos la noticia por la radio. Terrible. Como no éramos demasiado aficionados a los móviles y entonces resultaban tan escasos como abiertamente prohibitivos en cuanto al precio, no fue hasta la tarde noche del mismo día, tras realizar una llamada desde las denostadas cabinas de teléfono a un amigo, cuando se nos heló la sangre.

     –Ha muerto la Peque.

     –¿La Peque? ¿Qué dices?

     La capacidad para asociar insensateces e inoportunidades sólo está al alcance de gente neurótica.

     –El atentado de Irlanda –nos dicen, y empezamos a asociar sin la más mínima insensatez ni inoportunidad. Sigue leyendo

¿En qué consiste el capitalismo?

capitalism_by_tasosantoniou

CAPITALISM by tasosantoniou

 

     Cuentan una anécdota los hagiógrafos de Francisco de Asís que, a fuerza de haberse transmitido tanto a través de Tomás de Celano como de Buenaventura o en las Florecillas, tiene bastantes visos de ser verídica.

     «Un novicio se acercó a Francisco y le dijo: ‘Padre, sentiría una gran alegría si pudiera conseguir un Salterio’. El bienaventurado Francisco le dijo: ‘Cuando tengas un salterio, anhelarás tener un breviario; y cuando tengas un breviario, te sentarás en un sillón como un gran prelado y dirás a tu hermano: ‘Tráeme mi breviario’».

     Hay quien extrae de esta leyenda que il Poverello d’Assisi proclamaba su rechazo al saber, a los libros y a la ciencia como fieles devotos del demonio. La cosa es bastante más simple si se dedica uno, aunque sea sólo un ratico, a leer la biografía y los textos que nos dejó el hijo de Pietro di Bernardone; lo que hizo Francesco fue augurar los excesos del capitalismo y de su hija predilecta: la sociedad de consumo.

     Tengo una amiga que se ha comprado este fin de semana una nevera.

     – ¡Ay, que falta nos hacía!

     – La necesitábamos ya.

     – ¡Qué contenta que estoy con la nevera!

     Fueron éstas las tres frases que más salieron de sus labios en apenas hora y media. Incluso como alelada se quedaba delante del aparatejo de marras.

     – Es que ya no nos cabía nada dentro.

     Eso fue la cuarta frase de rigor, que repetiría dos o tres veces tipo letanía. Que se había quedado pequeña. Huelga decir que la actual era como un armario empotrado de dos puertas.

     El caso es que, con su primera nevera, de esas de toda la vida que no tenían ni el congelador separado, en el piso vivían cinco personas, de buen comer, todo hay que decirlo, con dos nenas pequeñas metiditas en el padrón. Más tarde la cambiaron por una más moderna, no sé el tiempo, cuando seguían siendo cinco, más un arcón congelador; ahora, que sólo son tres  –y uno no a tiempo completo– tienen un frigorífico que parece sacado del chalé de la Preysler. Y ya verán qué hace la unidad familiar con el arcón; lo mismo se lo dan a alguien que lo necesite porque, por supuesto, ella ya no lo necesita. Sigue leyendo