«La mano» (1965)

Jirí Trnka creando algunas marionetas para

Jirí Trnka creando algunas marionetas para «Las aventuras del buen soldado Svejk»

Son menos de 20 minutos, el corto. Y suponen todo un legado, pues esta última incursión en el mundo del cine, pocos años antes de morir de manera prematura, del gran Jirí Trnka es uno de los más tristes y duros alegatos que pueden verse en pantalla sobre la libertad creativa.

Trnka, proveniente de una familia de fabricantes de marionetas, ya había mostrado su compromiso como autor a mediados de la década de los 50 llevando al cine en varios cortos la conocida novela antibelicista «Las aventuras del buen soldado Swejk» del también checo Hasek, y siguiendo la preciosa línea de animación stop-motion desarrollada especialmente por el director polaco Ladislaw Starewicz y que ha llegado casi sin modificaciones técnicas hasta la era actual, crea una historia conmovedora y dura que no deja resquicio para la bondad del Estado, que mata y cuando consigue su propósito se siente con la autoridad moral de hacer al fallecido un funeral con todos los honores. Aún sorprendente resulta que en el momento de su estreno pasara la censura comunista; algo rectificado con rapidez dejando el filme en el ostracismo durante veinte años.

Una absoluta delicia, que dio discurso y disparo de salida al característico cine de animación checo de directores de la talla de Jan Svankmajer.

«A sangre fría» (1966)

Capote by SimpsonsCameos

Capote by SimpsonsCameos

     «Cuando Dios te da un don, también te da un látigo, y el látigo es únicamente para autoflagelarse». Lo dijo Truman Capote, y quizá sería más que necesario recordar la frasecita y tenerla presente antes de meter la nariz entre las páginas duras y subyugantes de «A sangre fría». ¿Y eso? Es muy probable que hasta el propio escritor no la olvidara en una sola de las líneas que pulen su relato del horrible crimen cometido en Holcomb por Dick y Perry, y del que todo el mundo sabe ya las consecuencias (sin temor a spoiler). 
     Es fácil juzgar -casi todos lo hacemos a diario, se nos da de lujo-, lo jodido es entender, ponerte en el lugar de… «No critiques a tu hermano antes de haber caminado diez kilómetros en sus mocasines», que decía el proverbio indio. Perry y Dick son unos desgraciados, unos degenerados hijos de perra, sí ya lo sabemos… pero no hemos andado diez kilómetros, ni un solo palmo con sus mocasines. 

     Dicen, con algún margen de error pues ese logro habría de llevárselo quizá Rodolfo Walsh con «Operación masacre», que «A sangre fría» inaugura la época del llamado Nuevo periodismo, pero no restemos méritos al escritor estadounidense en ninguna de sus facetas. Si la virtud de un periodista habría de estar en no prejuzgar, en intentar -dentro de la absoluta imposibilidad de nuestra humana condición- ser imparciales, contar lo que ha pasado permitiendo que el lector/a sea quien se coma el tarro… justo es eso lo que consigue Truman Capote: tras leer la última hoja, el último renglón de la obra, los pensamientos, rabias, congojas con los que te quedaste a solas son exclusivamente tuyos, y no has de culpar a nadie por ellos, únicamente a ti. 

     Dick, minutos antes de ser ahorcado, y como absurda contradicción de lo que es su verdad nos clava sus últimas palabras: «Sólo quiero decir que no os guardo rencor. Me enviáis a un mundo mejor de lo que este fue para mí». Yo soy incapaz de verlo como ironía, será deformación profesional, por mi trabajo en una Comunidad Terapéutica con personas con problemas de drogadicción, donde casi a diario descubro lo cierto de la máxima de Renoir: «Lo terrible de este mundo es que todos tienen sus razones» (La regla del juego). Quien no haya hecho alguna burrada que tire la primera piedra.

     Imposible se me hace como cinéfilo no recomendar la excelente versión cinematográfica que, con idéntico título, realizó el británico Richard Brooks tan sólo un año después de la publicación de la novela de Capote. Algo más dúctil de digerir, desde luego, pero sin llegar a extremos.

     Y bueno, ya que me ha dado hoy por las frases, para quien no soporte la crueldad de la novela, para quien la acuse de espesa (no digo que no lo sea, pero el buen café debe ser así, sino no es café), he de terminar con otra de Capote: «El buen gusto es la muerte del arte». Adiós muerte, bienvenido Capote.

     Para no variar os dejo en compañía de unos fragmentos que dejan bien a las claras el estilo directo de Capote:

     «Antes de que lo amordazara, el señor Clutter me preguntó y ésas fueron sus últimas palabras, quiso saber como estaba su mujer, si estaba bien. Y yo le dije que sí, que muy bien, que estaba a punto de dormirse (…) Y no es que le estuviera tomando el pelo. Yo no quería hacer daño a aquel hombre. A mi me parecía un señor muy bueno. Muy cortés. Lo pensé así hasta el momento en que le corté el cuello.

(…) Pero no me dí cuenta de lo que había hecho hasta que oí aquel sonido. Como de alguien que se ahoga. Que grita bajo el agua. Le di la navaja a Dick (…) le entró pánico. Quería largarse de allí. Pero yo no le dejé. El hombre iba a morir de todos modos, ya lo sé, pero no podía dejarlo así. Le dije a Dick que cogiera la linterna y lo enfocara. Cogí la escopeta y apunté. La habitación explotó. Se puso azul. Se incendió. Jesús, nunca comprenderé como no oyeron el ruído a treinta kilómetros a la redonda.»


     «Harrison Smith, aunque apeló también a los presuntos sentimientos cristianos del jurado, tomó como tema principal los males de la pena capital.
-Es una reliquia de la barbarie humana. La ley nos dice que tomar la vida de un hombre no es lícito, pero a continuación da ejemplo de lo contrario, cosa tan malvada como el crimen que trata de castigar. El estado no tiene derecho a infligirla. No sirve de nada. No impide el crimen sino que abarata la vida humana y da lugar a nuevos delitos. Todo cuando pedimos es clemencia. Seguramente la cadena perpetua no es una gran merced.»

Paraíso distópico

Fahrenheit 451 by discogangsta

Fahrenheit 451 by discogangsta

     La habitación 101 está vacía y yerma; brigadas de bomberos no irrumpen en los salones a altas horas de la madrugada rastreando anaqueles como adiestrados sabuesos ausentes de alma y con las armas bien dispuestas a 451 grados Fahrenheit; en un principio catódico tampoco la hipnopedia indujo al inocente sueño de infantes. 

     No. 

     No hizo falta un Gran Hermano que observe; ni cuerpos especiales que transformen la libertad de los libros en cenizas; ni manipular la esperanza desde la natividad a golpe de cerebros lobotomizados y opiniones ajenas. No se hicieron necesarias sutilezas ni sobrehumanos esfuerzos a fin de cimentar un mundo feliz, de usurpar el derecho inalienable, de convenir la ruptura inmediata entre Consejo y los proles. 

     Las sociedades ideales y tan paradójicamente imperfectas maquinadas por las mentes lúcidas de Orwell, Huxley o Bradbury en la primera mitad del siglo XX, y que fueron invento febril de un presente caótico y un futuro nada halagüeño, han hallado un cumplimiento y un desahogo en tal forma y contundencia que ni los propios autores hubieran sido capaces de idear y extraer de su pluma. Este nuevo y real paraíso distópico para quienes ostentan la autoridad con brazo de hierro y con leyes de plomo hubiera sido tan inviable de creer que rellenaría las estanterías de política-ficción en cualquier librería o biblioteca hace apenas un cuarto de siglo.
     Fulanito, ciudadano de a pie con escasos ingresos, decide solicitar a su banco de confianza (manido concepto) un préstamo hipotecario; el banco, muy ducho en materia de trabucar el deber en base a sus propios y turbios intereses, aparte del consabido aval que asegure poder embargar los bienes a alguien solidario con los males de otros, le exige unas comisiones y un procedimiento abusivos e incluso ilegales para la Unión Europea. No obstante, si el tal Fulanito deja de pagar la susodicha hipoteca comienza el proceso de desahucio y se pergeña el acoso y derribo del ser humano impotente a manos de una orden firmada y enviada por un juez a los cuerpos de in-seguridad que ejecutan el varapalo, consintiendo entre todos como norma suprema que la casa sujeta a debate pase a propiedad de la entidad financiera y se apulgare casi siempre en tierra baldía de nadie, y conduciendo sardónicamente al desesperado infeliz, en innumerables y hasta silenciados casos, a abrazar idéntico final al de Bernard Marx. El banco en cuestión, el juez que ordena y la mano firme que ejecuta se van de rositas tras realizar desde el propio inicio de la secuencia variados y variopintos actos de flagrante ilegalidad. En este supuesto sí parece ser considerada inapropiada aquella máxima escuchada hasta el hartazgo por los pobres e iletrados de que “la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento.” Paraíso distópico.

     Zutanito, persona de moral distraída y director de vete tú a saber qué caja de ahorros de Madrid, es imputado por un juez justo -curiosa y casi arbitraria asociación- por delitos de apropiación indebida, falsedad documental, etc etc en virtud de los cuales decreta su prisión incondicional; la Fiscalía del Estado, de quien ha de suponerse que defiende estoicamente la más absoluta legalidad, opta entonces por solicitar la libertad bajo fianza del banquero al no existir riesgo de fuga mientras decenas de Zutanitos, con ínfimas posibilidades reales para huir de un país que también es suyo revientan sus huesos secos de pobres Lázaros en celdas pertrechadas de inmundicias y sin un perro flaco que les lama las heridas. Ordalía para los pobres. Y paraíso distópico 2.0.

     Menganito, desde su inviolable guarida como señor oscuro de Mordor, con la responsabilidad contraída y olvidada tras ser elegido por los seres disfuncionalmente libres cada cuatro años que creyeron en sus falacias electoralistas, no sólo ha incumplido con metódico e ideado proceder gracias a la vehemencia del nuevo Minver todas las promesas que le condujeron a habitar la torre espigada de Barad-dûr, sino que una pléyade administrativa de menganitos y zutanitos convenientemente adiestrada legisla, decreta, sanciona, recorta, obliga… sin que ni el delicado Céfiro logre que una sola de esas normas establecidas por los adustos Próceres y destinadas a los fulanitos de a pie les rocen siquiera con la punta de los dedos. Paraíso distópico 3.0.

     La habitación 101 está vacía y yerma, no hace falta vender miedo a quién ya tiene de sobra, pero también es al miedo al que invoco; al miedo de convertirnos en modernos hombres-libro y de vernos obligados a memorizar pasajes de Nabokov, Steinbeck, Bukowski porque sus obras han sido devoradas desgarradoramente por el fuego y a compartirlas a escondidas aun a riesgo de ser lanzados nosotros mismos a la hoguera como anunciara Heinrich Heine*. “En ese mundo no estaré en paz. Y sin paz, nunca.”**



* “Allí donde se queman libros se termina quemando también personas”
** Pyassa (Guru Dutt, 1957) Licencia Creative Commons
Paraíso distópico por Rafa Poverello se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://indignadossinparaguas.blogspot.com.es/2013/06/paraiso-distopico.html.

«Perramus» (1983)

Alberto Breccia by Taba26

Alberto Breccia by Taba26

Necesitaría 7 vidas y más páginas que El Quijote para elaborar una concienzuda y fidedigna reseña sobre “Perramus”. Ni tengo las vidas de un gato ni tantas páginas como El Quijote, por lo que tal reseña ni será concienzuda ni fidedigna, pues la única forma cierta de conseguir esa excelencia sería leer este maravilloso lienzo, perpetrado entre Sasturain y Breccia, al menos un millar de veces y renunciar explícitamente a dicho abordaje que ni me atrevo a comenzar. Demasiados piratas me esperan con tan escasas armas a mi disposición.

     Mi empresa ya fue harto difícil desde el empeño inicial de tener en mis manos esta inusual obra, creada y publicada en cuatro partes -de desigual aunque similar nivel- entre 1983 y 1990. En edición sólo la última: “Diente por diente”, del resto sin noticias de Dios e incluso ni presentes o disponibles en las sempiternas webs de segunda mano. Tal es así que me vi obligado a crear una sola ficha para todas ellas, en la única edición conjunta -creo que extinta- de 1990, pues resultó del todo imposible rescatar las de las tres primeras: “El piloto del olvido”, “El alma de la ciudad” y “La isla del guano”. Las dudas surgían en mi mente y colapsaron: ¿cómo era posible que este título, considerado por muchos críticos como un referente y la obra maestra de Breccia hubiera desaparecido del mapa y ninguna editorial decidiera reeditarlo? Tras su lectura se me despejaron todas las dudas… 

     “Perramus” es una novela gráfica muy difícil de querer por su propia idiosincrasia. Tal vez, para no conducir a engaño, la misma portada de cada edición lo deja cristalino: el dibujo exquisito de Breccia alcanza unos límites de experimentación que jamás en mi vida había visto. Desde el perfecto uso de la aguada a lo largo de toda la obra (considero que la técnica de dibujo más difícil con creces), pasando por el raspado a cuchilla para conseguir esos excelsos claroscuros tan característicos de su pluma (no en vano era conocido como el Maestro del blanco y el negro) o el recurso a aspectos del Pop Art (como el uso detallado de recortes o de la técnica del collage). A esta evidente dificultad para el gran público, más acostumbrado a la tinta o a los trazos firmes y definidos provenientes del estilo y diseño de los cómics norteamericanos o del mismo Breccia de Mort Cinder, se une el descomunal componente metafórico y alegórico que Sasturain le infunde a los guiones y que invita, una y otra vez, a detenerse, pararse a pensar y releer, sabiendo a ciencia cierta que ni así has llegado a comprender todos los matices políticos y sociales que desprenden sus páginas.

Perramus_02     Difícil de querer, lo acepto, pero necesario de acoger, con el cariño que estemos dispuest@s a otorgarle. Ese dibujo destrozado de Breccia, que tanto me recuerda a la etapa oscura de Goya, y los guiones satíricos y espesos de Sasturain son la evidente necesidad al sentido y significado de esta obra, culmen de la denuncia cínica y despiadada hacia las dictaduras y la falta de libertad y de ideales que, empiece donde empiece, termina abarcando a estados e individuos de una manera casi indisoluble: el “pan y circo” de Juvenal y que tan bien recuerdan los autores en uno de los episodios. El propio anti-héroe de la historia, Perramus, un cobarde que olvida que lo es, no tiene ni nombre -dicho término define una prenda tipo gabardina, símbolo quizá de la identidad ocultada para no ser eliminada-, y los “milicos” no disponen de rostros, son calaveras andantes, faltos de identidad, de humanización. Breccia y Sasturain optan por el derrumbe crónico y global a través de lo grotesco y lo metafórico, y en sus países imaginarios -que bien podrían ser los gobiernos de Chile o Argentina- nadie se salva, ni los gringos, simbolizados en una recurrente lluvia de mierda (perdón), ni la propia revolución, “una enfermedad que se cura con el tiempo”.

     …y nos queda Borges, alma de la historia, maestro de cultura y sabiduría cuando abre la boca, y ese “lugar” donde convergen cada uno de los personajes, reales o ficticios, que se hacen presencia: García Márquez, Osvaldo Pugliese, Richard Gómez… Todos tiene cabida en este universo paralelo que da miedo e interroga en virtud de tanta realidad.

     Termino con Kavafis, como el propio Borges: “cuando emprendas tu viaje a Itaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias. Llegar allí es tu destino. Mas no apresures nunca el viaje. Itaca te brindó tan hermoso viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene ya nada que darte”.