«A sangre fría» (1966)

Capote by SimpsonsCameos

Capote by SimpsonsCameos

     «Cuando Dios te da un don, también te da un látigo, y el látigo es únicamente para autoflagelarse». Lo dijo Truman Capote, y quizá sería más que necesario recordar la frasecita y tenerla presente antes de meter la nariz entre las páginas duras y subyugantes de «A sangre fría». ¿Y eso? Es muy probable que hasta el propio escritor no la olvidara en una sola de las líneas que pulen su relato del horrible crimen cometido en Holcomb por Dick y Perry, y del que todo el mundo sabe ya las consecuencias (sin temor a spoiler). 
     Es fácil juzgar -casi todos lo hacemos a diario, se nos da de lujo-, lo jodido es entender, ponerte en el lugar de… «No critiques a tu hermano antes de haber caminado diez kilómetros en sus mocasines», que decía el proverbio indio. Perry y Dick son unos desgraciados, unos degenerados hijos de perra, sí ya lo sabemos… pero no hemos andado diez kilómetros, ni un solo palmo con sus mocasines. 

     Dicen, con algún margen de error pues ese logro habría de llevárselo quizá Rodolfo Walsh con «Operación masacre», que «A sangre fría» inaugura la época del llamado Nuevo periodismo, pero no restemos méritos al escritor estadounidense en ninguna de sus facetas. Si la virtud de un periodista habría de estar en no prejuzgar, en intentar -dentro de la absoluta imposibilidad de nuestra humana condición- ser imparciales, contar lo que ha pasado permitiendo que el lector/a sea quien se coma el tarro… justo es eso lo que consigue Truman Capote: tras leer la última hoja, el último renglón de la obra, los pensamientos, rabias, congojas con los que te quedaste a solas son exclusivamente tuyos, y no has de culpar a nadie por ellos, únicamente a ti. 

     Dick, minutos antes de ser ahorcado, y como absurda contradicción de lo que es su verdad nos clava sus últimas palabras: «Sólo quiero decir que no os guardo rencor. Me enviáis a un mundo mejor de lo que este fue para mí». Yo soy incapaz de verlo como ironía, será deformación profesional, por mi trabajo en una Comunidad Terapéutica con personas con problemas de drogadicción, donde casi a diario descubro lo cierto de la máxima de Renoir: «Lo terrible de este mundo es que todos tienen sus razones» (La regla del juego). Quien no haya hecho alguna burrada que tire la primera piedra.

     Imposible se me hace como cinéfilo no recomendar la excelente versión cinematográfica que, con idéntico título, realizó el británico Richard Brooks tan sólo un año después de la publicación de la novela de Capote. Algo más dúctil de digerir, desde luego, pero sin llegar a extremos.

     Y bueno, ya que me ha dado hoy por las frases, para quien no soporte la crueldad de la novela, para quien la acuse de espesa (no digo que no lo sea, pero el buen café debe ser así, sino no es café), he de terminar con otra de Capote: «El buen gusto es la muerte del arte». Adiós muerte, bienvenido Capote.

     Para no variar os dejo en compañía de unos fragmentos que dejan bien a las claras el estilo directo de Capote:

     «Antes de que lo amordazara, el señor Clutter me preguntó y ésas fueron sus últimas palabras, quiso saber como estaba su mujer, si estaba bien. Y yo le dije que sí, que muy bien, que estaba a punto de dormirse (…) Y no es que le estuviera tomando el pelo. Yo no quería hacer daño a aquel hombre. A mi me parecía un señor muy bueno. Muy cortés. Lo pensé así hasta el momento en que le corté el cuello.

(…) Pero no me dí cuenta de lo que había hecho hasta que oí aquel sonido. Como de alguien que se ahoga. Que grita bajo el agua. Le di la navaja a Dick (…) le entró pánico. Quería largarse de allí. Pero yo no le dejé. El hombre iba a morir de todos modos, ya lo sé, pero no podía dejarlo así. Le dije a Dick que cogiera la linterna y lo enfocara. Cogí la escopeta y apunté. La habitación explotó. Se puso azul. Se incendió. Jesús, nunca comprenderé como no oyeron el ruído a treinta kilómetros a la redonda.»


     «Harrison Smith, aunque apeló también a los presuntos sentimientos cristianos del jurado, tomó como tema principal los males de la pena capital.
-Es una reliquia de la barbarie humana. La ley nos dice que tomar la vida de un hombre no es lícito, pero a continuación da ejemplo de lo contrario, cosa tan malvada como el crimen que trata de castigar. El estado no tiene derecho a infligirla. No sirve de nada. No impide el crimen sino que abarata la vida humana y da lugar a nuevos delitos. Todo cuando pedimos es clemencia. Seguramente la cadena perpetua no es una gran merced.»