«March. Una crónica de la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos» (2018)

Lewis recibiendo la Medalla por la Libertad

   John Lewis, que ocupa un puesto de congresista en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos por Georgia desde 1986, aparte de escupido, insultado, apaleado y encarcelado, fue arrestado más de 40 veces en la década de los años 60 del pasado siglo durante el movimiento por la defensa de los derechos civiles. Un icono, que aparece junto a Martin Luther King Jr. en el largometraje «Selma» y que fue uno de los oradores en la multitudinaria marcha a Washington en la que el Doctor King pronunciaría su famoso discurso «I have a dream».

    Huelga decir que Lewis es afroamericano y que de poco le sirvió su lucha por los derechos civiles en aras de ser reconocido en Estados Unidos, el país de las libertades; tuvo que ser Barack Obama, primer presidente afroamericano en pisar la Casa Blanca, el que le otorgara la Medalla Presidencial de la Libertad en 2010, a la vez que a la activista por su misma causa Maya Angelou (por más que en dicha ceremonia se le entregara también a ínclitas personalidades como George W. Bush o Angela Merkel).

    Más de dos mil personas se congregaron en el San Diego Civic Theatre en septiembre del año pasado para participar en un debate sobre la novela gráfica «March», de la que Lewis es coguionista junto a su asesor político Andrew Ayden: una crónica de la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos, tal y como su propio subtítulo indica. Y bien que merece tal asistencia. Sigue leyendo

Oportunidades

no education by dumbpuppet

     Alba tiene diez años, la piel blanca como la leche y una risa de grandes paletas tremendamente escandalosa. Tiene dos hermanas más pequeñas que ella y a las tres les cuesta la misma vida ir al colegio; no es falta de motivación, ni desgana, pero su mamá trabaja hasta muy de madrugada en un bar para sacar los únicos y escasos ingresos familiares y, habida cuenta de que la pareja muestra tanto interés en la educación como una oruga en la descomposición del átomo, es ella, con sus diez añitos, quien, de buena mañana, tiene que despertarse, llamar a sus hermanas, preparar algo de desayuno caliente y poner la mejor de sus sonrisas de grandes paletas para evitar que pinten bastos en la escuela y la educadora retome la matraca de que, como sigan faltando a clase, van a retirarle la custodia.

     Luego están los chicos y chicas voluntarios del colegio de Las Esclavas que se distribuyen equitativamente para acudir a la sala de lectura alrededor de hora y media una tarde a la semana para echar una mano con las sumas, las restas, la a y la e a niñas como Alba que apenas tienen un sitio tranquilo en casa para realizar las tareas o nadie que pueda sacarles del embrollo de verse en la santa obligación de resolver una división. Estos adolescentes de Las Esclavas no tienen que faltar a clase cuando, según la dirección del centro, puede que se encuentren algo agobiados –y parece ser que, en estos tiempos peculiares de importancia elata a la competencia y a las buenas calificaciones, es una decisión bastante común en bachillerato–: sencillamente, durante la época de exámenes globales suspenden las clases y, ale, a entregarse con plena conciencia y dedicación a ser los mejores del instituto. Es tal el estrés que deben de sostener los pobres que, en ese período, tampoco acuden a la sala de lectura en su solidaria hora y media semanal.

      Alba se sigue levantando esa semana a las seis y pico de la mañana para que no le retiren la custodia a su madre, faltaría más.

      Lo mismo podría referir algo más, pero me siento tan triste que no encuentro palabras. Todos somos iguales. Lección de justicia.

Vox que grita en el desierto

Two Worlds, by Mello

     Deme ha tenido que leer mi entrada del lunes. Don Demetrio Fernández González me refiero, obispo de Córdoba; perdonen las familiaridades, pero es lo que tiene la fraternidad, que da algo de confianza por más que, ni mucho menos, lo haya elegido yo como hermano. Desde luego hermano en la fe, va a ser que no, espero que me sirva de excusa.

 

     Le habrá jorobado leer a un católico hablar bien de la iglesia como pueblo de Dios y gozarse del feminismo y, por alusiones, se habrá visto constreñido a intervenir, escribir su carta pastoral de la semana y dejar claras las bases y la fundamentación de su teología y su concepto de Dios, ese que, al ser Padre, nos hace hermanos a él y a mí, aunque no me apetezca en absoluto.

 

     Para saber un poco de la alegría a espuertas del prelado mayor de la ciudad de los Califas por el espectacular vuelco electoral en Andalucía, es menester recurrir a los datos objetivos, no vaya a resultar luego que nos estamos inventando ideas. PP y Psoe han perdido escaños, así que por ahí no debe de ir la alegría, y el único cambio evidente más allá de la subida de Ciudadanos, es la irrupción de Vox. Ante tal panorama, Demetrio se lanza al dislate de aupar a Andalucía como pionera de un cambio social que espera se realice en el resto de España. Bueno, en realidad, este hecho en sí, es una mera opinión y un deseo personal, lo del disparate es asociar la subida de la ultraderecha con «hacer un mundo nuevo, más justo, más humano, más fraterno, más con Dios y más para el hombre». Esta retahíla de adjetivos unidos al programa de la ultraderecha dejan tres posibilidades que, por desgracia, no son autoexcluyentes:

  • el obispo es un ignorante

  • el obispo es un imbécil

  • el obispo es un inconsciente

     Existe una cuarta opción, tampoco autoexcluyente, pero que da un poco de repelús apuntar por más que, con una ligera reflexión sea una de las conclusiones más evidentes a las que llegar: el obispo no es cristiano.

 

     A saber; Don Demetrio, aparte de mezclar churras con merinas y unir tal amalgama de ideas sobre educación libre, eutanasia, aborto… que no sabe al final uno por donde va a salir la cosa, centra su diatriba en el debate eterno sobre la persecución de la fe católica, pero sin dar un solo argumento y sacando a colación como ejemplo la titularidad de la Mezquita (perdón, Catedral). Por más que Jesús, ese tipo raro al que dice seguir, comenta en un par de apartadillos de su programa electoral que «al que quiera ponerte pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa» (Mateo 5, 40) o que «a todo el que te pida, dale, y al que te quite lo que es tuyo, no se lo reclames» (Lucas 6, 30). Y eso que la Mezquita, de la Iglesia, no es que esté claro precisamente que sea.

 

     La verdad es que sobre educación libre (aparte de lo que se entienda por libre), aborto o eutanasia no podemos encontrar ni una sola palabra en boca de Jesús. Podemos hacer elucubraciones mentales al respecto de los motivos de ello, pero la realidad es que, a lo largo de los siglos de historia de la Iglesia, incluso sobre el aborto ha habido diferentes posturas siendo Tomás de Aquino en el siglo XIII más abierto de mente que la jerarquía actual. Y no, por más que nos empeñemos no tiene nada que ver el asunto con los estudios y los conocimientos de biología de la Edad Media, porque no es que la Iglesia del siglo XXI se muestre generosa con los avances científicos en la genética. Todo ello dando por sentado que el único partido con representación que rechaza de pleno la Ley de Plazos y no considera la interrupción voluntaria del embarazo como un derecho es Vox. Sigue leyendo

«La senda del perdedor» (1982)

Charles Bukowski, painted portrait, by Abode of Chaos

     Puede que hermoso no sea la mejor forma de adjetivar de modo natural lo triste, pero sumergirse en el caos vital a través de las palabras de Bukowski se le parece algo.

      Difícilmente puede calificarse de hermosa su novela «La senda del perdedor», y sea tal vocablo solo una irreal descripción que negaría hacer justicia a la obra, un auténtico chute de realidad, de revelación indeseable que te golpea con un uppercut tras otro (como tantos que recibe Hank, el protagonista/alterego de Bukowski) y logran hacerse presentes en frases lapidarias que escuecen a quienes, podíamos decir, nunca hemos carecido de nada: «observé cómo salían del agua relucientes, jóvenes e invictos (…); y, sin embargo, se perdían algo de la vida porque no habían sido puestos a prueba aún. Cuando la adversidad alcanzara sus vidas posiblemente llegara demasiado tarde o fuera demasiado poderosa. Yo estaba preparado». O esta, cruel: «la gente sólo piensa en las injusticias cuando les suceden a ellos».

      Leyendo sus líneas, resulta casi irremediable pensar en Holden, el protagonista de la novela de Salinger «El guardián en el centeno», y en el Ferdinand de «Viaje al fin de la noche» de Céline (con quien tiene más puntos de conexión nuestro abrazable Hank Chinaski); todos profundamente autobiográficos, aunque algunos más de cartón piedra, porque por más que el protagonista de Céline esté revestido de mayor consistencia y pueda ser mucho más influyente (eran principios de los 30) hay diferencias, quizá marcadas por un halo de exclusiva dignidad, que me hacen más comprensible a Hank y que las comparte él mismo, sea a modo de autobiografía o de dolor: «soy infeliz. Si fuera cínico probablemente me sentiría mucho mejor». Sigue leyendo