Ángeles

     A veces cuesta, no insultar, no cagarse en la nación de mucha gente que más asco no pueden dar. Cuesta contenerse, y eso que yo, aunque puede que me valga una pedrada y que nadie siga leyendo esta entrada, soy de los que tienen dudas de que el asesinato de Samuel se llevara a cabo por su condición sexual. Que no digo que no, y que es una burrada que de entrada se descarte esa posibilidad como hizo al principio la poli, que sí que ve delito enseguida en un tweet metiéndose con el jodido rey ladrón de los cojones, pero simplemente tengo algunas dudas.

     Cuesta tratar de no llevar al plano subjetivo cada burrada que ves, cada injusticia. Sí, cuesta no mearse encima de determinadas opiniones que lo único que hacen es restar derechos y tratar como gente de segunda a decenas de miles de personas por su raza, por sus pelas, por amar a quien no consideramos oportuno amar. Hay que ser muy gilipollas y tener la capacidad de raciocinio y de reflexión de una ameba.

    Una amiga se va a morir, más pronto que tarde. Tiene esclerosis múltiple desde hace una barbaridad de años y pocos meses atrás le diagnosticaron cáncer de colón. Se negó a tratarse, con toda la dignidad que esa decisión lleva consigo, y el equipo médico le dio cuatro, cinco días de vida el viernes pasado. Se llama Ángeles mi amiga, y es difícil que la casualidad acierte tanto en un nombre. Ha sido siempre un ejemplo de ganas de vivir, de gozar el presente, de la situación por jodida que se presentase. Sonrisa cuasi perenne, guasa generalizada, porros cuando era necesario para el dolor. Una libertad de las de verdad, no de esas con las que se nos llena la boca como una ayusada divertida que lo que dan son ganas de escupirle en un ojo por no saber ni de lo que habla.

     Ángeles tiene mi más profundo respeto, desde siempre, mi cariño, mi ternura… pero su compañera, Mercedes (ambas conviven desde hará alrededor de veinticinco años), a quien primero conocí hace casi treinta y cinco, no me atrevería a decir que más, pero seguro que el mismo cuanto menos. Realmente no hay palabras firmes capaces de describir la fidelidad, el compromiso, la entrega, la tarea ardua y fatigosa de los cuidados… No hay nada con qué demostrar, sin renunciar a la mayor parte de la dura verdad diaria, el amor que estas dos mujeres se han mostrado y se siguen mostrando hasta el último hálito de vida. Da igual sus caracteres tan compatibles como contradictorios, los cabreos, la inquietud, el «estoy hasta el chichi de llevar meses sin dormir…»

     Luego viene el listo o la lista de turno, desde su púlpito, su estrado, su red social, aportando a la comunidad que esto no se puede llamar matrimonio, minimizando determinadas relaciones, sacrificios, desvelos y añoranzas, que no son como las otras, las normales. Porque tú lo digas, subnormal (con perdón para las personas con diversidad funcional), imbécil, descerebrado, inane, chambón, incapaz, ignorante, contumaz, vano, arbitrario, tendencioso.

     Joder, si cuesta no insultar.

     Te quiero, Ángeles, te quiero, Mercedes. Muchas gracias por todo, absolutamente.

«Proscritas: cinco escritoras que cambiaron el mundo» (2020)

        Según el estudio recientemente elaborado por el medio Newtral, dentro de las cinco asignaturas de 2ª de Bachillerato en las que figuran nombres y apellidos de autores o autoras y que se deben de estudiar para la EBAU (la nueva prueba de acceso a la Universidad), menos de un 5% corresponden a mujeres. Realmente, de las cinco asignaturas, solo aparecen mujeres en una: Fundamentos del Arte II, mientras en el resto el porcentaje es cero patatero: Historia de la filosofía, Historia del Arte, Historia de España y Cultura Audiovisual. De 419 personas, solo 20 son féminas. Podríamos ponernos a debatir sobre las cuestiones esas en las que entran quienes opinan que eso se debe simplemente a la importancia de los personajes históricos o entran a evaluar, con escasa capacidad de análisis o cuáles podrían ser los motivos, que es que siempre ha habido menos mujeres en todos los campos. En realidad, que determinadas mujeres no sean ni nombradas en esas asignaturas se debe a la ignorancia y la falta de rigor, que debería de ser peor para las personas, supuestas elabora los currículos de Bachillerato al ser mero hecho objetivo, que la acusación –cierta también en el trasfondo de la cuestión– , del filtro machista y patriarcal por el que estudiaron, estudian y hacen estudiar con dicho sesgo. Con dos ejemplos a lo mejor me hago entender mejor: Alice Guy fue pionera en el cine, de hecho se convirtió en la primera persona en realizar una película de ficción y que pudo vivir del cine; a día de hoy, prácticamente sigue sin aparecer en los libros de historia del séptimo arte, como tampoco lo hace en el temario de Cultura Audiovisual II de 2ª de Bachillerato. Lo mismo podemos decir de Susan Kare, una de las más importantes diseñadoras gráficas de empresas como Apple o Microsoft e iniciadora del Pixel Art, fundamental en redes sociales y publicidad; tampoco aparece, claro.

    ¿Y a qué viene esta introducción sobre un ensayo biográfico de escritoras proscritas que vivieron en el siglo XIX y principios del XX? Porque podría ser que caigamos en la tentación de pensar que estas cosas, a Dios gracias, ya no pasan, que qué penita lo mal que lo pasaron Mary Shelley, Emile Brontë, George Elliot, Olive Schreiner y Virginia Woolf –entre otras muchas– por la época en la que les tocó vivir. Solo existe un aspecto claro en el que se ha avanzado, y no quizá porque no se sienta esa discriminación, sino, más bien por el cambio de mentalidad de las propias mujeres: todas las autoras que aparecen en el ensayo excepto Virginia Woolf se vieron impelidas a publicar sus novelas de manera anónima o bajo seudónimo masculino para que vieran la luz. Sí, tanto Frankenstein como Cumbres Borrascosas se editaron por primera vez bajo autor desconocido y el público dio por hecho que habían sido escritas por varones. De hecho, cuando varios años después se dio a conocer a las escritoras fueron criticadas duramente porque lo que se exponía, y cómo se exponía, no estaba bien visto en una dama. Tanto Mary Ann Evan como Olive Schreiner lo hicieron bajo seudónimo: la primera de por vida con el nombre de George Eliot; la segunda, en su primera novela, Historia de una granja africana, con el de Ralph Iron. El caso de Virginia Woolf es totalmente distinto, tanto por el círculo de amistades como porque ella y su marido Leonard fundaron una editorial propia en 1917, Hogarth Press, donde publicó toda se obra a excepción de su primera novela: Fin de viaje (1915), que lo hizo un la de su hermano paterno Gerald Duckworth. Continue reading

Qué te impide abrazar a un subsahariano

    A decir verdad, he de reconocer que el título de esta entrada intrascendente iba a ser algo así como «qué moralidad enferma y despreciable tiene una persona que es capaz de sacar odio de esta imagen». Pero que haya que explicar estas cosas es de escuela infantil, como tener que debatir por qué no es muy normal ni respetuoso escupirle en un ojo al vecino del quinto, aunque te caiga fatal, cuando coincidas con él en el ascensor; así que mejor partir de la otra pregunta, la de los impedimentos para realizar algo.

    Dijo Voltaire que «si quieres saber quién te controla, mira a quién no puedes criticar», y partiendo de esa base, que considero poco discutible, así como del contexto no es difícil sacar determinadas conclusiones. Más allá del posible interés mediático de nuestro país en su enconada lucha de control fronterizo con Marruecos, los hechos objetivos son que, el pasado 18 de mayo, tanto el GEAS de la Guardia Civil como el ejército y personas voluntarias de Cruz Roja rescataron a decenas de menores de morir ahogados en las aguas de Ceuta. Hay infinidad de fotos que así lo atestiguan, pero a los bichos desalmados de siempre no les da por criticar al ejército o a la benemérita, sino a Luna, una cooperante de Cruz Roja, la más indefensa del grupo de rescate, por abrazar a un chico subsahariano que lloraba tras llegar a la costa. Luna tuvo que cerrar sus redes sociales debido a la cantidad de burradas, insultos y amenazas que estaba recibiendo por parte de la España cañí más reaccionaria y ultraderechista. Continue reading

3+2

     Hace más de quince años, cuando me dedicaba a compartir la mayor parte del día con personas con diversidad funcional en una Unidad de Estancia Diurna, había una chica, Sonia, de veintipocos años y una moderada alteración cognitiva, a la que cogió por banda un voluntario para llevar a cabo el inconcebible propósito de que aprendiera a sumar. Ramón, que así se llamaba el voluntario, la conducía cariñosamente a una zona más independiente de la casa, a fin de que Sonia no perdiera concentración y colocaba dos filas de lápices de colores (también lo hizo con caramelos, que podían llamarle más la atención) lanzando finalmente la ecuación, porque eso era para Sonia: «¿cuántos son tres más dos?».

     La susodicha miraba las dos filas de lápices (o caramelos) y observaba cómo Ramón iba desplazándolos de uno a otro lugar hasta sumar el número exacto. En ocasiones miraba al techo, con la mano apoyada en la barbilla, o a Ramón y sonreía. Así se tiraban alrededor de veinte minutos varios días por semana. La mayor parte de las veces, cerca del minuto diecinueve, tras numerosas respuestas aleatorias, Sonia acertaba, decía cinco (o seis o siete si había logrado subir su nivel académico en esa tarde ociosa) y Ramón aprovechaba ese momento para sentirse satisfecho, al menos hasta el próximo día en el que, obviamente, Sonia no recordaba lo más mínimo de lo que había aprendido la jornada anterior.

     Huelga decir que la chica tenía sus limitaciones cognitivas, pero el maestro también demostraba las suyas con tan insólita insistencia.

    Y así sucede, a una y otra parte, en el día a día. Por un lado, el problema es esa manía de querer hacer ver a toda costa a quien no puede, pues tiene la capacidad limitada por la obcecación y por las orejeras esas que no permiten contemplar nada más allá del camino preconcebido; por el otro, da igual que dos más tres sean cinco, si hace falta se lanza el órdago de que las matemáticas son bolivarianas, y resulta que dos más tres puede ser otro resultado aleatorio: seis, diecisiete, veinticinco… como los que soltaba Sonia para que la dejaran mirar al techo en paz.

    Por eso no voy a dar datos, que están en todas partes, acerca de las mentiras sobre inmigración, MENAS, el motivo por el cual la abuela cobra una pensión de mierda o por qué insultar a quién se me opone, no dejar hablar o crear constante crispación no entra dentro de los cánones de la ética y la moral. Porque un ciego no puede ver ni un sordo oír y si se obrara el milagro, siempre quedaría el recurso obtuso que me contaba mi padre de chico de aquella madre que fue a la jura de bandera de su retoño: «mira, todos van con el paso cambiao menos mi Rubén».

     Lo malo es callarse en general, no solo con la gente que miente, difama o discrimina a sabiendas, con la caña de excusa que también hemos oído cienes y cienes de veces: «las mentiras tienen las patas muy cortas», o «se pilla antes a un mentiroso que a un cojo». Claro, eso mismo pensaba yo el viernes, 23 de abril, Día Internacional del libro en honor a la muerte, ese mismo día de Shakespeare y Cervantes (del Inca Garcilaso no digo nada porque, a pesar de ser, en realidad, el único que falleció ese día, solemos ignorarlo bastante –será por su ascendencia india–). Sí, criaturas, que la UNESCO podrá cantar misa cuando lo declaró en 1988, y Victor Hugo, que es probablemente de donde viene el malentendido allá por el siglo XIX, pero Cervantes murió el día 22 con casi absoluta certeza y Shakespeare a principios de mayo. Ya ves lo cortas que tienen las patas las mentiras. Cortísimas, estas vienen, mínimo de 1863. Lo mismo es que a nadie en estos años y décadas le ha dado por investigar un poquitín, como ahora, vaya, que es más sencillo creerse a pie juntillas un meme que ponerse uno a leer estudios científicos y los datos del Ministerio del Interior, de la Unión Europea o del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Al fin y al cabo, ¿no son todos unos vendidos el social-comunismo?