«¿Quién le zurcía los calcetines al rey de Prusia mientras estaba en la guerra?» (2013)

    La belleza no se puede explicar. Hay gente que lo intenta: quienes escriben, componen, incluso mindundis como yo. Pero, en realidad, como sucede con el amor, la esperanza o el placer, es imposible desbrozar el sentimiento, cada sensación, lo que nos provoca cada instante en el que se hace presente cualquiera de esos sentimientos. La belleza, el amor, la esperanza o el placer tienes que experimentarlos. La persona que escribe, compone o es mindundi como yo, sabe que todos los seres humanos hemos vivido en algún momento esas verdades intangibles y tienen capacidad de abstracción, por eso suele ser relativamente sencillo (y falso) el uso de comparaciones, de la hipérbole, mostrar las lágrimas o el gemido, y aún de forma más cutre colocar de fondo una música melancólica. Todo el mundo que no esté afectado por un trastorno lo entiende.

    Lo realmente difícil es hacer sentir desde el silencio, desde la nada, desde el puro trámite y la supuesta intrascendencia. «¿Quién le zurcía los calcetines al rey de Prusia mientras estaba en la guerra?», la novela gráfica que nos ocupa, tiene como título un obvia pregunta retórica que mucho tiene que ver con esos supuestos hechos intrascendentes: ¿quién leñes le va a zurcir los pantalones y hacerle los mejores platos al rey cuando está en la guerra? La madre, ¿quién si no?.

    Precisamente por todo a lo que hemos hecho referencia, se hace complejo, y hasta absurdo, escribir más de unas escasas líneas sobre este sencillo y espectacular cómic que va sobre la entregada vida de cuidados de una madre. Como podría ser cualquiera. Y por eso, porque no hay comparaciones, ni hipérboles, ni apenas lágrimas o gemidos, ni música melancólica de fondo, sino tan solo silencios y trámites es necesario leerla. Para entrar en esa nada de los cuidados y del amor que lo es todo, aunque nada diga.

     Puedes descargar la novela gráfica completa en castellano pinchando encima de la imagen.

Prohibir el suicidio

    A todas y cada una de las almas de bien pro-vida, repletas de preocupación por la dignidad de todo ser humano, y de manera preferencial de aquellas personas con paraplejía, tetraplejía o enfermedad terminal que deben de vivir por cojones (o porque lo dice Dios Todopoderoso, que no sé qué es peor).

    Tengo una mala noticia que transmitiros. Mala no, nefasta. Allá voy, y espero que sepáis entender que esta información la digo por un bien, porque se os escapan las mejores y algo habrá que hacer: el suicidio no es delito en España; digo más, la tentativa de suicidio, tampoco.

    Ya, habráse visto, ¿verdad? Vergüenza de país. ¿Cómo es posible que cualquiera pueda tirarse por un balcón, colgarse de una viga, cortarse las venas o tragarse un bote de pastillas y que nadie haga nada? Además es la primera causa de muerte no natural en España: cerca de 3.700 personas se quitaron la vida en 2017 (que suele ser la media anual) y, encima, ¡la mayoría hombres! ¡Un 70%! Y vosotros, peña de la derecha y de la ultraderecha, preocupados por la minucia de la eutanasia y el suicidio asistido. Moco de pavo, lo que hay que hacer es legislar cuanto antes para que el suicidio esté penado, y ¿qué más dan las causas (desahucios, situación de paro, pobreza, exclusión…)? Lo importante es la sacralidad del derecho a la vida. Que te tiras de un puente y sobrevives, al talego, hubieras estado más espabilao y te hubieses lanzado desde un noveno piso. Lo que no puede permitirse en una democracia que se precie de serlo es que casi todo el mundo se pueda suicidar cómodamente sin tener consecuencias penales y ahora nos dediquemos a condenar sin tapujos a otra parte de la población que para poder hacerlo necesita un empujoncito (perdonad el chiste fácil, pero es que venía a huevo). Sigue leyendo

«Perorata del apestado» (1981)

Tuberculosis Hospital II, by baleze

Sinopsis:

En 1946, en un sanatorio para tuberculosos de la Conca d’ Oro -castillo de Atlante y campo de exterminio-, unos singulares personajes, supervivientes de la guerra y presumiblemente incurables, pelean débilmente consigo mismos y con los otros, en espera de la muerte. Largos duelos de gestos y palabras; de palabras sobre todo: febriles, tiernas, barrocas a tono con el barroco de una tierra que ama la hipérbole y el exceso. Tema dominante: la muerte que se propaga sutilmente, se disfraza, se esconde, se extravía, musicalmente reaparece. Y todo esto entre los ropajes de una escritura en equilibrio entre el desgarro y el falsete y en un espació siempre más acá o más allá de la historia…que podría incluso simular un escenario o la niebla de un sueño.

     Puede ser que Bufalino no sea Conrad (a quien recuerda en esos personajes que sienten en infinidad de ocasiones lo contrario de lo que hacen o dicen) ni Borges (aunque su dominio del lenguaje nada tiene que envidiarle), pero quien ame la Literatura (sí, con mayúsculas) ha de leer a este señor. Y no pretendo, al señalar a estos dos dificultosos autores, quitar las ganas a nadie, antes al contrario, simplemente apuntar que su prosa, su estilo son bellísimos, aunque te obligue a revisar cada párrafo un par de veces si no deseas perderte cada detalle o matiz sinuoso; o precisamente por eso, porque has de leer cada capítulo como un cuento de aprendizaje crepuscular y pensártelo mucho antes de decidir pasar de improviso al siguiente.

     En mitad de su lectura, y casi al terminar, recuerda por momentos a Céline y su condenado ‘Viaje al fin de la noche’, por el enfoque tan distinto y vital que nos ofrece Bufalino, tan lleno de esperanza en mitad de tanta muerte. Y entonces, justo entonces  aparece un párrafo que confirma mis anhelos: «Yo había realizado un viaje, un viaje importante,pero ahora era difícil entender si entre los ángeles o bajo la tierra». Sigue leyendo

«The Woman Who Left» (2016)

Lav Diaz, by wise_kwai

    He oído decir reiteradamente de Lav Diaz que es un magnífico director. Digo que lo he oído porque «The Woman Who Left» es el primer filme suyo que he tenido el placer de disfrutar y no va a tener uno la desfachatez de generalizar y ponerse a hacer un estudio de sus bondades con solo una muestra. 

    La verdad es que, las películas de Diaz, son sin duda de las que tiran para atrás: filipino, exponente del cine lento, fotografía en blanco y negro y de una duración que haría palidecer de insignificancia a «Lo que el viento se llevó». De hecho, «The Woman Who Left» (con la que rompí mi virginidad con el director), a pesar de sus 3 horas y 48 minutos de eslora, se encuentra de largo, entre las más cortas. Y gracias a la generosidad de Diaz al realizar un filme de menos de cinco o seis horas creo fehacientemente que ha conseguido un nuevo acólito.

    Aunque Diaz lleva rodando desde la década de los noventa del pasado siglo, su cine permanecía desconocido en occidente hasta 2013, cuando su película «Norte, The End of History» fue seleccionada para su proyección en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes. No pasó entonces a ser director de masas como es fácil de entender, si bien su obra comenzó a acumular galardones en diferentes festivales; el último el año pasado con la cinta que nos ocupa, que se alzó con el León de Oro en el festival de Venecia. Sigue leyendo