«L.A. Confidencial» (1990)

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James Ellroy by raschiabarile

    Como novelista debe de dar bastante coraje que te conozcan por la película, buenísima, que escribieron otros de alguna de tus obras. De lo peor: “¡ah, ¿pero está basada en un libro? Pues seguro que no es mejor que la peli”.

    James Ellroy, del que tenemos la suerte de que siga vivo mientras escribo estas líneas, nació en Los Ángeles en 1948. Su infancia transcurrió en la época ideal para que algún o algunos desalmados asesinaran a su madre mientras iba a la ciudad, dejándolos, a ella tirada en mitad de un descampado, y a él huérfano por partida doble. Nunca se llegó a descubrir a las personas responsables del crimen. Como es de suponer, tamaña experiencia, terrible y dramática donde las halla, marcó las preocupaciones vitales de Ellroy que se reflejan conspicuamente a lo largo de su obra: corrupción, violencia, desesperanza y nihilismo. Con estos adjetivos sobra decir cuál fue el género que le ayudó a espantar -o al menos asustar un poco- a sus fantasmas: novela noir, hard-boiled o como queramos llamarle.

    Y bueno, sí, la novela L.A. Confidencial es mejor que la película de Curtis Hanson (para los incorregibles diremos que, al menos, es igual). Aunque sea porque es anterior, aún más compleja y ácida y porque, como el porcentaje de lectores es infinitamente menor que el de cinéfilos, Ellroy no tuvo que pensar si aquel párrafo o aquella escena tan explícita iban a censurárselos o resultaría desagradable para el público. Sigue leyendo

Sufrir sin dignidad

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Empatía, por Luiso García

    Debatíamos hace poco en una reunión acerca del antropocentrismo, del especismo y del animalismo. Como era de suponer, habida cuenta de las propias definiciones que unos dicen y otros rechazan nos vimos avocados a hablar sobre un concepto tan etéreo como la dignidad. Posturas enfrentadas y difíciles de argumentar con la debida objetividad. Es como ponerse a hablar del aborto, de la felicidad o de los derechos humanos universales. Todos son temas morales y filtrados necesariamente por nuestra escala de valores y nuestra filosofía de vida, los cuales, a su vez, dependen de experiencias personales o una determinada sensibilidad.

    ¿Quién decide lo que es la dignidad, quién la tiene o si es algo que viene impostado de nacimiento? Recurro a la RAE, como suelo hacer, a ver si me aclara algo: cualidad de digno. Y echo un ojo a la palabra digno/a.

Del lat. dignus.

1. adj. Merecedor de algo.

2. adj. Correspondiente, proporcionado al mérito y condición de alguien o algo .

3. adj. Que tiene dignidad o se comporta con ella

4. adj. Propio de la persona digna.

5. adj. Dicho de una cosa: que puede aceptarse o usarse sin decoro. Salario digno, vivienda digna.

6. adj. De calidad aceptable. Una novela muy digna.

    Por si había dudas, ahora surgen más. Se pone uno a leer con detenimiento las definiciones y hay algo común a todas ellas: la dignidad parece depender en mayor grado de algún condicionamiento externo que decide que cierta persona u objeto es merecedor, tiene suficiente mérito o condición, o se adapta a determinada calidad. Difícilmente puede algo resultar más subjetivo. Sigue leyendo

«Frankenstein 04155» (2015)

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Tragedia en Santiago de Compostela by Emijrp

     Aunque no es fácil elegir el documental que más asco me ha hecho sentir de formar parte de la raza humana, pues muchos hay, no puedo evitar recordar una vez y otra “The Cove” (2009), sobre la matanza anual de delfines en el Parque Nacional de Taiji, Japón. Como por norma, soy bastante vehemente con los EE.UU., en este caso podría sacar casi una lista interminable de los que defenestran su imperio, aunque podría elegir con el entusiasmo de la vergüenza “Hearts and Minds” (1974), que retrata los efectos de la invasión en Vietnam. Hoy, por suerte o por desgracia, me toca compartir mi más profunda repugnancia hacia este país de caudillos y dictadores tras ver (y sufrir) el documental “Frankenstein 04155”, del director gallego Aitor Rei.

     Frankenstein era el apodo que, en los círculos ferroviarios, le pusieron al malogrado Alvia 04155 que descarrilara en la tristemente famosa curva de A Grandeira en Angrois, causando 80 muertos (78 según la policía científica) y 145 heridos. Al final, como en el Yak-42, en el Spanair o en el metro de Valencia, el culpable era el maquinista o el piloto. Se depuraron todas las posibles responsabilidades políticas.

     Y es que, lo más terrible y dramático del documental de Rei, no es ver de corrido y machacaditas todas y cada una de las irregularidades y parches a nivel de seguridad que se llevaron a cabo para poner en funcionamiento el AVE rumbo a Galicia con la premura que dan unas elecciones, ni los lloros, ni la impotencia de las víctimas, ni las mentiras de los de siempre, ni la impunidad. Lo terrible y dramático del filme lo resume el padre de una de las víctimas, con una lucidez cristalina, mientras recordaba las palabras ejecutadas como una sentencia por José Blanco, entonces Ministro de Fomento, ante las cámaras de televisión.

     “No me arrepiento de nada”.

     Uno de los máximos responsables de que sobreviniera la tragedia muestra en abierto, delante de todo el planeta la misma conciencia que un colín. Sigue leyendo

«Muerte accidental de un anarquista» (1970)

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Death of an anarchist by neopren

     Con el trasiego este del año enterito que vamos a estar sin gobierno (o con un gobierno en funciones, que recalca que sólo puede tomar decisiones en lo que le interesa seguir tomando decisiones) no puedo menos que echar un ojo a estos meses pasados y compartir la obviedad, a ojos vista, de que no se nota mucho la estancia en la que nos hallamos más allá de los miedos que tratan de volcar sobre las personas de a pie acerca de los bloqueos presupuestarios (aunque sus señorías siguen cobrando religiosamente cada mes por tocarse las partes nobles) y del desastre de tener que votar en Navidad, como si no se hubiesen podido valorar otras opciones.

     Sí, el desgobierno es el caos, como bien se encargan de repetir una vez y otra desde las instancias de poder aunque nada haya dejado de funcionar por el momento o cuando interesó, la Europa democrática, impusiera un gobierno de tecnócratas en Grecia o Italia hace un lustro. Quien manda es la Troika, así que importa un pito que nos pasemos veinte años más votando como si fuésemos borregos camino del matadero. Eso no va a pasar, claro, porque para beneplácito de la Europa rancia y fascista, en las terceras elecciones van a ganar los fieles apóstoles de la derecha, posiblemente con mayoría absoluta.

     No creo que resulte muy difícil encontrar la relación entre esta digresión introductoria y la obra de teatro que nos ocupa: “Muerte accidental de un anarquista”, de Dario Fo. Entre la ingente amalgama de bulos y falsas acusaciones hacia el movimiento anarquista está la de asociarlo de manera ordinaria con el desorden y la confusión. Algo con lo que colabora graciosamente la RAE y su diccionario asumiendo en su segunda acepción de anarquía la idea de desconcierto, incoherencia, barullo, cuando pocas situaciones más desconcertantes, incoherentes y embarulladas hemos podido vivir que aquellas que suceden con el gobierno de turno. Y si hay algo en lo que todos los gobiernos han de estar de acuerdo, pues los unen comunes intereses, es que la culpa de lo que sea (violencia en las manifestaciones, faltas de acuerdo, revoluciones, atentados…) la tienen los anarquistas. Sigue leyendo