El monosílabo es tuyo

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security, by TBIT

    Me acordé de la conocida frase de Voltaire, que se parece bastante a otras similares de otros seres humanos. Por algo será: “quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por dinero”.

    Para comprobar fehacientemente en dónde pone sus fundamentos el capitalismo y lo bien que ha asentado sus bases en la conciencia colectiva, lo único que tiene que hacer uno es cambiarse de compañía de teléfono.

    Por motivos que no vienen mucho al caso, eticom, que es la cooperativa a la que por fin me he podido mudar, no puede solicitar directamente la portabilidad ni la baja a Vodafone, lo tiene que hacer uno en persona, y lo primero que llama la atención es el proceso a seguir, claro.

    Para darte de alta en una compañía hablas con una persona que, según parece, está cualificada por la empresa para hacer de todo, hasta cantarte una saeta, porque en un plis te formula todas las preguntas necesarias y hasta te hace la grabación de voz. Lo de rescindir el contrato ya es otra cosa. Que debe ser la mar de complicada, pues no hay nadie cualificado para hacer de todo. Ni para cantar mal debajo de la ducha. De entrada ya te tienen un ratito esperando en cuanto dices la palabra mágica: baja, y después tienes que pasar por tres departamentos distintos: uno en Latinoamérica (nótese la ironía), otro en Barcelona y el último en Madrid. Como si no tuvieras claro desde el principio que lo que quieres es darte de baja.

    Es obvio que el motivo es tratar de convencerte de lo majos que son y que has sido cliente mucho tiempo y tal y pascual. Veamos. Sigue leyendo

Seguid

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The Suffering by MarekKurzok

 

Seguid.

Viendo aparecer mi rostro en las noticias.

A la hora del almuerzo.

Las manos a la cabeza y la cuchara a la boca.

Seguid.

Rezando por mí.

Con una de las cuentas de vuestro Rosario.

Rogando a Dios que se digne a hacer algo.

Uno de sus milagros.

Seguid afligidos. Seguid.

Seguid.

Escribiendo un blog.

Firmando solidaridad en Change.org.

En esa carpa bien dispuesta en mitad del bulevar.

Seguid.

Con vuestra cuota mensual a Greenpeace.

A Amnistía.

A Oxfam-Intermón.

Dando lo que os sobra.

Seguid.

Militando en vuestro colectivo de barrio.

Desgañitándoos en vuestras manifestaciones.

Seguid roncos. Seguid.

Seguid.

Cambiando mi mundo desde vuestro buró.

Desde vuestro despacho.

Sin cambiar nada del vuestro.

Seguid.

Lavando vuestra conciencia.

Seguid.

Ese agua pútrida que destila

seguirá cavando mi tumba en el Mediterráneo.

Y congelará mi esperanza en vuestras fronteras.

E inundará de injusticia mis calles en Siria.

Seguid, hermanos, seguid.

Como si la tierra fuera vuestra

y yo

una mala hierba que os molesta.

Poliestireno expandido

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Polystyrene, by Yikrazuul

   Tiene diez años. Poca cosa, por más que los nenes de hoy día resultan ser, a espuertas, meridianamente más listos de lo que lo era yo a esa edad. E incluso con cuatro años más. Disfruta con su huerto urbano, con la pesca aunque no pesque nada, iluminando el salón con luces de discoteca, montando pasos de Semana Santa y Belenes o subiendo vídeos caseros a Internet para compartir todas esas cosas que le entusiasman.

    Ya tenía en mente alguna idea para la Navidad y le soltó a su tía:

    – Tita, ¿dónde puedo comprar poliestireno expandido?

    La susodicha se quedó tan anonadada como me hubiera quedado yo. A cuadros. E hizo la misma pregunta de ignorancia que hubiera hecho yo:

    – ¿Poli qué? ¿Eso qué es?

    – Titaaaa, pues con lo que hicimos la puerta del cole para el paso del año pasado.

    – Ahhh, pero eso es corchopán –muy digna.

    – ¿Corchopán? Se llama poliestireno expandido. O poliexpán.

    Me acordé del chiste aquel del paciente que va a la farmacia y pide una caja de ácido acetilsalicílico. “Una caja de aspirinas, ¿no?”, contesta el farmacéutico. “Eso, es que nunca me acuerdo del nombre”.

    Nos hacen reflexionar los infantes. Si andamos un poco despiertos. El niño se sabía al dedillo cual era la palabra técnica que hacía referencia a ese material porque le interesaba. Y cuando algo te interesa ves vídeos, lees sobre el tema, te informas… En definitiva, sacas tiempo hasta de debajo de las piedras para ser un experto en el asunto. Y ni se te ocurre pensar que te lo estás quitando de otra cosa: que no puedes ver los dibujos, que no puedes jugar a la Play, que es la mar de difícil hasta la pronunciación y no tiene sentido seguir dándole vueltas al tarro. Al final eres capaz hasta de deletrearlo. Y de atrás hacia adelante. Sigue leyendo

«He visto ballenas» (2014)

hevistoballenas    ¿Qué es más fácil pedir perdón o perdonar? Habrá siempre algún listo o lista que diga que ninguna de las dos cosas, pero yo no conozco a nadie que le haga cosquillas ninguna de las dos causas. Ese es el mérito del perdón, que cuesta, y en ello estriba su valor.

    ¿Qué cuesta más? Se puede decir que depende, pero las dos actitudes están demasiado ligadas al orgullo y a la capacidad de comprensión que difícil es separarlas como si se pudiera cojear mucho más de una que de otra o fuera posible ser notoriamente más dado a la exculpación que a la súplica.

    De estas menudencias, leves como un puñetazo en las costillas sea éste o no a destiempo, nos habla Isusi en “He visto ballenas”. Y lo hace la mar de bien. Seguro que el autor ha sido consciente en su vida de lo que nos cuesta decirle hasta a la pareja, al amigo, a la madre, al compi de curro que algo lo has hecho mal sin justificarnos. Aunque sólo hayan sido aquellas fotocopias que le hacían falta o que por la mañana afirmaste una sandez con toda rotundidad y ha resultado ser una metedura de pata. Lo normal es que hagamos como si todo fuera igual, como que sabemos que nos queremos, o nos perdonamos y ya está. A otra cosa mariposa.

    Si hasta esto cuesta un esfuerzo ínclito, el que hayas asesinado a alguien y darte cuenta con el tiempo de que es una cagada muy gorda debe de ser lo más terrible del mundo. Como para que alguien encima se atreva a juzgar tu arrepentimiento.

    Y el pedir perdón, el perdonar a las personas que nos rodean, tiene además mucho que ver con eso de perdonarse a uno mismo, con lo jodido que es, porque a nosotros mismos somos a quienes nos vemos obligados a aguantar a diario, cada segundo. Y lidiar con la propia conciencia puede ser una mierda bien gorda si nadie te echa un cable para limpiarla desde el fondo. Cuando descubres que tu perspectiva no es la de otros y no todo el mundo tiene que haber visto ballenas. Sigue leyendo