Cerumen

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monkey, by naturepost

    Lo tengo claro. El mal del homo sapiens. Aquello que hace que la especie humana, en lugar de avanzar social y éticamente, retroceda. Son los tapones de cera. El cerumen que se acumula en los oídos y casi siempre lo dejas pasar porque se acaba quitando solo. O si no se quita es verdad que puede ser que oigas algo menos, pero ni te das cuenta ya. Como cuando crees que ves de puta madre hasta que alguien te pregunta por qué te acercas tanto a las páginas del libro cuando lees.

    Cerumen. Parece una memez, pero no. Si no se desatasca uno el entramado a tiempo puede producir otitis. Primero externa, después media, y finalmente hasta crónica. Sordo como una tapia. Igual que el muro de Trump. Incluso en cuadros severos ha conducido a enfermedades más graves y letales como la meningitis.

     Un problema los tapones de cera. Que debiera ser de estado, pero es que interesa tanto que la gente esté sorda que mejor preocuparse por los privilegios de los estibadores.

    En un mes y algo he sido testigo hasta en tres ocasiones de los terribles riesgos de los tapones de cera para la evolución del ser humano. Resumo rápido, no vayáis a quedaros sordos antes.

    El primer caso serio se produjo en una conferencia sobre la promoción del individuo por encima del asistencialismo. Tuvo lugar en la asamblea trianual de Cáritas. Gabriel Leal, el ponente, se pasó una hora lanzando consignas de lo más directas acerca del daño que a una acción social provoca la fijación con el reparto de alimentos, con los roperos de las parroquias… En el turno de preguntas, tres de las cuatro personas que intervinieron hicieron un análisis de la seriedad con la que sus parroquias respectivas organizaban las bolsas de comida o le pedían a Gabriel cómo solucionar determinadas casuísticas al respecto.

    Estuve a punto de llamar al otorrino.

    Otra de las situaciones preocupantes a nivel de salud auditiva sucedió el viernes pasado. Una charla sobre producción sostenible de alimentos. Un profesor de veterinaria de la UCO la impartía: Vicente. Se pasó el mismo tiempo que Gabriel dando datos de lo más concluyentes y específicos sobre nuestro modelo de consumo alimentario, el daño que conlleva a nivel medioambiental, de desarrollo para comunidades locales, de enfermedades graves. Se tiró los últimos veinte minutos dando pautas y diferentes opciones de consumo alternativo que podíamos realizar a nivel personal: evitar los envases, promocionar el comercio vecinal, reducir el consumo de carne… todo en la línea de nuestro poder como consumidores y consumidoras. ¿Qué decir de buena parte de la ronda de preguntas? “Nosotros es que no podemos hacer nada”, “las multinacionales”, “es que me sale más barato”.

    La de trabajo que iba a tener otra vez el otorrino.

    Y terminaremos con la más sintomática del daño irreversible de la otitis como no pille uno a tiempo la infección y no termine incapacitándote a nivel general. Reunión mensual de Cáritas parroquial. Un miembro del grupo, de manera recurrente, retoma un debate sobre el Banco de Alimentos que ya se había expuesto y explicado en la sesión anterior: no es lo mismo dar alimentos de necesidad a familias por personas que las visitan en su domicilio de manera habitual, a que estas familias vayan una vez cada dos meses a un local donde se le reparten determinadas viandas. Varias personas con la mano levantada mientras él concluye su exposición. Damos la palabra al resto, quien va mostrando que no comparte su visión del asunto. Ni una sola vez dejó de interrumpirlos. Cuando finalmente tomé la palabra como coordinador y le comenté que escuchara a los compañeros lo soltó, con una naturalidad asombrosa, fatídica, demoledora. De lo más abstrusa: “no hace falta que hablen, si no me van a convencer”.

    Tenéis razón. Esto no lo arregla un otorrino. Ni si se juntara todo el colegio de especialistas de la península ibérica.

    Se hace tarde. Escuchad. Sentid los tambores. Tocan a rebato. Si no los oyes ya estás perdido. Te llevarán a ti. Desprevenido mientras te excusas. Se hizo tarde. Y no estás salvado aunque lo creas.