Lo peor de lo que nos pasa

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Via Crucis by Cubonegro

    En su libro de cuentos “¿Quién puede hacer que amanezca?” el teólogo y terapeuta Tony de Mello nos regalaba esta historia:

    “Necesito desesperadamente que alguien me ayude… o voy a volverme loco. Vivo en una pequeña habitación con mi mujer, mis hijos y mis parientes, de manera que tenemos los nervios a punto de estallar y no dejamos de gritarnos y de increparnos los unos a los oros. Aquello es un verdadero infierno…”

    “¿Me prometes que harás lo que yo te ordene?”, le dijo el Maestro con toda seriedad.

    “¡Te juro que lo haré!”.

    “Perfectamente. ¿Cuántos animales tienes?”

    “Una vaca, una cabra y seis gallinas”.

    “Mételas a todas en una habitación y vuelve a verme dentro de una semana”.

    El discípulo quedó horrorizado, pero ¡había prometido obedecer…! De modo que lo hizo y regresó al cabo de una semana quejándose desconsoladamente:

    “¡Vengo hecho un manojo de nervios! ¡Qué suciedad, qué peste, qué ruido…! ¡Estamos todos a punto de volvernos locos”.

    “Vuelve otra vez”, dijo el Maestro, “y saca a todos los animales fuera”.

    El hombre se marchó a su casa corriendo y regresó al día siguiente radiante de alegría:

   «¡Qué felicidad! Han salido todos los animales y aquello es ahora un paraíso. ¡Qué tranquilidad, qué limpieza, qué amplitud…!”.

    Ya, una memez. Pero lo mismo una memez que no tomamos en demasiada consideración en nuestro día a día. Estamos tan liados, con tantos follones que no tenemos ni tiempo para salir de nuestras preocupaciones y tratar de ser felices sin vernos en la oblicua necesidad de ir por la vida cargándonos con cruces a la espalda.

    Reflexionemos sobre nuestros problemas, sobre el estrés, los nervios, la cantidad ingente de personas que nos hacen sufrir. ¡Vaya angustia! Sigue leyendo

«La muerte de Artemio Cruz» (1962)

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Carlos Fuentes by AndreAnibaldi

    Si existe una novela que me haya embargado de una profunda tristeza al terminar sus páginas es, sin duda, “La muerte de Artemio Cruz”. Una obra polifónica de desencanto, de pobreza, caciques… de valores revolucionarios perdidos o, aún peor, trasnochados y mudados al otro lado del espectro bajo demasiado humanas justificaciones.

    Tal vez la propia vida -tan activa como confusa políticamente- de su autor Carlos Fuentes pueda servir de cueva y refugio acerca de lo que un ser humano está o no dispuesto a conceder para salir indemne que no airoso, al menos de manera temporal, ante los envites cáusticos de la puta realidad. Decía el dicho aquello de que si uno no vive como piensa acaba pensando como vive y puede que sea cierto que nada sea realmente obligado y sometido a un cruel destino, puede que en cierta medida todos seamos víctimas y/o verdugos del libre albedrío, pero desde luego no envidio a Artemio Cruz. La víctima y el verdugo, donde el pasado, el presente y el futuro se fragmentan y entremezclan de manera magnífica en un uso particular de la tercera, primera y segunda persona del singular respectivamente y de manera alterna en cada uno de sus doce capítulos. Narrador omnisciente, individuo y conciencia entremezclados en lo que fue, lo que es y lo que pudo/deseó haber sido.

    Pero ya digo que no envidio a Artemio Cruz, por más que un genial círculo de eterno retorno nos haga recordar que en cada muerte hay un nacimiento, que nada está escrito de antemano, que hay posibilidades de comenzar de nuevo en medio de la mugre: “tiempo que se llenará de vida, de actos, de ideas, pero que jamás será un flujo inexorable entre el primer hito del pasado y el último del porvenir”, comenta el narrador en las páginas finales del libro. No envidio a Artemio Cruz, porque debe de ser terrible haber perdido la esperanza demasiado pronto y arrepentirse demasiado tarde. No quiero exhalar mi último aliento viendo mi vida como un cúmulo de decisiones que no me han hecho feliz ni a mí ni a los que me han rodeado.

    ¿Lo he dicho? No envidio a Artemio Cruz, aunque en lo más profundo quiero creer que el pobre Artemio, se arrepienta o no, lo justifique o no, sabe de sus muchos errores, al menos el de haber perdido a la única mujer que amó y por la que fue amado. Sigue leyendo

El titiritero mayor

    Han pasado ya unos añitos, cuatro, desde que mis amigos Kalvis y Leo comenzaron sus andanzas por la web y alrededor de tres cuando dejamos la relación por motivos estrictamente de falta de tiempo material. Ahora volvemos a intentarlo.

     Al final de la entrada comparto algunas de las tiras de antaño, las cuales, por desgracia, siguen de rabiosa actualidad.

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«Las baladas del ajo» (1988)

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Mo Yan, en 2012, año en que recibió el Nobel de Literatura

    ¿Quiere usted cortarse las venas? Lea a Mo Yan. Lo que puede parecer una afirmación gratuita, es probable que la compartan muchos de sus compatriotas.

    Mi primer y único acercamiento sin saberlo a la obra del señor Mo fue hace casi 30 años, en una sala de cine contemplando la nada magnánima “Sorgo rojo” (1988), del director chino Zhang Yimou, y, aunque desde luego no tuvo nada que ver con lo literario sí que tiene el gusto de compartir con “Las baladas del ajo” ese mal rollo de componente autosuicida.

     Dura como una piedra y desagradable como un puñado de estiércol que te metes en la boca. Así es la novela de Mo Yan, autor que disfruta del don -difícil de desdeñar- de aliar en una misma línea con una escritura pulcra y precisa la belleza de los paisajes de los campos de mijo, sorgo y ajo con la podredumbre de la maldad y de la desesperación, la inmundicia más abyecta que logra hacer tan tangibles en sus descripciones como las expresiones, figuras y rostros despreciables o despreciados que llenan cada página de la novela. Imposible se me hizo no recordar al Cormac McCarthy de “Meridiano de sangre”.

    No se anda con chiquitas Mo Yan, que supera con creces cualquier experiencia desabrida en la pluma de Primo Levi (“Si esto es un hombre”), Dostoievski (“Memorias del subsuelo”), Vargas Llosa (“La casa verde”), Hamsun (“Hambre”), Coetzee (“Desgracia”)… Y en este punto, en este potente monumento al dolor y al caos surge la primera gran pregunta respecto a la personalidad y obra del escritor que nos ocupa.

     Mo Yan pertenece al Partido Comunista y es vicepresidente de la Asociación de Escritores de China, cargo honorífico nombrado a dedo por Pekín, sólo una de sus novelas ha sido prohibida en su país, de manera harto curiosa “Grandes pechos, amplias caderas” posiblemente por razones más próximas al puritanismo que por su componente político, y la entrega del Nobel de Literatura en 2012 fue aplaudida sin paliativos por el Gobierno como ejemplo de independencia de la academia sueca mientras apenas dos años antes hizo oídos sordos y mostró su desprecio ante la concesión del de la Paz al activista chino Liu Xiaobo, condenado en 2009 a 11 años de prisión por incitar a la subversión contra el poder del Estado. Obviamente pues, Mo Yan no es una amenaza para el Estado. Sigue leyendo