Perspectiva

  Por si alguien no lo sabe (es decir, sufre algún trastorno en la memoria), La Roja se ha vuelto para casa a las primeras de cambio y los jugadores que sienten los colores, de igual modo que un político ama a sus conciudadanos, no recibirán la prima de 720.000 euros que, al fin y al cabo, ni nos perjudica ni nos beneficia de manera directa al resto de currantes (o parados, que ya casi hay más) de este nuestro país. Y si bien el tema monetario nos afecta paupérrimamente un nuevo aprendizaje sociológico hemos de extraer del mundo del deporte, y es que el ser humano, por norma general y no sólo quienes no saben que la selección regresó sin copa ni octavos, tiene una memoria y una capacidad de agradecimiento muy a corto plazo, lo que en buena medida puede ser debido al escaso ejercicio que hace de la paciencia en virtud de la inmediatez. Resumiendo: hace apenas tres semanas nos comíamos el mundo hasta sin patatas y uno o dos partidos después hay que defenestrar a Del Bosque, Xavi, Cesc y la madre que los trajo. Pensando en el deporte de la raqueta similares audacias contemplamos: Nadal pierde cinco partidos contra Djokovic y es fin de ciclo, no va a volver a ganar un Gran Slam en su vida; a las dos semanas levanta la Copa de los Mosqueteros y vuelve a ser un semidiós proveniente de un polvo entre Zeus y Martina Navratilova. Se me ponen los vellos como escarpia de pensar en la imagen.

No perspective by mheuf

No perspective by mheuf

El caso es que quien se mueve por impulsos, por nervio, por efectividad, jamás podrá ver las cosas con perspectiva y difícilmente será capaz de agradecer lo bueno del pasado o lo que de grande puede traernos el futuro si somos capaces de abarcar más allá de nuestra propia visión. El rollo deportivo se me antojaba necesario en analogía con aquello que apuntábamos más arriba acerca de la inmediatez y la falta de paciencia, dos de las bazas fundamentales a las que se aferran los de arriba para no temer ningún cambio que les perjudique, pues el impaciente más pronto que tarde abandonará la lucha y el esclavo de lo inmediato ni la empieza.
Recuerdo en esto a una tenaz voluntaria de la residencia de personas mayores con la que me voy ganando el sustento. Todos los jueves a media tarde imparte un taller a los ancianos y tras varias semanas sin poder asistir por temas personales pierde la motivación entre otras causas porque no recuerdan su nombre. ¡Pero si ni siquiera recuerdan el mío que voy todas las mañanas de lunes a viernes! Más allá de las evidentes limitaciones cognitivas de las personas de determinada edad -yo mismo en este preciso instante no recuerdo qué leches almorcé ayer- o incluso sus posibles deterioros asociados a la demencia o el Alzheimer el caso es que todo el mundo conoce que la capacidad de resistencia del individuo es directamente proporcional a sus miras a corto plazo.

Los mayores enemigos del sistema son los constantes y los impermeables a la inmediatez, pero quienes tiran toda una historia por la borda tras un par de derrotas o sólo confían tras la demostración empírica son sus más fieles servidores.

Quizá debiéramos aprender de los enfermos de Alzheimer, que con una desmemoria real nada selectiva no recuerdan ni sus fracasos ni sus victorias otorgándoles tal eventualidad la capacidad intrínseca de ser constantes y pacientes y de cumplir a rajatabla aquello que decía Kipling en el poema:
“Si puedes conocer al triunfo y la derrota,
y tratar de la misma manera a esos dos impostores”,
versos que, por cierto y para terminar como empezamos, pueden leerse en el muro de entrada de la pista central de Wimbledon.

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Motivos versus excusas

no-excuses     Dice el saber popular aquello tan veraz de que las excusas son como el culo, todo el mundo tiene uno. El caso es que por mucho que intentes disimularlo bajo unos hermosos pantalones no impide que la peña aprecie con notoria transparencia lo que hay en el fondo. Luego están los motivos, que haberlos haylos, y la denominada ética de situación consigue taxativamente que algunos seres de planteamientos laxos o escala de valores distraída pretendan convertir en ellos sus excusas, mas si dentro del fango subsisten los planteamientos éticos de ciertos individuos habrá que buscar excusas mejores que aquellas que consisten de facto en priorizarse a uno mismo por encima de los demás.

Parece ser que se presentó en su pobre domicilio con dos carpetas llenas de papelajos. Rosario, que no sabe ni leer ni escribir tan sólo quería ahorrarse algo de dinero en la factura del gas y de la luz como es de suponer. Viviendo en un alquiler social de la barriada de Moreras y entrando en su saloncito no hay que haber estudiado ingeniería industrial para saber que la mujer, maltratada por un marido alcohólico gracias cuyas patadas en la barriga sufrió algún que otro aborto, no tiene de sobra. El tipo repeinado a gomina, traje de chaqueta tipo los hombres grises de Momo y estilográfica en la mano derecha como una mágnum dispuesta a cometer el más ruin de los asesinatos, colocó los contratos encima de la mesa.
“Firme, verá que bien”. Imagino que le lanzaría de manera pueril y ladina sin esperar a que llegará el hijo de la señora para comprobar ciertos datos.
Y Rosario, que no piensa mal de nadie a pesar de los motivos que tendría para ello, cogería la estilográfica y preguntando “¿Dónde? ¿Aquí?” marcaría una rúbrica por la que ahora debe más de dos mil quinientos euros y ya le han cortado el gas y esperando está que hagan lo propio con la luz.
Lo más probable es que el tipo de traje gris, satisfecho y orgulloso ante el deber cumplido, guardara los papeles firmados en su carpeta y tan sólo fuera capaz de pensar en que había conseguido una comisión, y la vida está como para no dar gracias a Dios por tamaña bendición.

El alterego se llama Diego, varón de cuarenta y cinco abriles bastante mal llevados, vecino también de Moreras y con mujer, hija, yerno y nieta a cargo, que si bien no viven en el domicilio es como si lo hicieran en cada hora viperina de la comida. Ningún ingreso más allá de las chapuzas matutinas o vespertinas que lo tienen a mal traer de acá para allá buscando un mísero euro que echarse al bolsillo raído de sus pantalones de obrero. Por un conocido había recurrido a él la mujer que lo observa, con un nene en brazos, arreglar el termo de la cocina por unos diez euros, creo recordar. Cuando ha terminado la mujer suspira, se dirige al marido y se echa mano al bolsillo.
“Y ahora a buscar más dinero para dar de comer a éste”. Suelta con desasosegante naturalidad mientras mece a la criatura que sostiene.
Diego, cargado de motivos, se negó a cobrarle un céntimo, dejándose llevar por lo que consideró correcto más allá de otra ambición, y se marchó a su casa, tal vez ni satisfecho ni orgulloso, pensando en su esposa, la hija, el yerno y la nieta no mayor que el de la mujer cuyo domicilio acababa de abandonar.

«Existe Auschwitz, por lo tanto no puede existir Dios», comentaba Primo Levi, un ser marcado por la tragedia, en una entrevista a un periodista italiano. El también judío y escritor Sally Perel lo decía de manera muy similar: «no soy religioso porque Dios y Auschwitz son incompatibles». Entonces me viene a la mente Maximilian Kolbe, un fraile franciscano de cuarenta y siete que portaba el número 16.670 en el campo de exterminio polaco donde pasó dos años. Cuando en 1941 el coronel de las SS Karl Fritzsch eligió a diez presos para ser ajusticiados en represalia por un fugado, Kolbe escuchó de boca de uno de los elegidos: «Pobre esposa mía; pobres hijos míos». Se adelantó y pidió ocupar su lugar:
«Soy un sacerdote católico polaco, estoy ya viejo. Querría ocupar el puesto de ese hombre que tiene esposa e hijos».
Como tras pasar tres semanas en ayuno forzoso hasta la muerte en una celda subterránea, donde llegaron a comerse sus propios excrementos, aún sobrevivía junto a otros tres condenados, Kolbe y sus tres compañeros fueron asesinados por los nazis administrándoles una inyección de fenol.

No estamos en Auschwitz, que también serviría de meridiana excusa muy cercana al motivo, y obviando la opción -accesible a todos- de Kolbe, en la mayoría de nuestras decisiones no está en juego la vida, ni la propia ni la de los seres queridos; o al menos si han de estarlo sería en idéntica medida a la de aquellos que son afectados por nuestras excusas pírricas. Me quedo con Diego y sus motivos.

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Prohibir la solidaridad

Pegatina contra el desalojo del Rey Heredia

Pegatina contra el desalojo del Rey Heredia

Entra en la oficina con un bebé que duerme plácido y común en un cochecito de segunda o tercera mano. Se sienta frente nuestra, coloca el carrito a su lado y lo mece suavemente asiéndolo por la barra horizontal tras escuchar un leve gemido de su nieto. Paqui es de los pobres responsables y generosos. Sólo se presenta en la puerta de Cáritas cuando la vida ya no le da para más; siempre delicada, razonable y razonadora en una extraña conjunción holística en personas sometidas en exceso a la debacle emocional.
– Hola, Paqui, sentimos verte por aquí otra vez. Te veo más apagada… -le digo envuelto en sinceridad.
El equilibrio suele ser por norma general otra de las virtudes asociadas a esta mujer bajita, de cara rubicunda, pecas menudas en el rostro y pelo alborotado teñido de rubio. Algo bien merecedor en sí mismo de una generosa consideración habida cuenta de que en su domicilio no entra el más mínimo ingreso desde hace años y que sufre la terrible desgracia de vivir sola, lo que significa que su situación lastrada no es prioritaria para nadie a pesar de tener a su cargo a su hija y su nieto. Paqui parece no querer romper la imagen de dignidad asumida que la precede desde tiempos remotos y narra sus días como quien lee un código de barras.
Tiene depresión desde hace varios meses, ganas de morirse y está en tratamiento. Apenas se echa algo a la boca en los últimos días, pero le avergüenza volver a ir al comedor de Trinitarios donde buena parte de las personas que asisten tienen una peculiar manera de comportarse, por ser fino, y están en númerus clausus.
– ¿Y por qué no vas al Rey Heredia? Han abierto un comedor social y dan de comer a todo el mundo mientras haya olla.
Paqui mira a mi compañero con cara de no saber ni de lo que habla.
– ¿El Rey Heredia? ¿Qué es eso y dónde está?
– Es un centro social y cultural que han creado unos vecinos justo detrás de la Torre de la Calahorra -respondo como quien ha inventado la rueda-. Lo verás en cuanto te pases por allí. Hay pancartas en la puerta y demás. Está en un antiguo colegio que cerró el ayuntamiento y lleva meses sin actividad de ningún tipo y sin interés por su parte de volver a usarlo en beneficio de la zona, por lo que los vecinos lo han ocupado y han pedido que se lo cedan.
Paqui mira a su nieto. Da las gracias, dice que se pasará seguro en esta semana y llora, a pesar de su denodado interés por mantener incólume su imagen de guerrero universal sin derecho a la emoción.

Decía Gandhi aquello de que lo peor de la gente mala es el silencio de la gente buena, y lo afirmo con rotundidad, mas existe algo si no peor al menos igualmente deleznable y que más daño otorga: lo peor de la gente mala es impedir a la gente buena que realice las bondades que ellos se niegan a realizar. Será temor a quedar en entredicho, a perder argumentos… a mirarse delante del espejo y echarle la culpa a él de lo feo que es uno por dentro.
El alcalde de Córdoba, generoso donde los haya, solicitó al juez orden de desalojo para las personas que, con el apoyo de Acampada Dignidad, ocupaban el centro Rey Heredia. Digo el alcalde porque la decisión fue unilateral, no pasó ni por Pleno, ni por ningún despacho del consistorio. Una orden directa al abogado sorteando cualquier posible oposición y necesidad de enfrentarse a las incongruencias y lanzado una serie de acusaciones que parecen más de patio de colegio que de un representante político. El Ayuntamiento ha recortado las ayudas y recursos sociales de tal manera y con tamaña falta de conciencia que, por ejemplo, en seis meses las trabajadoras sociales ya no disponían de fondos para tramitar ayudas de emergencia. Eso sí, ya que no cuento con recursos colaboro en dar noticias de los que ofrecen otros como si de mí dependieran y editan una guía de entidades privadas de reparto de alimentos aunque la mayor parte de esos organismos, Cáritas Parroquiales, no les hayan dado permiso para estar incluidos por no estar de acuerdo con las políticas sociales de estos trápalas. Ni qué decir tiene que en la capital no existe un comedor municipal y que tan solo entidades privadas ofertan ese recurso como pueden o salen por la noche a repartir bocadillos o una sopa caliente a los sin techo.
El centro social Rey Heredia da de comer a unas 100 familias al día, tiene huerto social, biblioteca, clases de apoyo, talleres de muy diversa índole…
Gracias a Dios la justicia a veces no es ciega y la Audiencia Provincial ha estimado el recurso presentado por el vecindario y Acampada Dignidad paralizando el desahucio hasta que se decida abrir vista oral o archivar definitivamente la denuncia. Hasta un informe de la Policía Nacional avalaba, no sólo que las instalaciones no habían sufrido deterioro, sino que estaban en mejores condiciones que antes de la ocupación.

Paqui regresó a la oficina a las dos o tres semanas. Lleva comiendo desde entonces en el Centro social, y su depresión tiene época de vacas flacas, no gracias a la medicación ni al Ayuntamiento. Es voluntaria del Rey Heredia, y va varios días a la semana a colaborar con el centro social. La solidaridad no se puede legalizar ni prohibir. El Rey Heredia no se cierra.

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Quejarse sale gratis

angry by zalas

angry by zalas

Quejarse es gratis. Tanto es así que raro se hace que en cualquier conversación intrascendente no levante la voz el tertuliano de turno lanzando improperios sobre los políticos, la sanidad, le educación, el desempleo… el Tata Martino.
El caso es que si tuviera el ser humano que pagar un euro por cada protesta seca que comparte -como diseñaran con gran efecto disuasorio las madres diabólicas cuando soltabas una palabrota a destajo- lo mismo se le otorgaba un valor más excelso del mero impulso liberador. No abogo a que no se proteste y agachemos las orejas como el cachorrillo que ha sido sorprendido miccionando en mitad del salón, sino a asumir la responsabilidad y la implicación que conlleva el hacerlo, porque sino siempre será gratis, sólo gratis y eso no cambia nada.

Como yo formaba parte de la manifestación del Primero de Mayo soy de los que opinan que fueron miles de personas y no voy a hacer un estudio de campo con el objetivo inútil -y que, por otra parte, ya cumplen otros- de revertir los datos. Pero lo que fue claro es que flanqueando la protesta, a izquierda y derecha como sendas hileras de árboles, cientos de personas aguardaban el paso de las carrozas de La Batalla de las Flores que daba el pistoletazo de salida al Mayo Cordobés, sin exhalar la más leve consigna contra el sistema, los políticos, la sanidad, la educación o el desempleo… Sonrientes en una mañana diáfana de primavera esperaban el “Pan y circo” de Juvenal, metódicamente auspiciado por el Ayuntamiento quien, mezclando churras con merinas, atrasaba por segundo año consecutivo dicha ceremonia para hacerla coincidir con el Día del Trabajo y mitigar sus efectos devastadores.

Habida cuenta de que dentro de mi siempre humanamente limitada red social no conozco a nadie que no se queje ante determinados temas (sobre todo del Tata Martino, todo sea dicho) se ha de suponer que el 95% de las personas que celebraban con una sonrisa de oreja a oreja el mayo festivo cordobés y su lanzamiento de claveles habrán protestado en más de una ocasión de manera enérgica y desgañitada por la situación de algún familiar en paro, del que no puede pagar la vivienda, por el precio de los libros escolares, por lo escaso de las prestaciones por desempleo, porque todos chupan del bote… Pero es que quejarse en el círculo de amigos suele salir gratis y es muy oportuno; lo que no sale gratis es pasar de ir a la batalla de las flores y apoyar la queja con la actitud, porque esto siempre implica renuncia, por nimia que sea. El movimiento se demuestra andando.

Entonces charlo, con unos y con otros, y frente a ínclitos argumentos de manual recuerdo indefectible a Quico Mañós, educador social y una cuasi eminencia en lo que atañe a las buenas prácticas en centros sociales, y a lo que él llama la enfermedad de la sociedad actual: la esquezofrenia. No, no; no habéis leído mal ni necesito el corrector ortográfico. Esquezofrenia, con e.
“Es que no sirve de nada”
“Es que no tengo tiempo”
«Es que ya estoy aburrido”
“Es que mi familia…”
“Es que lo he intentado y no he sabido hacerlo”
“Es que, es que, es que…”

Es que no me da la gana (o me cuesta, pongamos, lo que ya es un paso) renunciar a la comodidad y a tener que cambiar hábitos de vida. Ese es el mejor es que, o al menos el más real. A quien se queje de los políticos, pues que vote en blanco, a partidos minoritarios o se una a las concentraciones en el Congreso; quien lo haga de los Presupuestos Generales del Estado y sus prioridades -en Defensa, por ejemplo, cuyo monto nunca se reduce- que haga objeción fiscal y done parte de su dinero a asociaciones u ONGs; al que le cabree en qué invierten su dinero los bancos y le repele su mano larga con los desahucios que se abra una cuenta en la banca ética; quien sufre en su visceralidad viendo en la televisión la explotación infantil y ante tamaña afrenta a la civilización se rasga las vestiduras (protestando, claro) que reflexione sobre sus hábitos de consumo y vaya a tiendas de comercio justo; las personas sensibles con la cuestión ambiental y a quienes les indigna la polución, los residuos, el exterminio de especies o de bosques para producir carne, soja… pues que cambie su dieta alimentaria.

Mas es preciso asumir lo más peliagudo del tema. Mientras leíais, estimados blogueros, las diversas opciones y posibilidades que pueden ayudar a que nuestra queja se convierta en una verdad que no le salga gratis a nadie -incluido a uno mismo- habrán surcado por vuestra mente varios “es que”.

Como dijo Thomas A. Edison, si se decide por el “es que” al menos “los que dicen que es imposible no deberían molestar ni interrumpir a los que lo están haciendo”.