Acerca de Rafa Poverello

Más allá de la falsedad del nombre, pues no soy pobre ni aunque quisiera en virtud del bagaje socio-cultural del que me es imposible escabullirme, mi espíritu anda de su lado, no porque sean buenos, sino porque se les trata injustamente.

«Blacksad» (2000)

Vinyetes sobre rodes del 34è Saló Internacional del Còmic de Barcelona, por Ferran Cornellà

     Hay obras que están destinadas a elevarse muy por encima del arte y del género al que pertenecen y que son capaces, de forma omnímoda y solo al alcance de genialidades, de unificar los criterios de crítica y público como si hubieran sido convenidos a participar de un golpe a un aplauso unánime.

     «Blacksad» es, sin la más mínima duda, una de esas obras. Englobada dentro de la novela gráfica, las aventuras del detective John Balcksad, creado por Juan Díaz Canales, al guión, y por Juanjo Guarnido, a los lápices, han de ocupar un lugar de honor en las estanterías de cualquier amante del cómic, de la literatura o del arte en general, y su influencia inmediata en cómics similares protagonizados por animales antropomorfos ha sido más que evidente: la notable serie «Grandville», del británico Bryan Talbot compuesta también de cinco números, puede servirnos de ejemplo.

     Repartida en cinco volúmenes independientes creados entre 2000 y 2013, lo que se inicia como un reconocido, sentido y obvio homenaje a la novela negra de las décadas de los años 30-40 del pasado siglo y, de manera concreta, a Raymond Chandler y al detective por antonomasia Philip Marlowe, deviene a partir de un segundo volumen exquisito, Arctic Nation, en una colección imprescindible, de una belleza tan terrible como evocadora y muy difícil de describir habida cuenta de esa falta habitual de condescendencia con el lector de la que siempre ha hecho gala el Noir. Sigue leyendo

Los míos

      Parece que preocupa la ascensión de la ultraderecha en Europa y en otras zonas del globo: EE.UU. y, recientemente, Brasil. Claro que, si preocupa, lo hace dentro de determinados círculos, todo hay que decirlo, pues como el panorama mundial no se ha construido a base de círculos concéntricos, existen otros ambientes bastante jugosos en los que la peña está muy satisfecha.

 

      El ejemplo de las 10.000 voces (más unas 3.000 almas más, porque supongo que alma tendrán, que se quedaron a las puertas) cantando a voz en cuello Yo soy español en el Palacio de deportes Vistalegre hace poco más de una semana es eso, un ejemplo, que podría servirnos de paradigma de que lo que debería de preocuparnos, si acaso, no es la ascensión de los partidos de la ultraderecha, sino que ascienden porque la gente de a pie deposita en ellos su confianza.

      Comentaba el escritor Montero González en un artículo de opinión de eldiario.es que, hace un par de años, por una de esas jugarretas que amaña el destino, coincidió con Santiago Abascal firmando libros en la misma caseta de la Feria del libro de Madrid; la cola que esperaba ufana a recibir la rúbrica del presidente de VOX en un ejemplar de Hay un camino a la derecha parecía no tener fin. Huelga decir que el señor Abascal no es escritor, como no lo fueron Hitler o Escrivá de Balaguer, por poner un par de notas dispares, pero sus respectivas obras Mi lucha y Camino se siguen vendiendo como churros en cualquier madrugada de un día de Año Nuevo; da exactamente igual lo bien o mal que esté escrito el libro en cuestión, el caso es que «dadme un punto de apoyo y moveré el mundo» y si un mar de gente tiene el mismo punto de apoyo, el daño está hecho. Desde Maslow a Max-Neef, con sus enfoques divergentes, cualquier sociólogo lo tiene claro en lo que a necesidades humanas se refiere: la pertenencia. Todo ser humano tiene la necesidad de sentirse parte de un todo, de un grupo, de un colectivo que se encuentra por encima de sí mismo y con quien comparte una idea que le trasciende. Sigue leyendo

«La senda del perdedor» (1982)

Charles Bukowski, painted portrait, by Abode of Chaos

     Puede que hermoso no sea la mejor forma de adjetivar de modo natural lo triste, pero sumergirse en el caos vital a través de las palabras de Bukowski se le parece algo.

      Difícilmente puede calificarse de hermosa su novela «La senda del perdedor», y sea tal vocablo solo una irreal descripción que negaría hacer justicia a la obra, un auténtico chute de realidad, de revelación indeseable que te golpea con un uppercut tras otro (como tantos que recibe Hank, el protagonista/alterego de Bukowski) y logran hacerse presentes en frases lapidarias que escuecen a quienes, podíamos decir, nunca hemos carecido de nada: «observé cómo salían del agua relucientes, jóvenes e invictos (…); y, sin embargo, se perdían algo de la vida porque no habían sido puestos a prueba aún. Cuando la adversidad alcanzara sus vidas posiblemente llegara demasiado tarde o fuera demasiado poderosa. Yo estaba preparado». O esta, cruel: «la gente sólo piensa en las injusticias cuando les suceden a ellos».

      Leyendo sus líneas, resulta casi irremediable pensar en Holden, el protagonista de la novela de Salinger «El guardián en el centeno», y en el Ferdinand de «Viaje al fin de la noche» de Céline (con quien tiene más puntos de conexión nuestro abrazable Hank Chinaski); todos profundamente autobiográficos, aunque algunos más de cartón piedra, porque por más que el protagonista de Céline esté revestido de mayor consistencia y pueda ser mucho más influyente (eran principios de los 30) hay diferencias, quizá marcadas por un halo de exclusiva dignidad, que me hacen más comprensible a Hank y que las comparte él mismo, sea a modo de autobiografía o de dolor: «soy infeliz. Si fuera cínico probablemente me sentiría mucho mejor». Sigue leyendo

La persona

El Mimo Vagabundo, por Diógenes 😉

     13:00 de cualquier día laborable de la semana pasada en mi curro. Entrevista de trabajo para cubrir la plaza de terapeuta ocupacional cuando mi compañera y amiga se dé de baja en noviembre por maternidad.

     Asistimos la persona entrevistada, mi compañera como terapeuta ocupacional y el menda como responsable de RR.HH. (sí, la directora de la residencia perdió el juicio no recuerdo bien qué día). Retiramos tres sillas y nos fabricamos con ellas una especie de triángulo equilátero. Presentaciones con sonrisas y alguna explicación más concreta por nuestra parte sobre el puesto de trabajo. Y nuestra primera intervención:

     «Cuéntanos lo que quieras de ti».

     Caras raras; ni largas ni molestas, pero raras.

     «Pero…».

     «Lo que te apetezca».

    Obviamente, por estas cosas del capitalismo, del mercado de trabajo, de la eficiencia y de la productividad, en ese momento de duda metódica todo el mundo se pone a hablar de sus características personales: «soy alegre, entusiasta, abierta»… o de sus inquietudes y labores profesionales: «me gusta trabajar con mayores, soy muy responsable en mis tareas, me encanta hablar con ellos»…

     Insistimos, con nuevas sonrisas, sin forzar: «¿quieres contarnos alguna cosa más?», y solo entonces alguna que otra persona se atreve a dar un pasito más: «me gusta el deporte, tengo un hijo, mi pareja vive en Valencia»…

     No nos sorprende; no es costumbre permitirle al otro expresar cómo es en lugar de lo que es capaz de hacer. Lo importante es el éxito, las capacidades, las funciones que has desempeñado… A veces hemos terminado la entrevista después de una hora sin saber siquiera qué tareas específicas ha desempeñado la candidata en cuestión. De hecho, como todo el mundo sabe (gracias a la Universidad Rey Juan Carlos y a la de políticos de turno que han ido modificando uno tras otro sus perfiles profesionales) pocas cosas hay más sencillas en este país que falsear tu CV o hacer un Máster. Sigue leyendo