Acerca de Rafa Poverello

Más allá de la falsedad del nombre, pues no soy pobre ni aunque quisiera en virtud del bagaje socio-cultural del que me es imposible escabullirme, mi espíritu anda de su lado, no porque sean buenos, sino porque se les trata injustamente.

«Si esto es un hombre» (1947)

Primo Levi by monsteroftheid

Primo Levi by monsteroftheid

Difícil se hace hablar de literatura mientras y después de leer “Si esto es un hombre”, primera de las tres novelas conocidas como «Trilogía de Auschwitz», y que completarían «La tregua» (1963) y «Los hundidos y los salvados» (1989), cuyo título proviene, nada casualmente, de uno de los más lúcidos capítulos del libro que nos ocupa.

Lo crucial, desde luego, ante una obra de estas características, no parece que haya de ser detenerse en el estilo o calidad de Levi al mostrarnos los horrores vividos en primerísima persona. Me resulta absolutamente increíble que este señor fuera capaz de escribir esto menos de un año después de su liberación y reconversión a ser humano. Tal vez por esa experiencia desgarradora no hay más remedio que dar la razón a Adorno cuando decía: «escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie». Las constantes referencias a la bajada al infierno de Dante en «La Divina Comedia», de manera concreta sus referencias a Ulises, es de las pocas esperanzas que entrega Levi sobre la firme resolución de un ser humano a no renunciar a serlo en virtud de su dignidad. Pero lo más pasmoso es precisamente el estilo casi de diario personal y meramente descriptivo de las atrocidades: metódico, seco, pragmático, como comentaba cuando comencé su lectura… que anuncia una y otra vez la verdad explícita del título de la obra y a la que varias veces hace alusión a lo largo de la novela: “destruir al hombre es difícil, casi tanto como crearlo; no ha sido fácil, no ha sido breve, pero lo habéis conseguido, alemanes”. No hay adjetivos calificativos que afloren espontáneamente a mis labios; Levi resume la asunción del terrible destino con un párrafo sobre uno de tantos compañeros que pasaron por el Lager: “me contó su historia, que he olvidado hoy, pero era una historia dolorosa, cruel y conmovedora; porque así son todas nuestras historias, cientos de miles de historias, todas distintas y todas llenas de una trágica y desconcertante fatalidad”.
Esa desconcertante fatalidad, mezcla de sarcástico optimismo y triste realidad de la experiencia vivida, lo acompañó hasta el fin de sus días y el mismo momento de su muerte, en circunstancias aún no clarificadas sobre si ha de atribuirse al suicidio o a un simple accidente.

Terminando las páginas, este que suscribe, metódico en la duda acerca de ciertas realidades sobre el Holocausto (recomiendo al respecto leer el ensayo “La industria del Holocausto”, del judío Norman Filkenstein), acierta a comprender con docilidad extrema que, más allá del uso político que el auge del sionismo hiciera del desastre a partir sobre todo de los década de los sesenta del siglo pasado, esta obra fue escrita en 1946, y me la trae al pairo si son ciertos los banales datos de si es o no imposible que fallecieron 6 millones de judíos en los campos de exterminio o “sólo” fueron como máximo un millón. Si un solo ser humano ha sido conminado de la forma cruel y severa de esta páginas amorales a creer que no lo es no hay salvación ni excusa viable. Lo escribió el propio Levi, en una carta en francés en abril de 1946 a Jean Samuel, un judío alsaciano a quien conoció en Auschwitz: “lo queramos o no, somos testigos y llevamos el peso de nuestro testimonio”.

ist das ein mensch by scheinbar

ist das ein mensch by scheinbar

«Los que vivís seguros
En vuestras casas caldeadas
Los que os encontráis, al volver por la tarde,
La comida caliente y los rostros amigos:

Considerad si es un hombre

Quien trabaja en el fango
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un panecillo
Quien muere por un sí o por un no.

Considerad si es una mujer
Quien no tiene cabellos ni nombre
Ni fuerzas para recordarlo
Vacía la mirada y frío el regazo
Como una rana invernal.

Pensad que esto ha sucedido:

Os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones
Al estar en casa, al ir por la calle,
Al acostaros, al levantaros;
Repetídselas a vuestros hijos.

O que vuestra casa se derrumbe,
La enfermedad os imposibilite,
Vuestros descendientes os vuelvan el rostro».

«Sucumbir es lo más sencillo: basta cumplir órdenes que se reciben, no comer más que la ración, atenerse a la dis­ciplina del trabajo y del campo. La experiencia ha demos­trado que, de este modo, sólo excepcionalmente se puede durar más de tres meses. Todos los «musulmanes» que van al gas tienen la misma historia o, mejor dicho, no tienen historia; han seguido por la pendiente hasta el fondo, natu­ralmente, como los arroyos que van a dar a la mar. Una vez en el campo, debido a su esencial incapacidad, o por desgra­cia, o por culpa de cualquier incidente trivial, se han visto arrollados antes de haber podido adaptarse; han sido ven­cidos antes de empezar, no se ponen a aprender alemán y a discernir nada en el infernal enredo de leyes y de prohi­biciones, sino cuando su cuerpo es una ruina, y nada podría salvarlos de la selección o de la muerte por agotamiento. Su vida es breve pero su número es desmesurado; son ellos, los Muselmdnner, los hundidos, los cimientos del campo; ellos, la masa anónima, continuamente renovada y siempre idén­tica, de no-hombres que marchan y trabajan en silencio, apagada en ellos la llama divina, demasiado vacíos ya para sufrir verdaderamente. Se duda en llamarlos vivos: se duda en llamar muerte a su muerte, ante la que no temen porque están demasiado cansados para comprenderla».

Quejarse sale gratis

angry by zalas

angry by zalas

Quejarse es gratis. Tanto es así que raro se hace que en cualquier conversación intrascendente no levante la voz el tertuliano de turno lanzando improperios sobre los políticos, la sanidad, le educación, el desempleo… el Tata Martino.
El caso es que si tuviera el ser humano que pagar un euro por cada protesta seca que comparte -como diseñaran con gran efecto disuasorio las madres diabólicas cuando soltabas una palabrota a destajo- lo mismo se le otorgaba un valor más excelso del mero impulso liberador. No abogo a que no se proteste y agachemos las orejas como el cachorrillo que ha sido sorprendido miccionando en mitad del salón, sino a asumir la responsabilidad y la implicación que conlleva el hacerlo, porque sino siempre será gratis, sólo gratis y eso no cambia nada.

Como yo formaba parte de la manifestación del Primero de Mayo soy de los que opinan que fueron miles de personas y no voy a hacer un estudio de campo con el objetivo inútil -y que, por otra parte, ya cumplen otros- de revertir los datos. Pero lo que fue claro es que flanqueando la protesta, a izquierda y derecha como sendas hileras de árboles, cientos de personas aguardaban el paso de las carrozas de La Batalla de las Flores que daba el pistoletazo de salida al Mayo Cordobés, sin exhalar la más leve consigna contra el sistema, los políticos, la sanidad, la educación o el desempleo… Sonrientes en una mañana diáfana de primavera esperaban el “Pan y circo” de Juvenal, metódicamente auspiciado por el Ayuntamiento quien, mezclando churras con merinas, atrasaba por segundo año consecutivo dicha ceremonia para hacerla coincidir con el Día del Trabajo y mitigar sus efectos devastadores.

Habida cuenta de que dentro de mi siempre humanamente limitada red social no conozco a nadie que no se queje ante determinados temas (sobre todo del Tata Martino, todo sea dicho) se ha de suponer que el 95% de las personas que celebraban con una sonrisa de oreja a oreja el mayo festivo cordobés y su lanzamiento de claveles habrán protestado en más de una ocasión de manera enérgica y desgañitada por la situación de algún familiar en paro, del que no puede pagar la vivienda, por el precio de los libros escolares, por lo escaso de las prestaciones por desempleo, porque todos chupan del bote… Pero es que quejarse en el círculo de amigos suele salir gratis y es muy oportuno; lo que no sale gratis es pasar de ir a la batalla de las flores y apoyar la queja con la actitud, porque esto siempre implica renuncia, por nimia que sea. El movimiento se demuestra andando.

Entonces charlo, con unos y con otros, y frente a ínclitos argumentos de manual recuerdo indefectible a Quico Mañós, educador social y una cuasi eminencia en lo que atañe a las buenas prácticas en centros sociales, y a lo que él llama la enfermedad de la sociedad actual: la esquezofrenia. No, no; no habéis leído mal ni necesito el corrector ortográfico. Esquezofrenia, con e.
“Es que no sirve de nada”
“Es que no tengo tiempo”
«Es que ya estoy aburrido”
“Es que mi familia…”
“Es que lo he intentado y no he sabido hacerlo”
“Es que, es que, es que…”

Es que no me da la gana (o me cuesta, pongamos, lo que ya es un paso) renunciar a la comodidad y a tener que cambiar hábitos de vida. Ese es el mejor es que, o al menos el más real. A quien se queje de los políticos, pues que vote en blanco, a partidos minoritarios o se una a las concentraciones en el Congreso; quien lo haga de los Presupuestos Generales del Estado y sus prioridades -en Defensa, por ejemplo, cuyo monto nunca se reduce- que haga objeción fiscal y done parte de su dinero a asociaciones u ONGs; al que le cabree en qué invierten su dinero los bancos y le repele su mano larga con los desahucios que se abra una cuenta en la banca ética; quien sufre en su visceralidad viendo en la televisión la explotación infantil y ante tamaña afrenta a la civilización se rasga las vestiduras (protestando, claro) que reflexione sobre sus hábitos de consumo y vaya a tiendas de comercio justo; las personas sensibles con la cuestión ambiental y a quienes les indigna la polución, los residuos, el exterminio de especies o de bosques para producir carne, soja… pues que cambie su dieta alimentaria.

Mas es preciso asumir lo más peliagudo del tema. Mientras leíais, estimados blogueros, las diversas opciones y posibilidades que pueden ayudar a que nuestra queja se convierta en una verdad que no le salga gratis a nadie -incluido a uno mismo- habrán surcado por vuestra mente varios “es que”.

Como dijo Thomas A. Edison, si se decide por el “es que” al menos “los que dicen que es imposible no deberían molestar ni interrumpir a los que lo están haciendo”.

«La sangre de las bestias» (1949)

Georges Franju by maxoulecter

Georges Franju by maxoulecter

Hay filmes sobre la vida cotidiana muchos más terroríficos que cualquier película de George A. Romero. A otro Georges saco a colación, y aunque algunos blogueros me vayan a tirar de las orejas -casi con todo merecimiento- por dedicar la entrada a uno de los primeros cortometrajes del inclasificable director francés Georges Franju en lugar de a su exquisita obra maestra “Los ojos sin rostro”, lo cierto es que visionando “La sangre de las bestias” llega uno a comprender las cotas de realismo y falta de complejos sobre lo políticamente correcto que muestra en esa cinta de culto de la década de los 60.

“Los ojos sin rostro” es un magnífico terror de ficción, pero el filme que nos ocupa es de una brutalidad espontánea y natural que deja sin palabras a quien se atreva a terminar de ver su escaso metraje: 20 minutos. Partiendo de dos realidades bien distintas y que intercala a lo largo del corto, por un lado el monótono trajín de cotidianeidad de las personas y cosas por las calles de París por un lado y por otro el mecanicismo primario del trabajo humano en dos mataderos de la capital francesa, el director crea un contraste de formas y narraciones (suaves y de tonos mustios en el desarrollo de las escenas exteriores de París y seco y de tono acre y poco modulado en las que muestra el sacrificio de las bestias) que hace de la indiferencia y la muerte un continuo en el que por un momento no sabe el espectador a qué parte de los seres vivos hace referencia con las bestias del título.

Franju decide ser netamente descriptivo, sin paliativos, pero renuncia a cortar la imagen o girar la cámara cuando otros lo verían preciso. En esa objetividad terrible surge el choque con la realidad que también narrara mucho después Nikolaus Geyrhalter en el filme austríaco “Nuestro pan de cada día” (2005) y que mucho debe a este cortometraje de Franju. Lo que de explosivo y quizá de más maniqueísta tenía “Earthlings” (Shaun Monson, 2003), narrada por Joaquin Phoenix, y que le restaba buena parte de eficacia para los no convencidos o aquellos más seguidores de una postura ecléctica, es aquí puro realismo y naturalidad; Franju, en 1949, nos escupe a la cara: esto es así, lo quieras o no, y este es el proceso que siguen los animales hasta llegar a tu mesa. Y las cosas no han cambiado tanto más allá de algún dardo de aturdimiento, que no siempre esa efectivo (contemplar la nombrada cinta austríaca de método igualmente pragmático, incluso aún más en su renuncia absoluta al uso de la narración hablada, da buena cuenta de ello).

Pero si bien todo lo resuelto en párrafos anteriores puede resultar obvio visionando la cinta de Franju, no vamos a olvidar lo menos obvio. El filme francés es arriesgado hasta decir basta y tiene evidentes similitudes con el movimiento surrealista y vanguardista, por lo que mucho suele haber de fondo, y el simbolismo de estos dos estilos de hacer cine y crear sensaciones hace recordar irremisiblemente ante la frialdad de lo que estamos viendo los campos de exterminio nazis. Lo que no consiguieron distribuir Berstein como realizador y Hitchcock como montajista con su «Memory of the Camps» debido a lo explícito del sufrimiento humano, lo logra Franju desde el imaginario.

Prohibido pinchar en el vídeo a los estómagos sensibles (y ni tanto).

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«Resurrección» (1869) vs «Guerra y paz» (1899)

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Leon Tolstoi by Parpa

     Lev Tolstói, conde y evidente aristócrata de cuna, que terminó “Resurrección” apenas a 10 años vista de dejar este mundo, ya abandonó el mundanal ruido 30 años antes siguiendo los pasos de su admirado Thoreau y abriendo camino al ashram de Gandhi con quien mantuvo correspondencia en los años finales de su vida; se retiró al campo, a su querida finca ‘Yasnaia Poliana’, reconociéndose no del todo coherente -como cada uno de nosotros, todo sea dicho-, pero harto, quemado y hastiado de la sociedad burguesa y acomodada, tan religiosamente ortodoxa e intransigente en lo peor, tan injusta y autocomplaciente a la que soportaba cada vez menos. Evidente fruto de este monumental cabreo espiritual y social fue aquella su última novela, y tras la cual se negó rotundamente a escribir. De lo profundo de esta visceralidad suele surgir en la persona tanto lo sublime como lo corriente y de ambos extremos no se libra “Resurrección”, polo opuesto en cordura y meticulosidad a su obra maestra “Guerra y paz”.

     En “Resurrección”, a raíz de un episodio sencillo: la toma de conciencia y el sentimiento de culpa de un aristócrata por el daño y el mal que ha ocasionado de por vida a una joven que ha tocado fondo y que le hace dedicar sus esfuerzos a intentar revertir su situación, Tolstói desgrana y destroza sin piedad cada institución o derecho adquirido que se pasea por la novela y que nadie tiene la más mínima intención de cambiar: la judicatura, la abogacía, el ejército, la política, y de manera mucho más recurrente el derecho a la propiedad privada de la tierra, las cárceles y el cristianismo ortodoxo ruso. Tolstói, por boca de su héroe Nejliúdov, dedica capítulos enteros a estos últimos fines mostrando su indignación y desprecio por el orden establecido y transformando al príncipe en mendigo en el mismo grado en el que se endurecen las situaciones vitales que le rodean y ante las que, primero por culpa y más tarde por conciencia recuperada, decide intervenir. Sobre la propiedad de la tierra remarca la injusta situación de semiesclavitud en la que se encuentran los mujik, campesinos que trabajan la tierra sin tener derecho a ella cuando era de suponer que ya había sido abolida la servidumbre. Especialmente crítico se muestra con el trato vejatorio e inhumano al que son sometidos los presos, así en las prisiones como en el traslado a Siberia. Sobre el uso político, interesado y caótico de la religión verdades tan altas y profundas que la obra fue censurada en Rusia no publicándose de forma íntegra hasta 1936 y el propio Tolstói se vio excomulgado de por vida (¡como si ya no se hubiera autoexcomulgado él años atrás!). Pero el conde no se conforma con atizar, lo menos soportable para quien ostenta el poder es lo que se atreve a hacer de manera inmediata: dar propuestas. En el germen de esta ingente protesta y lucha surge lo más embotado de “Resurrección”, cuando todo parece convertirse en un ensayo o un tratado sobre las injusticias a combatir, y poco parece importarle a Tolstói -más llevado por ese impulso caótico de la que hace bandera- que se pierda el ritmo y olvides por momentos a la Máslova y que toda esta resurrección del príncipe tiene si principio y su fin en ella. Sigue leyendo