Acerca de Rafa Poverello

Más allá de la falsedad del nombre, pues no soy pobre ni aunque quisiera en virtud del bagaje socio-cultural del que me es imposible escabullirme, mi espíritu anda de su lado, no porque sean buenos, sino porque se les trata injustamente.

Meritocracia

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FEAT by YUK-buitar

     Me hallaba en esa hora intermedia, ni temprana ni tardía, en la que una interrupción, por leve que fuera, podría desestabilizar mi consagrada puntualidad a la hora de dar inicio a la primera sesión del taller de promoción de familias. Faltaba un matrimonio por hacer acto de presencia y fue Manuela, la esposa, quien, con cara dispersa y forzada sonrisa de torniquete, me hizo un gesto locuaz para que saliera un momento de la sala. Se encogió de hombros mientras le quitaba el seguro a la boca.

     – Mi marido… está ahí fuera, en la esquina.

     Como si encogerse de hombros fuera tan contagioso como un bostezo copié el gesto y puse cara de no entender ni jota.

     – Nada, que no quiere entrar.

     Supongo que mi semblante parcialmente adusto fue el que le borró la sonrisa bobalicona de la cara. Abrió de nuevo la boca sin seguro de accidente, pero antes de dar pábulo a explicaciones probablemente poco convincentes me dio por recordarle uno de los criterios básicos para asistir al taller y cobrar los pertinentes cien euros al mes.

      – Tenéis que venir los dos. Ya os lo dije.

    Entonces estalló la bomba, que sonó en los labios de Manuela como una justificación imposible.

     – Es que ha visto que vienen gitanos y es que no puede con los gitanos.

    Respiré hondo, a niveles que podrían haberme hecho batir el récord de profundidad a pulmón libre, y tragándome un exabrupto, dejé que tratara de explicar lo inexplicable.

     – No sé, ya se lo he dicho, pero es que no puede ni sentarse a su lado, ni estar la misma habitación.

     Fui pragmático, en grado sumo.

    – Pues vosotros veréis las prioridades. Si le puede más el malestar que la necesidad ya sabéis que os cerramos ficha y por el momento no os volvemos a ayudar económicamente.

    Salió la mujer a la calle, a convencerlo se supone, resoplando y refunfuñando como un fuelle oxidado. Ni qué decir tiene que no regresaron. Ni ella ni mucho menos el marido. Cuando no hay explicación lo mejor es no darla.

     La única característica que diferenciaba a esta familia de aquellas otras que juzgaba era el color de su piel.

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«¡Absalón, Absalón!» (1936)

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William Faulkner (1954) by Carl van Vechten

    Opinaba William Faulkner como quien no quiere la cosa que «no te preocupes por ser mejor que tus contemporáneos o predecesores. Intenta ser mejor que tú mismo.»

      Por mi parte, he de decir sin renunciar a la hipérbole respecto a la primera parte de la aseveración que cada vez que termino una obra del tipo de New Albany me entran ganas de bajar la nota a todas los novelas que he leído; y en lo referente a la segunda parte afirmar que incluyo en dichas ansias a las anteriores suyas.

“¡Absalón, Absalón!” es la mejor novela que, hasta la fecha, he leído del norteamericano, lo que es decir mucho, pues ya le había endosado algún que otro diez. Faulkner, un experto en retratar, igual que en una apoteosis, la desmembración y caída al fango de cualquier familia del sur nos vuelve a mostrar con su estilo tan depurado como obscuro y exigente las miserias humanas de las que no está a salvo ni la más casta de las criaturas. Y de nuevo lo hace desde la puntillosa exigencia que conlleva asumir la buena dosis de verdad y la imposible objetividad en cada uno de los personajes que habitan sus obras. Imposible reconstruir sus historias sin abrazar en igual medida la realidad tal y como son capaces de entenderla el padre, la madre, el hijo, la primera esposa, el bastardo, el amigo íntimo del que habla… Tal es así que resulta normal que cada página de Faulkner se convierta en un laberíntico túnel de sentimientos, ideas, prolegómenos en los que por momentos olvidas incluso el contexto en el que se está produciendo cada intenso monólogo -repleto de fluir del pensamiento- y haya que inyectársela en vena en pequeñas dosis, como la insulina, no vaya a producirse en el lector un coma de glucosa. Se ha de agradecer soberanamente a todo editor que se precie de introducir de manera habitual al final de las novelas del autor dos anexos: uno con los personajes y otro con la cronología para no acabar por cortarse las venas.
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«Misarquía»

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Political language . . . by carbalhax

     El palabro en cuestión lo acuñó la martilleante voz de Nietszche en su ensayo «Genealogía de la moral«. Cuando lo leí me quedó tan cristalino como el surtidor de un manantial aún no expropiado por una multinacional: odio al gobierno, entendido éste como fuente de poder, y no hay por donde agarrar a la clase política, la casta que llaman algunos. Sólo he tenido un amigo íntimo que decidió meterse de lleno en política. Podría obviar la ideología, pero no sería justo. Entró como concejal por Izquierda Unida, una persona seria, responsable, veraz y tenaz, que a los dos años ya estaba hasta los huevos de la peña, de las concesiones a la galería y del partido.

    Escuchar a alguien que tiene más oportunidad de cambiar las cosas y no lo hace justificarse en la entelequia me repugna. En su epístola «Carta al padre» le espetaba Kafka a su progenitor una frase realmente terrible que emplean con frecuencia los que ostentan la autoridad, que no el respeto: “la confianza que tenías en ti mismo era tan grande, que no necesitabas ser consecuente para seguir teniendo siempre la razón”. No tenéis razón, por más que una mentira se repita adecuadamente mil veces no se convierte en verdad.

    El tema del enlace, que da título a la entrada, se grabó en un festival en Salamanca hace casi 25 años (¡qué lástima que la cosa haya cambiado tan poco).

MISARQUÍA

Son eunucos de la realidad, chusma que exige pero no es capaz

de dar respuestas a la sociedad; impotentes sin más.

Los malos de los films de Costa-Gavras, perros que nunca avisan, siempre atacan;

ascetas Nietzcheanos de la virtud, haciendo vudú.

Y es tan creíble así creer la Misarquía; vender mi alma a Goethe cada día,

igual que venden destrucción al mundo entero: “Mataos si yo consigo mi dinero”.

Antropofagia, antropofobia.

Escatólogos del más acá, que entre sus heces saben respirar;

fieles discípulos de Pinochet, autócratas per se.

Francotiradores de la verdad que apologizan a la sin piedad;

humanistas del último Reich: ¡Viva el Apertheid!

Levantan muros de Berlín en su eutopía y continúan con sus nuevas guerras frías:

sus largas noches de cristales rotos y burdas parafilias con su odio.

Antropofagia, antropofobia.

Son eunucos de la realidad y su nihilismo dogmatizarán;

seres clónicos creados por algún disfraz, algún condón.

Antropofagia, antropofobia, antropofagia.