Cómo, cuándo ¿y por qué?

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       Parte de noticias:

     “Tres jóvenes mueren en un accidente de tráfico al salirse su vehículo de la calzada. La elevada velocidad en un tramo de escasa visibilidad posibles causas del suceso”.

      “El golpe de Estado en Turquía fracasa tras la resistencia de la población en las calles. El Gobierno llama a sus seguidores a que continúen en las vías públicas para evitar nuevas intentonas”.

      Vaya, aquí mezclando churras con merinas, ¿no? Se trata de dejar unos minutos antes de continuar con la entretenida lectura de esta entradita para que el lector o lectora encuentre las diferencias entre una información y la otra. No vale que uno es un accidente y lo otro un golpe de estado.

      Vale, ya han pasado unos minutos y os estáis hartando. Doy una pista al respetable en dos preguntas consecutivas:

       1. ¿Por qué mueren los jóvenes en el accidente de tráfico?

       2. ¿Por qué se produce el golpe de estado? Sigue leyendo

Meritocracia

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FEAT by YUK-buitar

     Me hallaba en esa hora intermedia, ni temprana ni tardía, en la que una interrupción, por leve que fuera, podría desestabilizar mi consagrada puntualidad a la hora de dar inicio a la primera sesión del taller de promoción de familias. Faltaba un matrimonio por hacer acto de presencia y fue Manuela, la esposa, quien, con cara dispersa y forzada sonrisa de torniquete, me hizo un gesto locuaz para que saliera un momento de la sala. Se encogió de hombros mientras le quitaba el seguro a la boca.

     – Mi marido… está ahí fuera, en la esquina.

     Como si encogerse de hombros fuera tan contagioso como un bostezo copié el gesto y puse cara de no entender ni jota.

     – Nada, que no quiere entrar.

     Supongo que mi semblante parcialmente adusto fue el que le borró la sonrisa bobalicona de la cara. Abrió de nuevo la boca sin seguro de accidente, pero antes de dar pábulo a explicaciones probablemente poco convincentes me dio por recordarle uno de los criterios básicos para asistir al taller y cobrar los pertinentes cien euros al mes.

      – Tenéis que venir los dos. Ya os lo dije.

    Entonces estalló la bomba, que sonó en los labios de Manuela como una justificación imposible.

     – Es que ha visto que vienen gitanos y es que no puede con los gitanos.

    Respiré hondo, a niveles que podrían haberme hecho batir el récord de profundidad a pulmón libre, y tragándome un exabrupto, dejé que tratara de explicar lo inexplicable.

     – No sé, ya se lo he dicho, pero es que no puede ni sentarse a su lado, ni estar la misma habitación.

     Fui pragmático, en grado sumo.

    – Pues vosotros veréis las prioridades. Si le puede más el malestar que la necesidad ya sabéis que os cerramos ficha y por el momento no os volvemos a ayudar económicamente.

    Salió la mujer a la calle, a convencerlo se supone, resoplando y refunfuñando como un fuelle oxidado. Ni qué decir tiene que no regresaron. Ni ella ni mucho menos el marido. Cuando no hay explicación lo mejor es no darla.

     La única característica que diferenciaba a esta familia de aquellas otras que juzgaba era el color de su piel.

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«Meridiano de sangre» (1985)

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Cormac McCarthy

    Juro solemnemente sobre la biblia que acompaña -junto a su cuaderno del bien y del mal- el mezquino caminar del juez Holden que, tan siquiera a punta de pistola, recomendaré este libro de una precisión quirúrgica exquisita ni al mismo Satán que se presente, aunque con toda probabilidad compartiera ganas y deshonras Mefistófeles con semejante individuo de medida maldad.

    McCarthy no se guarda un as en la manga y ya lo avisa desde el título, de forma mucho más precisa en lo que contacta con el sentido profundo y demencial de la obra en el original inglés: the Evening Redness in the West (Atardecer enrojecido en el Oeste). Porque de eso trata en última instancia esta novela de ingrata digestión y por momentos espesa lectura, de la hermosura infinita que rodea al ser humano en su deambular por el mundo y como la irrupción en dichos parajes del ser supuestamente más inteligente sobre la tierra bestializa y desangra todo lo que toca a imagen del caballo de Atila. Y lo hace por mero placer, por inconsciencia, por antropocentrismo, pues ni en un sólo párrafo o frasecita minúscula de “Meridiano de sangre” se hace la más mínima mención a la venganza, a la necesidad, a la supervivencia… No hay excusas para la brutalidad y no hay motivos para buscar una. Lo explica con pasmosa indiferencia el endiosado/endemoniado juez protagonista: “La ley moral es un invento del género humano para privar de sus derechos al poderoso en favor del débil”. Profética visión de una sociedad enferma que, en sentido inverso a lo que hicieran Thoreau, Tolstoi o Gandhi, recurre a la usurpación de todo y a la denostación de la alteridad.

    Alguna importancia habría que concederle al hecho de que la novela parta de un suceso histórico: la contratación de un grupo de asesinos a sueldo, la banda de Glanton, por parte del gobernador de Chihuahua a mediados del siglo XIX con el único fin de masacrar a los indios, pues supone sin duda conceder más ingrata credibilidad al asunto ignominioso de la justificación de la violencia gratuita, pero un asunto curioso y en absoluto banal es que el alterego del juez y personaje del que parte la obra jamás es nombrado en sus más de 300 páginas. Es “el chaval”, un chico, un muchacho, en un viaje iniciático y que, oportunamente invitado en medio del caos, se adapta a lo que le rodea como un parásito con tal de sobrevivir, de igual modo que estamos invitados a hacerlo cada uno de nosotros, poniendo con inasumida complicidad sobre cada línea nuestro nombre de pila. Todo, con la abstrusa opinión de que fuera posible sobrevivir a la maldad sin alejarse de ella.
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«Malditos los que vienen en nombre del dolor»

    Mañana, en una hora cercana al mediodía, podría apostar la cabeza sin demasiado riesgo de perderla a que Rajoy, Soraya, García-Margallo asistirán como buenos católicos del cumplimiento (cumplo y miento) a la misa del Domingo de Ramos. Al tiempo que los habitantes de Jerusalén, sacarán ramas de olivo y extenderán su mantos para recibir a quien viene en el nombre del Señor: Jesús, Hijo del Hombre, cuya vida y muerte fue reflejo de la lucha por los desvalidos, los excluidos, los que necesitaban el apoyo que le negaban las instituciones. Rajoy, Soraya, García-Margallo, en esta Europa más farisaica que católica, puede que escuchen compungidos en mitad de la eucaristía la pasión y tortura a la que los poderosos de entonces sometieron a aquel en quien dicen creer o tener fe. A Hollande lo puede salvar de la incoherencia su agnosticismo, no su ética, a Merkel y a muchos otros desde luego que no los rescata de la quema ni el santo que los fundó.

    Antes de esa hora, las doce de la mañana, los países que gobiernan estos grandes de las naciones, en lugar de dar la bienvenida ataviados de mantos y palmas, expulsarán con repugnancia y cajas destempladas a aquellos que vienen como extranjeros en nombre del Señor, a los desvalidos y excluidos, a los que necesitan ese apoyo que se les niega.

    No puedo sentir un asco mayor: “¡Malditos los que vienen en nombre del dolor!”, decís a boca cerrada. “¡Id al fuego eterno, hijos de puta, reservado para el diablo y sus ángeles!”, escucho responder, “porque lo que le hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños a mí me lo hicisteis”.

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Lepper Messiah by SuperPistaxito