Lo mismo me salgo un poco del parchís, pero no, no voy a hablar de la DUI, del Estatut ni del 155. El caso es que de todo lo que está pasando en el Reino de España en estas últimas semanas, lo único que me preocupa de veras es que un gobierno y el mayor partido de la oposición opinen que, en un país democrático, no había otra forma mejor de hacer las cosas. Y me dan pena los separatismos, las independencias, las fronteras… ¡Como si no tuviéramos ya bastantes! Porque del mismo modo que no quiero que levantemos muros y alambradas para impedir que se entre sin papeles (aunque sí con corazón) a esta tierra de supuestas oportunidades, me disgusta mucho que en lugar de tratar de entendernos, nos pongamos a darnos codazos en la boca. O a ir a un concurso para decidir quién los tiene más gordos.
Así que, como las partes nobles de determinadas personas me despiertan nulo interés, sin dedicarme a hacer un listado, sólo comparto un botón de muestra de aquello por lo que creo que merece la pena dar mucho por culo.
Plácida tiene más de ochenta años. Va siempre tan bien arreglada y tiene un cuerpo tan tipo bolo que parece una matroska. Camisa y falda de colores fuertes y maquillaje en tonos rosas y azules. Se desplaza con la mera ayuda de un bastón de los de toda la vida. Marrón, de puño estirado. El viernes pasado me preguntó que qué tal iba lo de la solicitud de Dependencia. Ante estas preguntas que son casi capciosas sin pretenderlo no sabe uno muy bien a qué atenerse.
Resulta que no le importa demasiado a la administración que Plácida no tenga familia de primer grado, que viviera sola o que tenga una pensión que no llega ni a los 700 euros. Su situación no es prioritaria, claro, porque hay gente peor; a la que tampoco se atiende en sus plazos, como demuestra el hecho de que una persona dependiente puede esperar unos tres meses para que se dignen en ir a valorarla y asignarle grado, otro mes y pico para que le manden la carta (retenida para retrasar los plazos), otros dos meses más para que se le asigne recurso (si lo merece) y uno y medio más si hay suerte para que, al final, pueda beneficiarse del mismo. Pero podemos resumir en un momento lo que es probable que le suceda a Plácida, mujer sin familia directa, sin necesidad de ayuda para realizar las actividades básicas de la vida diaria y que ocupa plaza privada en una residencia de mayores al módico precio de más de 1.400 euros porque le da miedo quedarse sola en casa.
- Tramitada ya la dependencia irán a valorarla a la residencia.
- No le asignarán grado, al poder vivir sola supuestamente, o como mucho Grado 1, pero es poco probable en virtud de los baremos actuales de la Junta.
- No podrá acceder a ningún recurso, excepto el jodido botón rojo de emergencias por si se rompe la crisma en caso de vivir en su domicilio.
- Se le acabará el dinero ahorrado en año y medio.
- Tendrá que dejar la residencia porque no puede pagarla ni la administración le va a asignar una plaza pública.
- Si por entonces no tiene vivienda propia, se verá tirada en la calle a menos que algún sobrino o sobrina de buena voluntad (aunque sólo una va a verla a la residencia alguna vez) la acoja en su casa.
- O si la tuviera, se quedaría sola en el domicilio hasta que ya no pueda andar, ni cocinar, tenga Alzheimer o algún vecino tenga que llamar a la policía porque huele a perro muerto en la casa de al lado.
Entonces su situación sería prioritaria. ¡Qué bien! Sigue leyendo