Una etiqueta de tal guisa vi impresa la semana pasada en la base interior del cuello de una blusa, que dicen los entendidos (o la estulticia machista en cualquier caso) que es como debe de llamarse a una camisa cuando es de señora o de niño, porque es más fina. Era bonita la jodida prenda, fondo blanco con listas de un tono celeste. Y encima «fabricada con amor». Joder, que casi se me cayeron dos lagrimones; aunque, claro, uno es capaz de llorar hasta viendo Terminator.
«Green Coast» ponía justo encima de la leyenda de los huevos, una de las firmas de moda de El Corte Inglés. En medio de la costura lateral derecha se podía leer impreso en otra etiqueta, justo antes de la avalancha con las características de tejido, lavado, materiales: importado por no sé qué mierda de empresa, con no sé qué mierda de CIF e, inmediatamente después, la marca de marras, en mayúsculas, no vaya la peña a despistarse: El Corte Inglés.
Juro por lo más sagrado que pensé en la niña india, camboyana o bangladesí quien, sentada desde buena mañana delante de su máquina de coser en mitad de un local ruinoso de un edificio ruinoso, si acaso con el único alimento de un té de hierbas entre pecho y espalda, sin descanso matinal, ni contrato y con nulos derechos laborales, estaba cosiendo la blusa del carajo por menos de un euro al día en una jornada de 16 horas. Puede que hasta sean esas mismas niñas las que acaban metiéndole el hilo y la aguja a la puñetera etiqueta del amor. Sigue leyendo