La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad

     Comentaba la semana pasada en este mismo espacio que, por temas relacionados con la humanización de la atención, en nuestra residencia de mayores habíamos decidido hacer oídos sordos al apartado de la Orden del BOJA del pasado 1 de septiembre que obligaba a que un nuevo ingreso pasara sus primeros catorce días de «adaptación» en cuarentena: es decir, aislado, sin actividades grupales y sin relación directa con su familia, entre otras lindezas.

      El caso es que justo el jueves pasado tuvimos un ingreso y, tal y como valoramos con sus pros y sus contras, pasó a observación, pero sin aislamiento, compartiendo espacios comunes y actividades con el resto de residentes, porque venía de su casa, sin salir y con la PCR negativa. Como parece ser que en el Centro de Salud de zona andan bastante preocupadas por el bienestar de las personas mayores, la enfermera encargada de la evolución de la COVID-19 nos preguntó por el aislamiento del nuevo ingreso; nuestro enfermero le explicó la situación y la decisión tomada en equipo. Ante tal desfachatez, la enfermera, en un inusitado ataque de deber cívico, se puso en contacto con la directora para advertirle de que la decisión era de la residencia, pero que si sucedía algo la responsabilidad era también nuestra y, particularmente, de ella como representante legal de la entidad.

      A mí me cuesta bastante ser políticamente correcto. Iba a decir que posiblemente porque no soy el director, pero lo fui de otro centro y tampoco llamaba mucho la atención por callarme lo que pensaba. Es curioso cómo repartimos las culpas. Se me ocurrieron varias cosas sobre la marcha según me comentaba una compañera la frase de marras, soltada con una absoluta falta de sensibilidad, empatía y asunción de obligaciones por parte de Sanidad. Por ejemplo: Continue reading

Dios Estado

    El Estado para sí mismo es como Dios para quien cree: nunca se equivoca. Infalible y eternamente estable. Parafraseando una cita de Mark Twain en referencia a nuestros actos, «Dios, el chivo expiatorio más popular para nuestros pecados», podríamos decir de boca del Estado con escaso temor a la equivocación: «el pueblo, el chivo expiatorio más popular para nuestros pecados».

    Con el temita de marras de la pandemia, han quedado las cosas aun más cristalinas si es que a alguien le restaba todavía alguna duda sobre tan prístina cualidad en quienes dicen que nos gobiernan. Por nuestro bien. Cuando alrededor del 60% de los fallecimientos por COVID-19 en los primeros meses del brote se producían en residencias de mayores, la culpa era de la gestión de los propios centros; ahora, cuando más del 70% de los nuevos contagios se producen entre la población comprendida entre los 15 y los 29 años, la responsable es la juventud de este país, a la que hay que vigilar y poner en entredicho como si del demonio en persona se tratase.

     Antes, con las muertes en residencias no decían nada del modelo de gestión pública o de la falta de control a la iniciativa privada (lo de iniciativa es un eufemismo que te cagas para evitar hablar de privatizaciones de los servicios sociales y la atención socio-sanitaria). Ahora, con los rebrotes, muchos de ellos asociados al ocio nocturno, nadie se da siquiera un pequeño latigazo por haber permitido la apertura de discotecas, pubes y demás negocios similares bajo unas supuestas normas a las cuáles resultaba imposible hacerles seguimiento. Parecer ser que en el primer caso de las personas mayores había que incidir en la salud de la población vulnerable (no en el temido colapso del sistema sanitario), y en el segundo, en la reactivación de la economía, incluso abriendo fronteras a mansalva (minimizando la obvia posibilidad de nuevos brotes). Como si lo uno y lo otro fueran compartimentos estancos.

    Que no se te olvide, la culpa siempre será tuya, como con la normativa europea de los envases de plástico y el reciclaje. Las responsables no son las multinacionales como Coca-Cola o McDonald’s por más desperdicios que generen, ni los supermercados que siguen vendiendo productos envasados en plástico, el responsable eres tú, como consumidor, que no te llevas una puñetera bolsa de plástico cada vez que vas a comprar y nos obligas a cobrártela.

     Difícilmente una decisión será perfecta alguna vez, lo perfecto es reconocer al menos que somos seres imperfectos y que no hay ninguna ciencia tan exacta que libre del error. Solo ese repentino ataque de humildad conseguirá que no exista necesidad de buscar culpables ni chivos expiatorios y acabemos replicando lo que dijo una vez el profesor Jirafales en El chavo del 8: «yo solo me he equivocado una vez, cuando pensé que estaba equivocado».

Sufridores natos

    Después de años, resultó que tuvo que ser el lunes pasado el primero en la larga historia del blog en el que no subí ninguna entrada (si no contamos las vacaciones, claro). Aparte del cansancio acumulado que llevo, estaba tan saturado mentalmente y con un cabreo interno tan poco saludable que solo me surgían amalgamas de naderías. El coronavirus tenía algo que ver, aunque todavía, en Córdoba, no nos habíamos vuelto paranoicos y podíamos darnos besos y abrazos sin que te miraran con cara rara y sintieras que estabas comportándote como un irresponsable. Porque, más allá de la sana preocupación y de que no hemos de obviar medidas lógicas de seguridad, al final, como siempre, la culpa del coronavirus y de su expansión es únicamente del españolito de a pie que le da por salir de casa y por asaltar los supermercados sin darse cuenta de que pueden contagiar a propios y extraños. Pero a lo mejor lo que le preocupa al Estado del «bienestar» (perdonen las comillas) es que se colapse el sistema público de salud, maltratado y maltrecho con tanto apoyo a la privada que, por cierto, hasta que no ha sido declarado el estado de emergencia, no había sido obligada a compartir recursos como si no recibiera subvenciones ni tuviera convenios. #QuedateEnCasa, rezaba el hashtag surgido de la sanidad pública de Madrid. Normal que lo apoye todo el personal sanitario que están hasta la bola, aunque, sin por ello restarle importancia, el índice de letalidad del COVID-19 en personas reconocidas como infectadas es del 0,7% según la OMS. Y es importante señalar lo de reconocidas como infectadas porque, como pasa con otras enfermedades víricas, mucha gente infectada no lo sabe por lo que, según la mayoría de personas expertas en epidemiología, el porcentaje real de letalidad sería inferior. Es decir, el #QuedateEnCasa no significa, como parecen transmitir en todas partes, que vas a impedir que la peña la palme, sino que se den un paseo a urgencias. ¿Es absurdo quedarse en casa? Pues no, pero que quede claro que es un chute de realismo ante la situación de nuestro sistema sanitario que, encima, se encuentra en el top 10 de los mejores del mundo y hasta podríamos sacar pecho. Estados Unidos, sin sanidad pública y sin derecho a baja laboral por enfermedad, se ha convertido en una bomba de relojería en relación al coronavirus. Continue reading