La dinámica del poder

     Es de sobras conocida la famosa escena del filme La lista de Schindler en la que el oficial nazi Amon Göth disparaba por divertimento desde la ventana de su oficina a la población judía del campo de exterminio del que era comandante. Schindler trató de inculcarle la inspiradora idea de que tenía más mérito gozar del poder de salvar una vida que de quitarla; pero el tránsito hacia la conciencia duró lo justo: hasta que se dio cuenta de lo aburrido que era perdonar, que no es delito, claro, y cualquiera puede hacerlo, contra el placer indescriptible de asesinar a sangre fría y que no te suceda nada. Eso sí que es privilegio de una clase única y privilegiada.

     Lo terrible es que en esa clase única y privilegiada hay mucha gente, aunque queramos vendarnos los ojos y dar la matraca con la monarquía y los beneficios del rey emérito. Son tanta peña que dan más miedo y suponen más peligro que la pandemia por SARS-CoV-2. Es la dinámica del poder, y personas con poder hay una jartá; y no me refiero al poder de sacar o no a pasear a la mascota, de ir o no a ver a la abuela, o de hacer copias personales en la impresora del curro, es poder de verdad, muy parecido al de Göth, pero que no canta tanto.

     Ojalá el problema fueran los delitos imputados a Juan Carlos de Borbón y que, por haber sido rey, todo el mundo le haga palmas; no, el problema es que quien ostenta el Poder, con mayúsculas, le da relativamente igual que lo pillen, porque cree que va a salir de rositas o no va a acabar la cosa tan mal parada. «Porque yo lo valgo», vaya, «y tengo el poder de hacerlo más allá de las consecuencias». Sigue leyendo

Feliz y sanitaria Navidad

    En fin, que ya están aquí las vacunas; lo que es una suerte, tanto para quienes creen en ellas como para quien no, pues ambas partes tendrán ya retahíla para rato y no aburrirse de hablar desde la Nochebuena hasta el Día de Reyes dentro del margen entre «ya nos curamos» hasta «nos van a insertar un microchip».

    Como suelo ser más pragmático y lo que no gusta es olvidar a las personas (que para eso está la clase política con la Salud Pública) este año voy a agradecer sin paliativos la lucha constante, desesperada y critica de toda la gente de bien que ha estado al pie del cañón desde el día 0 y lo sigue estando ahora: el personal sanitario y el socio-sanitario, ese que ya no oye las palmas en los balcones y que cuando dejó de oírlas era porque no les habían renovado el contrato en pleno proceso de desescalada.

    En esta Navidad donde las personas creyentes celebramos que nos vino la esperanza, afirmo que nunca se fue, porque la llevaron en brazos todo el rato enfermeres, médiques, auxiliares, terapeutes, fisios… que, codo con codo, han logrado que todo sea algo más llevadero o que han acompañado en el dolor y la muerte.

    Sirva mi belencito de este año de convencido, firme y sentido homenaje. Podéis hacer con él lo que queráis (de ahí sus diversas versiones): recortarlo como hice yo, mandarlo o darlo como felicitación, que lo coloreen les niñes…

    Gracias a toda la gente de bien y a seguir con fuerza, que la mayor parte de los virus que se quedan de un año para otro no se van a paliar con vacunas.

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Expurgo pandémico desde una residencia de mayores (y II)

(Segunda y última parte del artículo que comenzaba la semana pasada).

    Y ahora, al lío, pidiendo al respetable que, siempre, durante la lectura, tenga en cuenta las variables expuestas y que tienen mucho que ver con salvar la economía y evitar el colapso sanitario y muy poco (o nada) con la salud de verdad, la física y la psicológica de las personas mayores por las que insisten en sentir una desmedida preocupación.

    Durante los dos primeros meses de confinamiento no se realizaron test de detección del SARS-CoV-2 ni a residentes ni a personal socio-sanitario, y si alguna persona mayor presentaba síntomas compatibles con la COVID-19 (tos seca, dificultad respiratoria, fiebre…) debía guardar cuarentena durante dos semanas, estuviera o no enferma de coronavirus, dentro de su habitación, porque nunca lo íbamos a saber. Obviamente, en una población con una media de edad de más de 80 años, ¿quién no tiene problemas respiratorios, tos seca o fiebre un día u otro? A saber: no basta con que no puedas salir a la calle si no que, aparte de prohibir también las terapias y actividades grupales y que comas con otras personas en el comedor, si tienes síntomas (da igual que una de las características de las demencias sea la deambulación errática) te quedas en tu habitación.

    Pudiera parecer, en un exquisito ejercicio de retorcimiento de la realidad del que se diría que han convencido a buena parte de la sociedad, que es una forma inmejorable de proteger a las personas mayores, pero pongo por caso lo que sucedió poco antes de escribir estas últimas líneas, aunque posteriormente hubo ligeras correcciones a estas medidas tan absurdas como oportunistas. Provincias y ciudades con transmisión comunitaria o al borde de tenerla, ¿cómo protegemos? Cerrando parques infantiles y residencias a cal y canto, sin salidas ni visitas de residentes y familiares; mientras, para proteger la economía, todo el personal de dichas residencias, que es quien ostenta unas posibilidades cuasi infinitas de llevar el virus al interior (no hace falta ser Blas Pascal para entenderlo, porque por mucho que se permitan salidas y visitas seguirían siendo residuales), podrá seguir yendo de bares, al gimnasio, comer y cenar fuera mientras «solo» sean seis personas, o incluso juntarse treinta personas en una comunión, una boda o un bautizo, lo mismo da que acaben alcoholizadas perdidas abrazándose por los rincones mientras lo hagan hasta las 10, las 11 o las 12 de la noche como máximo según el rigor (o laxitud) más o menos exquisito de cada Comunidad Autónoma. Y sus churumbeles también seguirán asistiendo al colegio, por supuesto, sin guardar la distancia de seguridad pues, parece ser, que no hay presupuesto para aumentar el profesorado, o juntándose con otros nenes y nenas en el recreo o en las asignaturas optativas; eso sí, en cuanto salieran de una clase masificada ya no podrían ir con su familia al parque, porque era un riesgo terrible e inmarcesible (finalmente, esta medida tan absurda como oportunista fue corregida). Huelga decir que no hay ni un solo dato que avale esa inexistente teoría que nadie podrá probar en la vida de que la transmisión se haya disparado gracias a los paseos o las visitas de las personas mayores de residencias o al contacto entre iguales en los parques infantiles. «Es la economía, amigos». Y como el equipo técnico de nuestra residencia es mucho de datos estadísticos las personas mayores van a seguir saliendo, aunque sea siempre acompañadas de nuestro personal, por mucho que lo diga un orden ministerial mientras la situación sea discriminatoria. Sigue leyendo

Expurgo pandémico desde una residencia de mayores (I)

El siguiente artículo (excepto algunas ligeras actualizaciones por la evolución de la pandemia) no fue publicado en la revista Caramanchos de mi pueblo de origen so pretexto de que su temática no entraba dentro de la estructura de dicha revista, centrada en el folclore y las tradiciones extremeñas, a pesar de que en números anteriores han aparecido artículos ajenos a esta realidad y en este mismo año se publicará uno de una amiga enfocado en la Memoria Histórica. Será que lo que no se debe hacer es criticar de manera indiscriminada a izquierda y derecha.

Lo compartiré en dos partes debido a su extensión.

     Dicen quienes de esto saben que, antes de entrar en materia, lo suyo, a fin de evitar suicidios colectivos y/o rasgados de vestiduras, es situarnos en contexto. Como el título de este insignificante (y quizá algo díscolo) artículo puede ya conducir a ni saber de qué estamos hablando se hace necesario precisar un poco.

  • Expurgo: aunque haya pocas cosas tan simples hoy día como teclear un palabro en el buscador favorito y que te devuelva incontables resultados, para evitar tener que romper la imprescindible sintonía entre el que suscribe y quien lee, resumamos diciendo que un expurgo es una necesidad intestina que si no la sacas de adentro con la exclusiva intención de purificarte puede ocasionar males y daños imprevisibles a la salud, como diarreas, taquicardias o úlceras de diferente consideración.

  • Pandémico: aunque hasta el primer trimestre del año a nadie se le hubiera pasado por la cabeza que este adjetivo existiera o que iba a poder utilizarlo (o a su madre semántica, la palabra pandemia) en frases comunes más a diario que comer pan, en la actualidad es capaz de reconocerlo hasta cualquier corrector ortográfico. Pandemia pandemia pandemia… ¡Qué gusto que no salga la línea curva en rojo subrayando la palabra de marras!

  • Residencia: por si no lo sabíamos, son lugares de perdición, donde habita el diablo (no demasiado Cojuelo parece ser por la absoluta falta de diversión) y en los que se maltrata sistemáticamente a personas de edad provecta con el único objetivo de ganar pasta. Esos lugares, igual que el infierno excepto para creyentes católicos recalcitrantes, nunca les han importado a nadie una mierda, pero ahora resultan que son la caja de Pandora y, como siempre hay que echarle a alguien la culpa para hablar de todo menos de lo importante («la culpa es mía y se la doy a quien quiero» que opinaba una amiga), han sido tomados como chivos expiatorios de la inutilidad, ineptitud y estulticia de la clase política, las administraciones públicas y el periodismo de pito y chirigota.

  • Mayores: ya, sé que es complicado entender esta palabra, la que menos se ha usado dentro de todo este contexto; porque a ningún medio de comunicación oral o escrito se le ocurre soltar, en estos tiempos de corrección política y de temores intestinos a excluir a algún colectivo o herir sus sentimientos, decir subnormal, negro, marica o moro, pero ahora resulta que las personas mayores son ancianas, y así puede comprobarse día a día, a mansalva, sin que se ponga el grito en el cielo, por más que a nadie mayor de 65 años (60 según el consenso de la Unión Europea) le gusta que lo llamen anciano o anciana. A mi padre, cada vez que escucha en algún telediario la frasecita de que «un anciano de setenta años muere en su domicilio», casi le da un infarto. Mayores, personas mayores.

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