Lo evidente

     Si existe algo que me defina en el plano de los odios y de las fobias es mi firme creencia en que las cofradías, las hermandades y las mastodónticas procesiones semanasanteras suelen andar bastante más cerca del Diablo que de Dios; y el menda lerenda viviendo en Córdoba: «no quieres caldo, pues toma dos tazas». De hecho, me pasé más de ocho años en un piso situado a cien metros de la Carrera Oficial; desde el lunes al viernes santo, para que algún buen cristiano me permitiera atravesar la calle y llegar al portal sin recibir una tanda de insultos, casi tenía que llamar a la Benemérita. He de reconocer que la mayor molestia, a nivel particular, ni siquiera consistía en que tardara en llegar a mi domicilio más que un caracol en subir al K2, sino en que cualquier insensato pensara que mi pretensión era colarme y ponerme en primera línea de playa para apreciar a la Virgen Santísima y a su cohorte de encapuchados tipo KKK en todos sus misterios dolorosos con mayor enjundia. De haberlo sabido entonces, hasta me hubiera cortado el brazo izquierdo (tampoco hay que exagerar, que soy diestro) por quedarme en aquel estatus de morretas de primera fila con tal de no tener que pasar por el sofoco y la degradación del viernes pasado.

     Me hallaba yo esa tarde bien feliz y dispuesto en el salón de mi casa realizando una tabla de ejercicios de mantenimiento (que tiene uno ya esa edad en la que el cuerpo, ingrato él, tiende a ponerse fondón) cuando recibí al móvil una llamada de una urgencia tan abrumadora como predecible. Apenas cinco minutos llevaba desanquilosando los músculos. Descacharrante. No es de extrañar que mi límite de resistencia no sobrepase el recorrido en bicicleta que va desde mi piso al curro y viceversa. Resoplé lo justo, que podía haber sido más dada la situación, miré a los gatos, los dejé en el salón para que Igor tuviera la exclusiva oportunidad de morder los cables del ordenador durante mi ausencia y, descolgando del perchero de detrás de la puerta del dormitorio la primera sudadera que pillé, me la ensarté y salí a la calle. Continue reading

Hola, soy Baltasar

Rey Baltasar, Adoración de los Magos, c. 1520 (detalle)

      Mu’ buenas, ¿qué tal las fiestas? Soy el Rey Baltasar y a mí, entre pitos y flautas, me las habéis estado casi amargando.

     Perdonad que sea tan franco así, de inicio, pero es que llevo aguantándome desde antes de Navidad por no darle a nadie las uvas y cuando ha llegado la hora estaban a punto de reventarme las tripas.

     En un primer momento, quisiera hacer una especie de composición de lugar, por aquello de que no se me vaya a acusar de inventarme datos, como le pasa a Casado o a la peña de Vox con las estadísticas de inmigración o de niños asesinados por sus madres. A ver, como bien sabemos, en ningún texto de los evangelios pone que mis compis Melchor, Gaspar y el menda fuéramos tres, ni siquiera que fuéramos magos, ni reyes y ni una sola palabra acerca de que el color de mi piel fuera negro o tiznado. Lo de que se haya metido en el imaginario colectivo que éramos tres vamos a achacárselo a que eran tres presentes: oro, incienso y mirra; lo de la Magia a la cultura popular y a un problema de traducción; lo de los reyes a la mano negra de la monarquía, tan chic antes y ahora; lo del color de la piel a que, por narices, todos los continentes tenían que ir a adorar al niño, aunque fuese desde la quinta puñeta. En realidad, hasta el siglo V no se estableció que los sabios de oriente fuéramos tres y solo en el XI se confirmaron nuestros nombres y comenzaron a pintarme regularmente de color tostado.

     Y esta va a ser la primera de mis pataletas. A ver, almas de cántaro, pero si yo nunca he insistido en ser negro ni nada que se le parezca, ¿a qué viene ahora que os pintéis la cara con betún para parecer africanos? ¿O es que tampoco hay gente negra o morena en el país para no tener que hacer el ridículo? Porque al menos casi el 3% de la población española es subsahariana, sin contar otros países o los afrodescendientes. Vamos, que no es como tratar de encontrar una aguja en un pajar. Continue reading

Cultura y Síndrome de Estocolmo

THE_BATTLE_OF_COPYRIGHT     Nuestra relación con el capitalismo es igual al síndrome de Estocolmo: te esclaviza, te somete, hace lo imposible para que no huyas, para tenerte bajo su control… pero al final acabas pensando que es lo que hay, que al fin y al cabo es el que te da de comer y de beber, y terminas, no sólo por enamorarte de él, sino incluso por defenderle y no querer escapar ni cuando ya tendrías la oportunidad.

     La reflexión viene al caso de una insignificancia, pero resulta que de nuestra posición ante las insignificancias se suele extraer con mayor claridad que del fondo de un estanque cristalino nuestro modelo de pensamiento global. La cuestión es que, hace cosa de una semana, se me ocurrió la proverbial idea de compartir en una página de libros, el enlace de una web de libros de descarga libre: epublibre. No pasaron ni veinte minutos cuando ya estaban contestando. con un énfasis que ya quisiera yo contemplar sobre otras cuestiones, acerca de que era simple y llanamente una web de libros piratas. Punto pelota.

     Me sorprende el uso tan ligero con el que empleamos determinadas palabras con un significado la mar de estricto en determinados contextos y como, sin embargo, nos sentimos incapaces de aplicar el mismo concepto a lo que la sociedad en su conjunto se niega a nombrar así. Piratería. Quien se descarga de la red un disco de Joaquín Sabina o un libro de Saramago compartido públicamente por alguien que incluso puede haberlo comprado legalmente, es un pirata. Ahora, que las discográficas o las editoriales de turno le paguen al autor o autora de una obra un 4% de los beneficios (soy generoso) y luego le cobren al comprador 20€ del ala no es piratería, no es un robo de la propiedad de alguien.

     Ya, es que soy un inocente, si pasaba en la época de verdad de los piratas. Uno es un bucanero desgraciado si va por su cuenta con un grupo de colegas. Ahora, si te pones al servicio de los intereses de la corona, del reino, del estado, aunque hagas lo mismo, como lo haces para mí, no es piratería, sino protección. Que se lo digan a Sir Francis Drake.

    Entonces, será que el problema es otro, y se basa en nuestras concepciones de la realidad, la cultura, el modelo de consumo y la sociedad capitalista. Tanto es así que en cuanto habla uno de cultura libre salta la liebre y descubrimos que la mayor parte de la peña no tiene ni idea de lo que estás hablando. Y tergiversa tus palabras. Seguro que por desconocimiento. Continue reading

Lo peor de lo que nos pasa

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Via Crucis by Cubonegro

    En su libro de cuentos “¿Quién puede hacer que amanezca?” el teólogo y terapeuta Tony de Mello nos regalaba esta historia:

    “Necesito desesperadamente que alguien me ayude… o voy a volverme loco. Vivo en una pequeña habitación con mi mujer, mis hijos y mis parientes, de manera que tenemos los nervios a punto de estallar y no dejamos de gritarnos y de increparnos los unos a los oros. Aquello es un verdadero infierno…”

    “¿Me prometes que harás lo que yo te ordene?”, le dijo el Maestro con toda seriedad.

    “¡Te juro que lo haré!”.

    “Perfectamente. ¿Cuántos animales tienes?”

    “Una vaca, una cabra y seis gallinas”.

    “Mételas a todas en una habitación y vuelve a verme dentro de una semana”.

    El discípulo quedó horrorizado, pero ¡había prometido obedecer…! De modo que lo hizo y regresó al cabo de una semana quejándose desconsoladamente:

    “¡Vengo hecho un manojo de nervios! ¡Qué suciedad, qué peste, qué ruido…! ¡Estamos todos a punto de volvernos locos”.

    “Vuelve otra vez”, dijo el Maestro, “y saca a todos los animales fuera”.

    El hombre se marchó a su casa corriendo y regresó al día siguiente radiante de alegría:

   «¡Qué felicidad! Han salido todos los animales y aquello es ahora un paraíso. ¡Qué tranquilidad, qué limpieza, qué amplitud…!”.

    Ya, una memez. Pero lo mismo una memez que no tomamos en demasiada consideración en nuestro día a día. Estamos tan liados, con tantos follones que no tenemos ni tiempo para salir de nuestras preocupaciones y tratar de ser felices sin vernos en la oblicua necesidad de ir por la vida cargándonos con cruces a la espalda.

    Reflexionemos sobre nuestros problemas, sobre el estrés, los nervios, la cantidad ingente de personas que nos hacen sufrir. ¡Vaya angustia! Continue reading