La poesía no es precisamente un género que atraiga a las multitudes, por eso es más de agradecer todavía la asistencia a este acto pequeño y sencillo, de manera más concreta y especial a aquellas personas que tuvieron la osadía de asistir sin conocerme de nada. Espero que no estén en proceso de arrepentimiento.
Un abrazo y mucho cariño al periodista, y sin embargo amigo, Víctor RH, y a mis compas de grupo May y Fran, que me acompañaron en dos canciones compuestas a partir de sendos poemas.
Y gracias también a Juan Manuel, a través de quien se nos cedió la sala Sánchez-Sevilla de la Biblioteca Central.
Comparto la nota de prensa del Diario Córdoba, algunas fotografías y el recitado de uno de los poemas incluidos en el libro, Los segundos adioses, que transcribo al final de esta entrada.
Los segundos adioses
Detesto los segundos adioses,
son sombra sobre sombra,
inútilmente oscuros
como si jamás bastara la primera sacudida
para lograr suficiente daño autoaflijido.
Los detesto
porque son intrínsecamente detestables,
dan náuseas y escalofríos,
se asemejan a una cicatriz en el jarrón que cae
por segunda vez
sin gozar de la esperanza amarga del primer adiós
ni de su soledad asumida.
Son hienas furtivas
los segundos adioses,
que hibernan en lo frío del alma,
baldíos, exánimes, ignotos,
añorantes de pasado,
angustiados de futuro,
caducos de un presente que revela
el miedo más irreductible
y no acierta a descubrir
si lo ama más
o más lo teme.
Detesto los segundos adioses,
su fe agnóstica,
pues
si bien podría resultar hasta probable