La violencia machista no es la noticia en prensa de que otra mujer, una más, ha sido asesinada por su pareja. Ni empieza ni termina ahí.
La violencia machista no son las denuncias, el maltrato, los gritos y las voces en el piso de la vecina. Los cristales rotos, los insultos, el abandono en el balcón o el descansillo de la escalera.
Estas son sus consecuencias más graves.
Pero la violencia machista de inicio con un piropo tan gracioso que a la chica, que no lo ha pedido, le da grima.
Cuando en una discoteca le meto mano a una chica que tampoco me ha pedido nada aunque vaya con una minifalda extremadamente corta.
Cuando me río de las opiniones de una chica porque es chica y de eso no sabe.
Cuando «ayudo» en casa.
Cuando en Navidad le digo a las chicas que a ver si se ponen a dieta rodeado de santos varones con barrigas cerveceras a los que nadie se dirige en similares términos.
Cuando me creo mejor, por el mero hecho de ser varón…
La violencia machista empieza sin darnos cuenta. En el día a día, y hay que estar al loro.
Para el día de la ignominia de contra la violencia machista comparto el primer capítulo de mi novela «Yo, tú… él», porque así puede empezar lo que nunca esperas. Sigue leyendo