«La primera igualdad es la equidad» (Victor Hugo)
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«Retratos de familia» (2013)
“Retratos de familia”, el primer largometraje del singapurense Anthony Chen, es uno de esos filmes que solemos llamar -de manera un tanto obtusa y casi despectiva- pequeño y falto de pretensiones. Decimos también que en eso radica su grandeza. En realidad, la grandeza infinita de Ilo Ilo reside en que es tan inmenso y sencillo porque sus protagonistas son inmensos y sencillos, así como cualquiera de las familias que nos rodean y a las que amamos, sufrimos o compadecemos, con su infinita gama de defectos y virtudes, y porque la historia que narra sucede cada día a nuestro lado, nos demos o no cuenta.
No es una necedad hablar de lo común, el cine de japón lo ha hecho de siempre como nadie, y de sus orígenes bebe Chen, mostrándonos a un padre en paro, una madre con un trabajo precario encargado precisamente de los despidos en su empresa, un niño difícil por el mero hecho de que nunca están con él y necesita atención… y una empleada de hogar, inmigrante, que cobra cuatro dólares singapurenses mal contados, con un sólo día de descanso al mes y que ni puede llamar por teléfono desde la casa de sus señores. Sigue leyendo
«Las baladas del ajo» (1988)
¿Quiere usted cortarse las venas? Lea a Mo Yan. Lo que puede parecer una afirmación gratuita, es probable que la compartan muchos de sus compatriotas.
Mi primer y único acercamiento sin saberlo a la obra del señor Mo fue hace casi 30 años, en una sala de cine contemplando la nada magnánima “Sorgo rojo” (1988), del director chino Zhang Yimou, y, aunque desde luego no tuvo nada que ver con lo literario sí que tiene el gusto de compartir con “Las baladas del ajo” ese mal rollo de componente autosuicida.
Dura como una piedra y desagradable como un puñado de estiércol que te metes en la boca. Así es la novela de Mo Yan, autor que disfruta del don -difícil de desdeñar- de aliar en una misma línea con una escritura pulcra y precisa la belleza de los paisajes de los campos de mijo, sorgo y ajo con la podredumbre de la maldad y de la desesperación, la inmundicia más abyecta que logra hacer tan tangibles en sus descripciones como las expresiones, figuras y rostros despreciables o despreciados que llenan cada página de la novela. Imposible se me hizo no recordar al Cormac McCarthy de “Meridiano de sangre”.
No se anda con chiquitas Mo Yan, que supera con creces cualquier experiencia desabrida en la pluma de Primo Levi (“Si esto es un hombre”), Dostoievski (“Memorias del subsuelo”), Vargas Llosa (“La casa verde”), Hamsun (“Hambre”), Coetzee (“Desgracia”)… Y en este punto, en este potente monumento al dolor y al caos surge la primera gran pregunta respecto a la personalidad y obra del escritor que nos ocupa.
Mo Yan pertenece al Partido Comunista y es vicepresidente de la Asociación de Escritores de China, cargo honorífico nombrado a dedo por Pekín, sólo una de sus novelas ha sido prohibida en su país, de manera harto curiosa “Grandes pechos, amplias caderas” posiblemente por razones más próximas al puritanismo que por su componente político, y la entrega del Nobel de Literatura en 2012 fue aplaudida sin paliativos por el Gobierno como ejemplo de independencia de la academia sueca mientras apenas dos años antes hizo oídos sordos y mostró su desprecio ante la concesión del de la Paz al activista chino Liu Xiaobo, condenado en 2009 a 11 años de prisión por incitar a la subversión contra el poder del Estado. Obviamente pues, Mo Yan no es una amenaza para el Estado. Sigue leyendo
Obscenidad
Hace justo ahora 20 años, Milos Forman retrató acertadamente la obscenidad de la doble moral en la cinta “El escándalo de Larry Flynt”. En una de las escenas más memorables de la película, el actor Woody Harrelson, quien encarna de muy buenas maneras al protagonista, editor de la revista pornográfica Hustler, interroga al respetable sobre ¿qué es más obsceno? mientras pasa una proyección de diapositivas: pechos turgentes, mujeres desnudas en actitud poco decorosa… entre otras imágenes de violaciones de derechos humanos, guerras, violencia, hambruna.
Ni qué decir tiene que al escandalizador Flynt le dieron hasta en el cielo de la boca, pero por aquel entonces -mediados de los 70 del pasado siglo- se convirtió por mérito propio en el defensor a ultranza del respeto escrupuloso a la primera enmienda de la Constitución de EE.UU.:
“El Congreso no podrá hacer ninguna ley con respecto al establecimiento de la religión, ni prohibiendo la libre práctica de la misma; ni limitando la libertad de expresión, ni de prensa; ni el derecho a la asamblea pacífica de las personas, ni de solicitar al gobierno una compensación de agravios”.
En lo que debiera ser una vergüenza para algunos de los más altos cargos políticos de este país gañán y tercermundista llamado España, así como para sus medios afines y demás acólitos, he sentido tanto asco tras las diversas manifestaciones y opiniones mostradas por la casta -ahora han demostrado con creces que no les venía mal tal apósito, pues se comportan como esa élite que en el resto ve mugre- hacia otros representantes igualmente dignos y elegidos de forma democrática por la ciudadanía, como si me hubiera comido sin respirar una tonelada de mierda. Sigue leyendo