«Héroes y villanos» (Vídeoclip)

Menos mal que tenemos el SARS-CoV-2 para que nos quedemos en casa y podamos darnos a hacer pavadas de las que nunca tiene uno tiempo.

A ver si solo los Celtas Cortos y un grupejo de famosetes van a inflar las redes cantando desde sus casas el Resistiré. Nos toca a Poverello y Cía con «Héroes y villanos versión coronavirus 2020. Esperamos que lo disfrutéis.

43 almas

     43 almas. Puede que más, pero como es Nueva Delhi y no las Ramblas o París, más de 24 horas después aún no sabemos si hay más. Las noticias vuelan menos cuanto más alejadas están de nuestros intereses.

     43 almas. Porque almas son. 43 almas asfixiadas en una fábrica clandestina, sellada a cal y canto desde dentro. Aún no sabemos qué fabricaban, qué exportaban, qué nos vendían. Lo mismo ni llegamos a saberlo, ni qué empresas occidentales alimentaban el fuego con subcontratas, porque esas 43 almas, aparte de lejanas, tenían rostros aceitunados y ojos ligeramente oblicuos.

     43 almas. Y es probable que esta tarde, a la hora de las noticias, balanceemos la cabeza a izquierda y derecha mientras nos mordemos a medias nuestro labio inferior. Por la terrible tragedia de estos países indecentes sin las más mínimas medidas de seguridad en el trabajo. Y pudiera ser que, en un majestuoso ejercicio de equilibrismo, el día aquel en el que hagan referencia directa a empresas textiles en las que nos gastamos los cuartos y que fabricaban allí, en Nueva Delhi, igual que sucediera con el Rana Plaza de Bangladesh, tiremos de oficio y acudamos al cajón de-sastre de las excusas.

  • Al menos tenían algo para trabajar, sino estarían mucho peor.

  • ¿Y qué haces? Si todo el mundo fabrica igual.

  • Tenemos que consumir, que es la única forma de salir de la crisis.

  • Amancio Ortega ha donado dinero para el cáncer.

     Y dará igual que todas estas premisas sean inexactas o directamente falsas. Al fin y al cabo, ha sido mala suerte que esta desgracia suceda tan cerca de las fiestas, así que tendremos que hacer de tripas corazón. Continue reading

De cara a la galería

     Las galerías de arte son esos pasillos largos a los que acude mucha gente importante a hacerse la entendida y mucha gente entendida a hacerse la importante. Luego también estamos quienes no somos ni entendidas ni importantes ni deseamos ser ninguna de ambas cosas, pero ya que estamos en Madrid, en París o en Nueva York cómo vamos a pasar sin ir a El Prado, El Louvre o El MoMa (por más que digan que puede ser que apenas cuatro o cinco personas a nivel interplanetario sean capaces de entender ni el 25% de los cuadros expuestos en el museo de arte moderno de la Gran Manzana).

      Por mi parte, a veces me siento (de sentir no de sentar) delante de un cuadro como un sumiller al que acaban de regalarle la certificación y se ve en la obligada coyuntura de distinguir entre un Ribera del Duero y un Don Simón. Sé lo que me gusta y lo que no; sin más gaitas, sin menos ignorancia. El caso es que, según algunos estudios (aproximativos, pues es imposible cercar la ilegalidad con datos) entre el 25 y el 40% de las obras de arte que se venden (y/o exponen, claro está) son purita falsificación, y esto quiere decir ni más ni menos que las probabilidades de que una de esas personas importantes o entendías esté lanzando bondades y albricias sobre una obra falsa son bastante elevadas.

     La entrada de hoy me está quedando un poco cultureta y no es mi estilo, pero es que me he acordado de las galerías y de las falsificaciones a raíz de los acuerdos, reuniones y Green Deales con la cosa del clima. Una inmensa, europeísta y filigranítica preocupación, tan interplanetaria como el conocimiento aquel al alcance de tan escasas personas. Lo que pasa es que el porcentaje de obras de arte que puede soltar la clase política por la boca en un discurso o un panfleto y que, en realidad, son falsedades supera con creces el máximo del 40%. No hay más que echar un ojo a la inmensa mayoría de ciudades de la geografía española que han firmado el manifiesto de la Red de Ciudades por el Clima y comparar sus gastos en alumbrado navideño o promoción de días muy anti cambio climático como el pasado Black Friday para hacerse una idea de que alcaldes y alcaldesas se parecen bastante en sus maneras y galerías al famoso falsificador Mark Landis, que se pasó más de veinte años donando generosamente cuadros de reconocidos artistas, falsificados por él mismo, a museos de todo el mundo. Como todo fue consecuencia de su amplio espíritu filantrópico nunca ha sido condenado por no haberse lucrado con dicha tareíta. Landis y el cuerpo de ediles, en base a las acciones públicas y exentas de vergüenza de estos últimos, parecen también compartir la esquizofrenia, que les hace confundir la realidad con el mundo de Matrix. Continue reading

Reflexiones en torno a mis incoherencias

     Ramón tiene más de noventa años y está en una fase avanzada de Alzheimer. Cuando el otro día, a la hora del almuerzo, le pusieron por delante el puré de verduras con pollo lo miró con cara de ponerse manos a la obra y comenzó a remugar, como suele hacer cuando anda más activo, y apenas se le entendía otra cosa que no fueran las referencias al muro, el cemento y cosas por el estilo muy en consonancia con su pasado de albañil. Total, que Ramón se puso manos a la obra, aunque no en la faceta alimentaria que era de esperar, sino que agarró la cuchara con soltura inusitada y se puso a extender el puré por encima de la mesa y posteriormente sobre el borde de la pared lateral. Para enlucirla, que estaba muy estropeada. Huelga decir que poco pudimos hacer al respecto; no íbamos a pretender que el pobre se metiera entre pecho y espalda lo que él consideraba a todas luces un plato de mezcla. Si somos personas convencidas de algo, dan igual los datos medianamente objetivos que rechacen tal afirmación; cuando nos tocan determinados aspectos de nuestro modelo de vida, por mínimos y milimétricos que sean, lo normal es actuar como si tuviéramos la enfermedad de Alzheimer y lo único válido, correcto y/o posible es aquello que ya estamos haciendo o que nos conlleva un esfuerzo relativo, amable, discreto.

     Quien me conoce un poquito sabe que tengo muchos defectos, pero uno de ellos no es la falta de esfuerzo, la comodidad dentro de mi zona de confort o la justificación de mis incoherencias. En este sentido nunca puedo dejar de recordar un artículo de prensa que leí hace muchos años que trataba la violencia con los animales no humanos. El articulista reconocía que le encantaba el centollo, que no quería dejar de comer tan rico crustáceo, pero eso no le nublaba la mente hasta el extremo de obviar el pequeño detalle de que al centollo lo hervían vivo para ser consumido y de que el animalito de marras no contaba con el superpoder de la insensibilidad al dolor. Y esta entrada va un poco de todo eso, pero sobre todo de mí, de mis neuras (o no tantas) y de cómo pienso que ningún gesto es nimio si me conduce a hacer lo correcto (o lo menos malo) y ninguna costumbre es precisa si puedo prescindir de ella. No creo que las elecciones y decisiones de nuestra existencia sean solo cuestión de beneficios y cambios globales, sino también de tratar de evitar con cada acto cualquier prejuicio, por ridículo que pueda parecer. Por circunstancias que se han dado, me toca enfocar mis faltas de coherencia en temas relacionados con el medioambiente, la ecología y las nuevas tecnologías, aunque no sea, ni de largo, el aspecto de mi vida en el que más tenga que aprender. Todo ello obviando el aspecto más contaminante del asunto, que es la propia elaboración de los aparatos (móviles, portátiles, tabletas, ordenadores de sobremesa…). De momento, como no me da la vida para comprarme un móvil de 200 pavos tipo Ecophone (al Fairphone ni lo nombro), me voy apañando con mi patato de segunda mano del año de la república. Lo mismo llega el día en que vea una memez lo de tener móvil, sea del tipo que sea. Continue reading