«Calvin y Hobbes» (1985-1995)

   Puede ser verdad aquello de que Bill Watterson, creador de la tira cómica que nos ocupa, beba de todas las fuentes bebibles, desde la sesuda y difícil sátira de Krazy Kat o Little Nemo pasando por los clásicos Peanuts o Mafalda, pero no es menos cierto que sus personajes Calvin y Hobbes tienen un estilo tan personal y original que, una vez pones en marcha el recorrido iniciático de sus páginas, no pasa demasiado tiempo hasta descubrir que no eres capaz de soltarlas.

    Watterson era publicista, un tipo que se aburría como una ostra en un trabajo que odiaba, y que dedicaba su tiempo libre a realizar tiras cómicas, su gran pasión. De editorial en editorial, de rechazo en rechazo, no renunció a su sueño hasta que en 1985 la Universal Press Syndicate comenzó a publicar las caricaturas de Calvin, un niño medio misántropo de seis años, y de Hobbes, su pragmático tigre de peluche. La importancia del pensamiento filosófico (y en buena parte trascendente) que desde un inicio pretendió insuflar Watterson en sus tiras cómicas es fácil de intuir habida cuenta de los nombres de ambos protagonistas, provenientes del teólogo Italo Calvino y del filósofo inglés Thomas Hobbes.

    Las constantes referencias de Calvin a la literatura, al arte, a la cultura o a la política han hecho de la obra de Watterson un referente para muchas generaciones como lo es Quino a través del personaje de Mafalda, aun sin centrar buena parte de las viñetas en la denuncia social o la crítica política. De todo, como en botica, puede encontrarse en las tiras de Watterson: la imaginación fuera de la realidad de un niño de seis años, sus problemas con Moe el matón del colegio, sus desavenencias con la señorita Carmona, o con las funciones que debería de ejercer su padre para no perder las próximas elecciones como progenitor, así como juegos de trineos o inventados por Calvin, pasando por temas de inaudita profundidad acerca de la amistad, la muerte, el sentido de la vida… Todo embadurnado de enormes dosis de cinismo.

    Y no le iría muy mal económicamente a la Universal Press ni al resto de 2400 periódicos en los que llegó a publicarse, porque a pesar de su fama ganada a pulso de chico díscolo, siempre acababa cediendo a sus sensatas exigencias, por más que supusieran romper la norma impuesta por los periódicos en la publicación de tirar cómicas. Del mismo modo que Milton Caniff consiguiera con Terry y los piratas lo impensable: mantener una continuidad narrativa con una sola tira diaria, Watterson dispuso de libertad creativa en la estructura de las viñetas llegando incluso a tocar las narices con páginas completas en la tira dominical.

    Pero todo ello se queda en agua de borrajas si nos centramos en el concepto que Watterson tenía sobre el arte de las viñetas, como obra mayor, que no debería de estar sujeta al mercado ni al consumo, por respeto a los propios personajes, y se negó desde sus inicios a caer en la mercadotecnia. Más allá de puntuales excepciones, incluso a día de hoy es imposible encontrar diseños de Calvin y Hobbes en tazas, calendarios, llaveros…

    Watterson dibujó ininterrumpidamente 3160 tiras de Calvin y Hobbes, con un par de paradas en el camino en los últimos años antes de dar por zanjada su andadura, y sería absurdo decir que la calidad se mantiene inalterada, pero son pocas, escasísimas dentro de tal maremágnum, las tiras de las que puedes prescindir. Una preciosidad, como las viñetas, también escasísimas, en las Calvin y Hobbes se muestra su incondicional afecto, hasta envueltos en lágrimas.