(Segunda y última parte del artículo que comenzaba la semana pasada).
Y ahora, al lío, pidiendo al respetable que, siempre, durante la lectura, tenga en cuenta las variables expuestas y que tienen mucho que ver con salvar la economía y evitar el colapso sanitario y muy poco (o nada) con la salud de verdad, la física y la psicológica de las personas mayores por las que insisten en sentir una desmedida preocupación.
Durante los dos primeros meses de confinamiento no se realizaron test de detección del SARS-CoV-2 ni a residentes ni a personal socio-sanitario, y si alguna persona mayor presentaba síntomas compatibles con la COVID-19 (tos seca, dificultad respiratoria, fiebre…) debía guardar cuarentena durante dos semanas, estuviera o no enferma de coronavirus, dentro de su habitación, porque nunca lo íbamos a saber. Obviamente, en una población con una media de edad de más de 80 años, ¿quién no tiene problemas respiratorios, tos seca o fiebre un día u otro? A saber: no basta con que no puedas salir a la calle si no que, aparte de prohibir también las terapias y actividades grupales y que comas con otras personas en el comedor, si tienes síntomas (da igual que una de las características de las demencias sea la deambulación errática) te quedas en tu habitación.
Pudiera parecer, en un exquisito ejercicio de retorcimiento de la realidad del que se diría que han convencido a buena parte de la sociedad, que es una forma inmejorable de proteger a las personas mayores, pero pongo por caso lo que sucedió poco antes de escribir estas últimas líneas, aunque posteriormente hubo ligeras correcciones a estas medidas tan absurdas como oportunistas. Provincias y ciudades con transmisión comunitaria o al borde de tenerla, ¿cómo protegemos? Cerrando parques infantiles y residencias a cal y canto, sin salidas ni visitas de residentes y familiares; mientras, para proteger la economía, todo el personal de dichas residencias, que es quien ostenta unas posibilidades cuasi infinitas de llevar el virus al interior (no hace falta ser Blas Pascal para entenderlo, porque por mucho que se permitan salidas y visitas seguirían siendo residuales), podrá seguir yendo de bares, al gimnasio, comer y cenar fuera mientras «solo» sean seis personas, o incluso juntarse treinta personas en una comunión, una boda o un bautizo, lo mismo da que acaben alcoholizadas perdidas abrazándose por los rincones mientras lo hagan hasta las 10, las 11 o las 12 de la noche como máximo según el rigor (o laxitud) más o menos exquisito de cada Comunidad Autónoma. Y sus churumbeles también seguirán asistiendo al colegio, por supuesto, sin guardar la distancia de seguridad pues, parece ser, que no hay presupuesto para aumentar el profesorado, o juntándose con otros nenes y nenas en el recreo o en las asignaturas optativas; eso sí, en cuanto salieran de una clase masificada ya no podrían ir con su familia al parque, porque era un riesgo terrible e inmarcesible (finalmente, esta medida tan absurda como oportunista fue corregida). Huelga decir que no hay ni un solo dato que avale esa inexistente teoría que nadie podrá probar en la vida de que la transmisión se haya disparado gracias a los paseos o las visitas de las personas mayores de residencias o al contacto entre iguales en los parques infantiles. «Es la economía, amigos». Y como el equipo técnico de nuestra residencia es mucho de datos estadísticos las personas mayores van a seguir saliendo, aunque sea siempre acompañadas de nuestro personal, por mucho que lo diga un orden ministerial mientras la situación sea discriminatoria. Sigue leyendo