«Pelle, el conquistador» (1987)

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Bille August, en Malmö, 1988

     Es difícil hablar con propiedad de determinadas películas. Hay películas que destilan tanta emoción que sólo pueden contemplarse. Sin duda “Pelle, el conquistador”, del danés Bille August, es una de ellas.

     Podría resumirse el significado, la profundidad de la historia en una única pregunta que proviene del propio título y quizá deberíamos hacernos no sólo al terminar de ver el filme, sino a lo largo de nuestra vida, con las personas que conocemos y que nos puede hacer conscientes de a qué personajes le damos valor. ¿Qué es conquistar?

     Cuando estrenaron la cinta de August aún era yo adolescente, de esos que disfrutan con las pelis de aventuras, de guerras infinitas y acción. No hace falta hilar muy fino para reconocer en qué piensa uno cuando lee un título como el que nos ocupa. Seguro que es de un guerrero parecido a Atila, o a Alejandro Magno, o a Julio César…

     La verdad es que Pelle es un niño, inocente y confiado cuando, procedente de Suecia, llega con su padre a la isla danesa de Bornholm, ambos esperanzados en una vida respetable con que dar cumplimiento a sus sueños. No es distinto en su bondad Lasse Karlsson -un inconmensurable Max Von Sydow-, al que ni se le pasa por la cabeza la situación de esclavitud e indignidad a la que se verán sometidos, de las que parece imposible escapar.

     Pelle demuestra una y otra vez, en mitad de la miseria y de las opciones imperfectas, que conquistar no consiste en invadir países, en someter a pueblos, en descubrir continentes. Conquistar es dejarse invadir a uno mismo, redescubrirse y lograr sobrevivir con dignidad a la pobreza más inmunda sin necesidad de reprochar ni echar nada en cara.

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«Las baladas del ajo» (1988)

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Mo Yan, en 2012, año en que recibió el Nobel de Literatura

    ¿Quiere usted cortarse las venas? Lea a Mo Yan. Lo que puede parecer una afirmación gratuita, es probable que la compartan muchos de sus compatriotas.

    Mi primer y único acercamiento sin saberlo a la obra del señor Mo fue hace casi 30 años, en una sala de cine contemplando la nada magnánima “Sorgo rojo” (1988), del director chino Zhang Yimou, y, aunque desde luego no tuvo nada que ver con lo literario sí que tiene el gusto de compartir con “Las baladas del ajo” ese mal rollo de componente autosuicida.

     Dura como una piedra y desagradable como un puñado de estiércol que te metes en la boca. Así es la novela de Mo Yan, autor que disfruta del don -difícil de desdeñar- de aliar en una misma línea con una escritura pulcra y precisa la belleza de los paisajes de los campos de mijo, sorgo y ajo con la podredumbre de la maldad y de la desesperación, la inmundicia más abyecta que logra hacer tan tangibles en sus descripciones como las expresiones, figuras y rostros despreciables o despreciados que llenan cada página de la novela. Imposible se me hizo no recordar al Cormac McCarthy de “Meridiano de sangre”.

    No se anda con chiquitas Mo Yan, que supera con creces cualquier experiencia desabrida en la pluma de Primo Levi (“Si esto es un hombre”), Dostoievski (“Memorias del subsuelo”), Vargas Llosa (“La casa verde”), Hamsun (“Hambre”), Coetzee (“Desgracia”)… Y en este punto, en este potente monumento al dolor y al caos surge la primera gran pregunta respecto a la personalidad y obra del escritor que nos ocupa.

     Mo Yan pertenece al Partido Comunista y es vicepresidente de la Asociación de Escritores de China, cargo honorífico nombrado a dedo por Pekín, sólo una de sus novelas ha sido prohibida en su país, de manera harto curiosa “Grandes pechos, amplias caderas” posiblemente por razones más próximas al puritanismo que por su componente político, y la entrega del Nobel de Literatura en 2012 fue aplaudida sin paliativos por el Gobierno como ejemplo de independencia de la academia sueca mientras apenas dos años antes hizo oídos sordos y mostró su desprecio ante la concesión del de la Paz al activista chino Liu Xiaobo, condenado en 2009 a 11 años de prisión por incitar a la subversión contra el poder del Estado. Obviamente pues, Mo Yan no es una amenaza para el Estado. Sigue leyendo

Cuando el dinero es lo primero

    Amanecíamos hace menos de siete días con la noticia de que, durante unas horas, el fundador y presidente del grupo Inditex, Amancio Ortega, había sido por unas horas el hombre más rico del planeta, por delante de Bill Gates, creador de la todopoderosa Microsoft. Luego regresó al segundo puesto, siguiendo de cerca al norteamericano. Lo bueno del asunto es que de tal hazaña podemos gloriarnos todos y todas, pues tan pingües beneficios han sido posibles gracias, entre otras cosas a que una numerosísima parte de la población compra en sus ‘sellos’: Zara, Stradivarius, Massimo Dutti, Pull&Bear, Oysho, Bershka…

     Lo malo es que si nos gloriamos de sus logros debiéramos igualmente condenarnos por sus excesos, que en suma, serían también los nuestros. Por poner un poner:

     Greenpeace lleva desde 2011 denunciando a Inditex por el uso de tintes en sus prendas que pueden provocar cáncer y disrupciones hormonales tanto en trabajadores de la industria textil como en usuarios y el ministerio de trabajo de Brasil ha llegado a expedientar en más de 50 ocasiones a Zara por prácticas esclavistas y denigrantes, según recogen numerosas agencias y fuentes oficiales. Sin obviar que hace poco más de dos años todo ser humano sensible se llevó las manos a la cabeza con el derrumbe del Rana Plaza en Bangladesh, donde murieron más de 1.100 personas que trabajaban en condiciones laborales indignas cobrando alrededor de 80 céntimos de euro al día para empresas, entre otras, del grupo de Amancio Ortega.
     Tamaña indignación social supuso la tragedia que varias empresas firmaron un acuerdo de mejoras salariales en el país donde ahora se llega a la escandalosa suma de 68 dólares al mes, o sea, menos de dos euros por día, que sigue siendo el más bajo del mundo. La solución que en verdad han solido buscar los grupos textiles ha sido veloz: encontrar nuevos países de adopción donde el derecho laboral sea inexistente o casi nulo, tipo Camboya.

     Poco se oye de esto, o hacemos oídos sordos para seguir comprando barato a costa de lo que sea. Lo que sí que sale es que el señor Amancio donó el año pasado 20 millones de euros a Cáritas, y hace una semana 17 a la sanidad gallega para equipar los servicios de oncología, porque, como suele suceder a los multimillonarios les suele gustar mucho la caridad mal entendida, pues además de limpiar la imagen pública colabora ardorosamente en descuentos en los impuestos, si bien, sorprendentemente, a las marcas del grupo Inditex, por aquella idea muy generosa con quien más tiene de la doble declaración al estar en diversos países, Hacienda les devuelve dinero y tributan sólo el 5% de su capital.

   

     Por mi parte, prefiero no colaborar con los criterios de Inditex, como muchas otras empresas textiles tipo H&M, quienes luego ostentan una magnífica y falsa Responsabilidad Social Corporativa (RSC) en sus webs. Baste decir que la Campaña Ropa Limpia realizó una encuesta al sector textil allá por el 2011, año en el que ya se reflejaba condorosamente en el sitio de internet de Inditex la tal RSC, y el grupo fue instado a realizar compromisos serios respecto a su política:
     – El pago de un salario mínimo vital a las personas trabajadoras, tomando como referencia las cifras propuestas por el Asian Floor Wage Campaign.
     – La divulgación de su lista de proveedores, los resultados detallados de las auditorías realizadas y de las acciones correctivas acordadas con los proveedores en caso de resultados irregulares.
     – La adopción de medidas para garantizar que sus prácticas de compra y de gestión de la cadena de suministro no impactan negativamente sobre los derechos fundamentales de las personas trabajadoras.


     Como todos sabemos, luego sucedió lo de Bangladesh, que salió a la luz con mayor virulencia debido al ingente número de víctimas mortales, pues, en realidad, estos derrumbes y ‘accidentes’ son algo desgraciadamente común y repetido. Según datos de la Federación Nacional de Trabajadores del sector Textil de Bangladesh, en los últimos 15 años ha habido unos 600 muertos y 3.000 heridos en accidentes ocurridos en fábricas textiles (incendios o derrumbes) en el país asiático, entre ellos niños, algo nada destacable habida cuenta de que hace varios años el que fuera vicepresidente de Inditex considerara el trabajo infantil (hablar de esclavitud suena peor habida cuenta de las condiciones de sus fábricas subcontratadas) como un mal menor.

     Quien no desee enorgullecerse del primer puesto de don Amancio Ortega Gaona ni potenciar que personas como él cuyo principio es el dinero por encima de todo sigan inflando sus cuentas corrientes a costa del trabajo infantil, la explotación laboral y la falta de derechos en el trabajo… habrá de buscar otras opciones, porque haberlas haylas, como las meigas: comercio justo, prendas y calzado fabricados en España, intercambio, tiendas de segunda mano o de solidaridad… El resto, en cierta medida, puede brindar por el negocio, porque con sus compras también ha puesto su inestimable granito de arena.

«Madre India» (1957)

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Mehbood Khan

Tienen en la India su particular “Lo que el viento se llevó”, su drama histórico, su largometraje a color imprescindible… su perdurable obra maestra. Se trata de la monumental epopeya “Madre India”, rodada en 1957 por el polifacético Mehboob Khan.

Dos son la diferencias notable entre ambas joyas. En primer lugar que, mientras el filme de Hollywood forma parte de cualquier videoteca que se precie, la ha visto hasta quien en realidad no la ha visto, y puede hallarse en el más remoto rincón del planeta, desde centros comerciales nada cinéfilos hasta un videoclub de barrio o en cientos de web de descarga directa, la película de Bollywood es conocida por cuatro iluminados, de los cuáles la han podido disfrutar dos, y por muchos rincones recónditos del planeta en que la busques te mirarán con cara de repóquer y si hay suerte lo mismo la puedes descargar vía enlace eD2k y hasta tendrás que añadirle los subtítulos. El segundo es igual de obvio: no hace falta ser un friki empedernido para haber oído hablar de Victor Fleming, George Cukor o Sam Wood, el caso de Mehboob Khan (que cuesta hasta escribirlo sin un corta-pega) es meridianamente distinto.

Y el caso es que el bueno de Mehbood, guionista, actor, director y productor, es tan reconocido en su país natal como Gandhi (salvando las distancias nada someras) y a mediados de los años 40 del pasado siglo llegó a crear unos estudios cinematográficos con su nombre: Mehbood Studios, y la cinta que nos ocupa, “Madre India”, se convirtió tras su estreno y durante décadas en un punto de referencia indiscutible en el panorama internacional del séptimo arte.

Con claras vinculaciones con el cine comprometido y ciertamente pesimista de Douglas Sirk (“Sólo el cielo lo sabe”, 1955) y Nicholas Ray (“Johnny Guitar”, 1954), la película de Khan desentraña el tejido social a través del papel central de una mujer, en este caso, Radha, una campesina que sufre toda clase de penalidades y atropellos junto con toda su familia a manos de un codicioso terrateniente. Radha, interpretada magistralmente por la famosa actriz Nargis, otorga a su personaje de un realismo y una fuerza sublimes y poco habituales para la industria india, más centrada en el entretenimiento. Mientras contemplamos los primeros planos de la protagonista y su esfuerzo sostenido en numerosas escenas del filme se hace imposible no rememorar la planificación y el estilo épico y político de dos filmes soviéticos de los años 20: “La madre” (Pudovkin, 1926) y “Arsenal” (Dovzhenko, 1929). Sigue leyendo