Cows in the Creek by postapocalypsia
Un día aleatorio a la hora del almuerzo, delante de la televisión como cualquier familia que se precie engullendo todo tipo de viandas mientras aguardamos el comienzo de los desinformativos. En la espera decenas de anuncios asaltan nuestras pupilas como si se trataran de las murallas de Troya tratando de convencernos de la felicidad inaudita que proporcionará a nuestra vida tal o cual cosmético, coche, videoconsola o la madre que los trajo. Y sumergida en medio de esa casposa invitación a una exultante dicha salta tipo resorte un nuevo reclamo en el que aparecen unos verdes pastos, tan verdes que seguro que han sido retocados por ordenador, de los que nuestra vista a lo lejos no encuentra su fin en virtud de su dilatada extensión. Casi invisibles, debido a lo infinito de los espacios abiertos donde pacen junto a sus terneros, se muestran varias cabezas de bovino que se diría son la envidia de cualquier familia de clase media-baja confinada en un piso de 40m². Agitan la cabeza encornada y se relamen de gusto, y si les das la oportunidad hasta son capaces de acercarse a la cámara y danzar de tanto contento entrecruzando sus patas de tal forma y estilo que parecen haber enseñado a bailar al mismísimo Fred Staire. En un logo sonríen, con la rugosa y áspera lengua aposentada dentro de sus gruesos labios y con sendos pendientes colgando de sus perforadas orejas: la vaca que ríe. Joder, que la familia que ve el puñetero anuncio también comparte la felicidad, sobre todo los niños del matrimonio que señalan con sus diminutos deditos a la pantalla LED descubriendo que los animales viven mejor que Dios y sin necesitar para ello ni cosméticos, ni coches, ni videoconsolas.
Afirmaba Leonardo da Vinci, vegetariano de convicción, que “si una persona es cruel con un animal, se considera crueldad, pero cuando muchas personas son crueles con los animales, especialmente en nombre del comercio, la crueldad se acepta y, una vez que hay dinero de por medio, será defendida por personas normalmente inteligentes». Nadie desea sentirse cómplice con el maltrato animal y la pregunta que me surge espontánea en la boca tras los primaverales anuncios de productos lácteos es simple: las empresas lecheras y ganaderas, como otras de similar género que comercian con otras especies, deben de saber que algo no están haciendo del todo bien, pues si no ¿por qué ven necesario ocultarlo? La verdad es otra, menos dúctil, basta pasarse por una granja de explotación intensiva, habituales en nuestro país.
Lo primero que habría que recordar y que bien saben nuestros ganaderos, cansados de tirar toneladas de litros de leche por el bajo precio de venta, es que la leche que consumimos, gracias a la normativa europea, no es de esos verdes prados gallegos, asturianos o cántabros, sino que un porcentaje nada desdeñable procede de Países Bajos, Bélgica y otros países productores, aunque aquí haya a espuertas. Lo segundo, y no menos importante en orden de prioridad es que el ganado bovino tradicional no puede agitar los cuernos con felicidad, simple y llanamente porque su situación de hacinamiento en la estabulación es tal que les son amputados para que no se hieran entre ellos. Lo de bailar ya es otro cantar, pues al tener tan poco espacio para moverse, lo que les impide en ocasiones incluso levantarse, se les suelen producir úlceras y heridas en las patas, y en lo referente a pastar en paz como una Happy Family la cosa se pone cruda cuando el ternero le es retirado al nacer de manera inmediata para ser criado generalmente para el consumo de carne. Estas madres separadas del traumatizado lactante no se ríen, se descojonan. Las risas son tan fuertes que cuentan los que de esto saben que a veces sus mugidos de tristeza reclamando a la cría pueden oírse durante largas jornadas.
Resulta obvio que a un productor de leche le chirría gratamente en sus intereses comerciales eso de poner una imagen publicitaria de vacas estabuladas, sin poder moverse, con heridas, los cuernos cercenados, sin terneritos a los que dar mimos y que con bastante probabilidad no han visto un prado en toda su vida, por lo que es mucho más apacible la incoherencia irreverente a la que todos somos invitados a ser partícipes desde el salón de nuestro dulce hogar. Lo triste es que en la producción ecológica algunos de estos aspectos poco tragables como la separación de la cría y el sacrificio final de los animales felices para su consumo no está prohibido mientras vivan como reyes y reinas. Eso dicen los defensores del toro de lidia, que vive de puta madre.
Por mi parte, un triste, metódico, aunque no autocomplaciente ovo-lacto-vegetariano ecológico reflexiona hasta qué punto su consumo de leche y derivados colabora en estas barbaridades socialmente asumidas, y por si acaso busca a marchas forzadas una alternativa a la necesaria ingestión de Vitamina B12, no vaya a ser que para la próxima entrada de blog ya esté hartamente convencido de su complicidad. O es que «porque el corazón late bajo una cubierta de pelo, piel, plumas, o alas, ¿es, por esta razón, que no debe ser tomado en cuenta?» (Jean Paul Richter).