La magia de los Reyes

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Wizard, por Stefana-Tserk

     Cada navidad que pasa estoy más convencido de la magia dispensada a manos llenas por sus Majestades de Oriente. Sí, sí, y no me refiero a eso de repartir regalos a tutiplén en una única noche y que sean capaces de pasar desapercibidos para todo el mundo; más jodido lo tiene Santa Claus que sólo es una persona y encima se dedica a la tarea por todo el globo, no sólo en esta España cañí.

    El milagro que reparten los reyes es el de sobrevivir antes y después del 6 de enero. Y repetir al año siguiente las mismas pautas como si nos hubieran lavado el cerebro con mejor resultado que la lobotomía practicada a Nicholson en “Alguien voló sobre el nido del cuco”.

    Parece que no, ¿eh?, pero todo empieza con lo de: “este año no me pilla el toro, compro los regalos antes”, y resulta que llega el 24 de diciembre y no tienes todavía en stock ni un frasco de colonia.

   Por norma general, no importa en estas fechas lo solidario, austero, coherente y con conciencia social que hayas procurado ser el resto del año, cuando se acerca el día del Apocalipsis regio, de nada sirve que le digas a tu madre un año más que no quieres que te regale nada, porque, como no sabía que comprarte, te endosa un jersey, unos pantalones o unos zapatos de marca fabricados por niños en Taipéi, que probablemente no vayas a ponerte en tu vida y que aceptas con la mejor de tus sonrisas antes de soltar el consabido: “te dije que no me compraras nada”. Lo intentaré de nuevo para el 2017, mamá.

    Luego están los sobrinos, si tienes hijos debe de ser para cortarse las venas. Da igual que tengan de todo y no les vaya a dar tiempo ni de probar cada juguete a lo largo del año: “¿cómo no vas a comprarle nada a tus sobrinos? ¿qué va a pensar tu hermano y tu cuñada?”. Y si ya llevas unos cuantos añitos haciéndote el remolón porque sabes que no es muy educativo eso de “pedid y se os dará (todo)” -sobre todo si ya eres consciente de que quienes pagan los regalos no son precisamente los tres tipos a la moda hipster-, te pones a darle vueltas al tarro, pues te da ese arranque de coherencia de la que aún puedes hacer gala y ya que le vas a comprar algo quieres que sea de comercio justo, responsable o al menos que esté fabricado en Europa (España ya lo da uno por perdido) y te ves de tienda en tienda, el 3 o 4 de enero si es para Reyes o el 30 de diciembre si se va a pasar por casa el gordinflón de la barba blanca, investigando las solapas de cada cajita que parece que en vez de estar uno buscando un juguete es alérgico al gluten, a la lactosa o a los frutos secos de cáscara. “Made in China” “Made in China” “Made in China” “Made in China” “Made in China” “Made in China” “Made in P.R.C.”, ¡Ah!, coño que no, que también es de China. Te quedan Lego y los Playmobil y un roto en el bolsillo si decides mirar la etiqueta del precio después de la de los ‘ingredientes’. Y luego para que la fecha en cuestión se pongan a jugar con otro que le regale otro tío materno y que esté hecho en China. Sigue leyendo

Mirar al otro. Mi deseo

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Empathy, por ARTesstR

    31 de diciembre de 1995. Hace justo ahora 20 años. Wroclaw, Polonia, encuentro europeo de Taizé. 15º bajo cero, salía a la calle con el pijama de franela debajo de la ropa y de los abrigos. Y ni así. Los perros, insensatos, refregándose el lomo en la nieve.

    Como suele suceder en estos encuentros, una familia local nos acogió en su casa los tres días y medio de visita. Él, ya jubilado, era un gran aficionado a la pintura. Varios cuadros al óleo adornaban las paredes del salón de su casa. “Ya no puedo pintar. Los óleos y los lienzos son muy caros”. Acerté a entender con signos en una espantosa mezcla de polañol.

    Yo, vegetariano ya por aquel entonces, pude evitar romper mis reglas autoimpuestas gracias a que nunca realizábamos las comidas en la casa excepto el desayuno.

    Entonces llegó la noche de fin de año, claro. Regresamos a la casa con el tiempo justo de ducharnos y descansar un poco antes de ir a la Vigilia. Cuando nos abrieron la puerta y pasamos al salón, la hermosa mesa rectangular normalmente diáfana y ausente de todo estaba repleta de viandas y manjares de todo tipo, color y categoría. Verduras eran las menos, desde luego, rodeadas de lomo, unas enormes salchichas alemanas y algún que otro pescado.

    Abrí los ojos con una desmesura que aún no he repetido en estos siguientes 20 años. El matrimonio aguardaba al lado de la mesa. Sonrientes, con las manos entrelazadas ofreciendo a sus invitados un banquete que no se podían permitir. Sigue leyendo

Las elecciones y mis prioritarias sandeces

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Stop Electing Idiots, por Noveoko

Me dicen mis amigos que soy un radical. Mis enemigos ya lo comentaban hace tiempo.

    Comentan, entre otras muchas cosas, que soy más inocente que una piruleta por creer que las cosas van a ir a mejor por el mero hecho de que decida no colaborar con ellas. Y eso que ya saben de sobra que, en realidad, me importa bastante más hacer lo que considero justo aunque supuestamente pueda servir de poco.

     Me sueltan eso de que es una pavada luchar contra la sociedad de consumo, que no la cambia ya ni Merlín, porque está engarzada en nuestros corazones igual que el mejor de los diamantes. Y que el alumbrado navideño ayuda al comercio, a que la gente consuma y podamos salir de la crisis, y da puestos de trabajo, entre otras personas a quienes las ponen, claro, que si no, me aseguran, estarían en el paro y el país andaría bastante peor. Me dicen que mucha gente vive de esto, de las fiestas. Vamos, que si no, también serían pobres y habría que ayudarles. Incluso me han llegado a decir que con lo mal que están las cosas la peña al menos se alegra con las luces y hasta les ayuda a olvidarse de sus problemillas. Que gracias a que compramos de aquí y de allí, aunque sean artículos que no sirven de nada o no son necesarios, los bares siguen abiertos, y los comercios, y los supermercados…
     Confieso que he estado a un palmo de convertirme y creer que gracias al consumismo y a nuestra forma de vida la cosa no anda tan mal. Menos mal que ayer estuve en la oficina de Cáritas y algunas personas, sin comerlo ni beberlo, junto con la realidad del barrio y otras ocurrencias me recordaron mis prioridades.
    Carmen tiene una artrosis atroz en las manos que le impide trabajar. Ni ella ni su pareja tienen dinero para pagar la bombona de butano y, con esas manitas deformes, ha de fregar y ducharse con agua fría. Deben en una tienda de comestibles una cantidad de dinero nada despreciable que al menos les ha ayudado para seguir malviviendo.
     Por su lado, Encarni, su marido y su hijito de seis añitos tampoco tienen ingresos -ni fijos ni variables- y llevan alrededor de siete meses sin pagar la hipoteca de su vivienda y, aunque gracias a la ayuda de Stop Desahucios han conseguido la Dación en pago, en unos pocos meses es posible que los echen del piso. Huelga decir que, con la inmensa lista de espera de las viviendas sociales, no tienen donde meterse.
     Y luego está, por ejemplo, Manuela, que hasta hace dos días no tenía ni un colchón para dormir, pero como está en trámites de divorcio y su marido se niega a abandonar la vivienda, no puede pedir ninguna prestación porque en su domicilio figura los ingresos de la paga del marido, aunque no le pase ni una moneda de cobre.
     Cuando cerré la puerta de la oficina y salí a la calle también pude comprobar un año más, sin el más mínimo esfuerzo, que como la barriada en cuestión donde suceden tantas miserias no está en el centro y los vecinos deben de pagar menos impuestos municipales, aunque haya también muchos comercios de barrio no hay ni una puta luz de navidad que los alumbre más allá de las que cada cual haya decidido poner en sus balcones, que no son muchas.

León Felipe

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León Felipe, por angeloide
    Cuando la figura del poeta como símbolo excede en dimensión a la de su obra no resulta fácil hacer una panorámica objetiva y justa de su vida. Tal vez, por aquello de hacer más caso a la experiencia del sujeto en cuestión que de la idea que puede tener el que suscribe, habré de partir de la frase que el mismo León Felipe compartiera y que se ajusta, como un guante de látex, a su existencia: «los grandes poetas no tienen biografía, tienen destino”, aunque bien es cierto que ese destino no está premeditado ni impuesto metódicamente por un ente superior, sino construido por las decisiones personales.
Felipe Camino Galicia de la Rosa, como su propio nombre rimbombante aclara, nació en el seno de una familia de burguesía acomodada en un pueblo de Zamora a finales del siglo XIX. Como todo chico de bien estudió una carrera, farmacia, llegando a tener negocio propio, dos boticas para ser exactos, aunque dicha autonomía le supusiera más dolores de cabeza que beneficios debido a su nefasta capacidad para la gestión que lo llevó a prisión durante año y medio acusado de desfalco.
    A partir de esta breve, aunque desagradable experiencia,  va naciendo irrenunciable, la verdadera naturaleza libre y apasionada de León Felipe, la primera decisión alejada de lo acomodaticio y que le llevara a recorrer mundo para conocer y experimentar la vida de primera mano, renunciando a seguridades y, aun sin saberlo, a una patria querida y añorada, a la que pudiera decirse que, salvo su vuelta durante la guerra civil para apoyar al bando republicano, no volvió a regresar jamás. Sigue leyendo