¡Emergencia, emergencia!

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Ringing the elevator alarm by Dieselducy

     Dice el Diccionario de la Lengua Española que la locución de emergencia significa algo que se lleva a cabo o sirve para salir de un apuro o una situación de peligro. Si nos vamos al adjetivo urgente el asuntico es de lo más similar, o incluso aún menos comedido: que precisa de su pronta ejecución o remedio.

     Está claro que, o se le hace al diccionario tanto caso como a la Constitución cuando nos resulta beneficioso a nuestros nada parcos intereses o es que algunas cosas funcionan al revés de como debieran. Lo malo es cuando estas definiciones -casi capciosas cuando se llevan a la realidad- nos llevan a pensar, en un alarde de ignorancia, que en una supuesta democracia la igualdad de oportunidades y los derechos están tan al alcance de todo el mundo que no merece la pena ni darle más vueltas al tarro. A veces sólo nos falta corear aquello de «y si somos los mejores bueno y qué».

     Francisca vive en su domicilio con un hijo de veintitrés años con problemas graves de trastornos de conducta y de adicciones. Lo que ha dado por llamarse patología dual entre los entendidos que no suelen sufrir las consecuencias. El hijo, aunque ella insista en restarle importancia, le tiene la casa destrozada, y no le queda casi ningún mueble en pie que no haya sido reventado de una patada. Acaban de quedarse sin ingresos, más allá de los bolsas de calcetines o de braguitas que vende ella cuando le prestan dinero para hacer algún pedido. Sigue leyendo

«El hombre del brazo de oro» (1955)

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Otto Preminger by Marzia-Bonvini

    1955. Simplemente e incomprensiblemente.

    Fue una suerte el por saco que se diera en la Meca del cine a finales del los años 40 y principios de los 50 del siglo pasado con la necesidad de la libertad de creación en el séptimo arte. A partir del estreno en Estados Unidos del filme «El amor» (1948), de Rossellini, y las ampollas levantadas por uno de sus episodios, «El milagro», las autoridades judiciales decidieron cambiar la ley y flexibilizar lo que podía o no podía aparecer en una pantalla de cine. A años vista, podemos decir que poco a cambiado debido al propio sistema de calificación de las películas, pero infinidad de filmes no habrían visto la luz por su crudo realismo y mordaz crítica social sin esta hecho histórico. Desde «Hombres» (1950), hasta «Johnny Guitar» (1955), pasando por «Rebelde sin causa» (1955) o «La podadora» (1955). Sigue leyendo

«Mishasho»: mi primera novela

Portada Mishasho

     Dicen que los hombres no parimos. Es mentira. Alguna vez lo he hecho, pero con algo menos de dosis de paciencia de por medio. Este parto, el primero en su especie fue de dos años casi justos, y para el alumbramiento tuvieron que pasar casi dos años más. Es lo que tiene ser un pejiguera.

     Uno escribe por necesidad, y no económica quiero decir, sino de estar delante de una pantalla de ordenador (con lo bien que quedaba lo del papel) y ponerse a transcribir ideas lo mejor que uno puede y luego poder compartirlas. Cierto que hasta Dickens escribía a veces para sacar unas pelillas (sus cuentos para las navidades), aunque no lo precisara, desde luego; o Faulkner, que se puso con «Santuario» para ver si se lo publicaban y poder dedicarse luego a alguna obrilla más seria. Incluso rompió casi todos sus principios y finales personales cediendo a hacer cambios de todo calado y lugar para conseguir su objetivo.

     Lo mismo yo soy más porculero que Faulkner, porque no me pliego, y eso tiene sus inconvenientes. He odiado siempre nada cordialmente el mundo editorial y sus derechos sobre el autor (no de autor), así que empecé con esperanzas mandando el manuscrito a editoriales independientes y/o alternativas, o eso decían algunas. Pero, bien porque no tienen tanta posibilidad de ampliar catálogo como las gordas y sebosas bien porque no eran tan alternativas como gustaban de venderse, las mandé a todas al garete y guardé el manuscrito en el cajón de los olvidos. Queda mejor esa expresión que decir en una de las carpetas personales del home del ordenador. Sigue leyendo

«Predicador»(1995)

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Preacher, Tulip and Cassidy según AdamWithers

    No estaba previsto, pero el sábado pasado, 22 de octubre, falleció con 53 añitos de nada el magnífico dibujante e ilustrador Steve Dillon. Tuvo tiempo de regalar joyas, casi siempre acompañado por Garth Ennis al guión: Punisher, Hellblazer o la novela gráfica objeto de esta entrada, Predicador.

    No es fácil saber si aquello que comentaba el incorrecto Ennis sobre la percepción de su obra magna “Predicador” por parte de eminencias como Dave Gibbons y Joe Quesada se atenía a la verdad o era uno de sus habituales chascarrillos. Según él, para el dibujante del clásico Watchmen “Predicador” era una obra innecesaria, y para el editor jefe de la Marvel una buena literatura para ir al baño.

     Una vez leídas las demenciales historias de Jesse Custer, que no son pocas, se me antoja que lo mismo a Gibbons le dio algo de tirria que un tipo hartamente menos conocido que él y, sobre todo, que Alan Moore, a pocos años vista se atreviera a superar sus dosis de mala baba y de violencia visceral y creara una novela gráfica originalísima, libre hasta el culmen y que incluso -en una editorial tan puntillosa con la doble moral y con los posibles problemas con el público como DC- mostrara tías en pelotas. No es de extrañar que también Quesada, evidente enemigo editorial, hiciera sus pinitos poniéndola a caldo. Lo que sí es de extrañar es que DC osara publicarla y darle cancha durante varios años, porque “Predicador” no deja títere con cabeza, y quien vea en ella la más mínima condescendencia con el walk of life americano es que nació con un gen que repele todo lo que provenga del otro lado del Atlántico. Cada personaje que venera dicho estilo de vida, sea texano o extranjero, acabará pasado por la piedra o demostrando que lo que sí puede ser el país de las oportunidades es una amalgama de pirados y pasados de rosca que sólo parecen merecer un tiro en la cabeza. Sigue leyendo