«El hombre del brazo de oro» (1955)

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Otto Preminger by Marzia-Bonvini

    1955. Simplemente e incomprensiblemente.

    Fue una suerte el por saco que se diera en la Meca del cine a finales del los años 40 y principios de los 50 del siglo pasado con la necesidad de la libertad de creación en el séptimo arte. A partir del estreno en Estados Unidos del filme «El amor» (1948), de Rossellini, y las ampollas levantadas por uno de sus episodios, «El milagro», las autoridades judiciales decidieron cambiar la ley y flexibilizar lo que podía o no podía aparecer en una pantalla de cine. A años vista, podemos decir que poco a cambiado debido al propio sistema de calificación de las películas, pero infinidad de filmes no habrían visto la luz por su crudo realismo y mordaz crítica social sin esta hecho histórico. Desde «Hombres» (1950), hasta «Johnny Guitar» (1955), pasando por «Rebelde sin causa» (1955) o «La podadora» (1955).

      Otto Preminger es de los directores que puede presumir de haber dado un par de saltos históricos rompiendo sendos moldes de género en el mundo del celuloide: uno fue «Anatomía de un asesinato» (1959), el otro, anterior, «El hombre del brazo de oro», un increíble y durísimo retrato de un yonqui, tan visceral, traumático y horrible que pocas veces se ha podido ver en el cine. Mucho menos hasta ese año. La crudeza de algunas escenas (picándose, la desesperación, la locura, el repetido mono…) son de un realismo catódico. Con una fotografía y un estilo muy similares a la también genial ‘Días sin huella’ y un magistral Frank Sinatra como Freddie, el filme de Preminger puede presumir de unos secundarios de lujo, a los que tan sólo puede desmerecer el papel excesivo e algo histriónico de Eleanor Parker, como mujer paralítica.

    Determinante para toda una cultura y una sociedad patriarcal y purista que la única persona digna, sensata, firme sea una prostituta, maravillosamente encarnada por Kim Novak. Quizá es que todos somos un desastre, no hace falta pincharse.