Marigüana

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    Existe un modelo de funcionamiento y trabajo en las residencias para personas mayores, y que se incluye dentro de las denominadas buenas prácticas (BB.PP.), llamado Atención Integral Centrada en la Persona (AICP). Básicamente consiste en individualizar lo más posible la atención, conociendo la historia de vida de la persona residente y que sea el centro, en la medida de lo posible, el que se adapte a sus necesidades en lugar de encasillar a quien ingresa en una cuadrícula de normas y reglas pre-establecidas.

     Dentro de la AICP, se encuentra un categoría considerada fundamental para la felicidad y la tranquilidad de la persona mayor; es a lo que la Fundación Pilares, experta en BB.PP., le pone el nombre de modelo y ambiente y que hace referencia a la adaptación del entorno para que resulte lo más positivo y seguro posible en la línea de cubrir todas las necesidades de cualquier ser humano. Es decir, que cualquier profesional –y cualquier persona que use la cabeza para algo más que llevar sombrero y gorra– reconoce que el ambiente y el entorno son fundamentales para el desarrollo, la formación y el mantenimiento de unas sanas y saludables capacidades. Sigue leyendo

«Son sus costumbres»

Discrimination, by carts

     La veo salir del súper por antonomasia del barrio: Ultramarinos Antonio Ruiz. Ultramarinos, que parece que ya, gracias al Carrefour y a El Corte Inglés, haya desaparecido la palabra de marras. Arrastra un carro de la compra con la mano derecha y lleva un paraguas anclado en su antebrazo izquierdo. Los ojos tristes, la boca corva.

     –¡Ay, Juani, que no te había visto desde…!

     Le doy un beso y la abrazo largamente, como si de ello dependiera su tranquilidad. Ella me observa un momento, a punto de derramar un buen puñado de lágrimas, y menea la cabeza a un lado y al otro.

     –Ayer fue la misa de los nueve días.

     –Ya, no puede ir, tenía que tocar en un sitio.

     Juani apoya el carro en el suelo y articula cinco palabras de tal modo que pareciera que han tenido que obligarla a pronunciarlas en voz alta.

     –¡Qué mal lo estamos pasando!

     Y no sabe uno qué decir; afortunadamente, en estos casos, basta con no decir nada.

     –Y el padre, ¿cómo está?

     –Pues ahí sigue ingresado, que a punto han estado de matarlo a él también. A los dos juntitos los dejaron en el suelo tirados uno al lado del otro.

     Me encojo de hombros, suspiro y acaricio su brazo con la palma de la mano.

     –Y su tío me han dicho que está hundido.

     –Ayer se pasó toda la misa llorando sin parar, y no levanta cabeza.

    La mujer no aguanta más, se derrumba y los hipidos que salen de su pecho compungido parecen dispuestos a ahogarla.

     –Mi nieto… ay, con 26 añitos. Trece meses se han llevado él y mi hijo. El pobre.

     Ambos miramos alrededor. Gente corriente pasea por la plaza, algunos chicos están tomándose unas birras sentados en uno de los bancos, madres con carritos de bebé charlan amigablemente con cándidas sonrisas. El kiosko de chucherías, el Kebab, el bar de la esquina, la escultura al arte flamenco.

     –La droga de mierda –suelto.

     –¡Qué daño está haciendo otra vez al barrio! A ver, las criaturas sin dinero, sin nada a lo que cogerse. Son cuatro familias, pero ahí las tienes. –Juani guarda silencio por un momento, reflexiona, sin ganas ni de preguntar, solo de tener dudas–. Yo no sé qué es lo que ha pasado, aunque todo el mundo se pone a opinar, pero yo prefiero no saber nada; ¿para qué? Bastante ya con el sufrimiento que tengo. Y somos una familia normal, que hemos tenido que hacer muchos esfuerzos para todo. Sigue leyendo

Reseñas de «Mishasho»

mishasho     Como uno no es famoso, ni conocido, ni nada que se le asome, pues le hace ilusión que, de repente, en un mismo día y desde contextos totalmente distintos, aparezcan en la red dos reseñas de su novela «Mishasho».

     La primera en una revista web alternativa de cultura, Arte-factor, y la otra en una página muy familiar donde compartir lecturas de la que soy usuario desde hace bastantes años: Sopa de libros.

     Pues gracias a uno y a otro, lo primero por leerme sin cortarse las venas (digo yo), y lo segundo por vuestra generosidad y sinceridad.

      Lecturas descompuestas hoy: Mishasho de Rafa Poverello

     Poverello nos cuenta la historia de unos personajes víctimas de la adicción y nos hace ver como sufren, viven e incluso intentan vencer al demonio de la droga, y como tanto sus actos, decisiones e incluso palabras pueden llegar a afectar a las personas que más te quieren. Mishasho es una historia muy humana, llena de sentimientos y frustraciones, pero también es una historia que nos ayudará a comprender e incluso sentirnos identificados con los personajes y sus vivencias e  un mundo donde mirar para el otro lado y hacer como que “aquí no pasa nada” está a la orden del día.

     Sopa de libros: Sorprendente envidia

      Una (¿sencilla?, más sobre ello más adelante) historia coral alrededor del submundo de pobreza que se esconde en nuestra consumista sociedad nada más cruzar dos calles que ¿no debías?, como muy bien recoge la sinopsis. Un libro para reflexionar y leer despacio a la vez que se disfruta porque además presenta una estructura no lineal, con bastantes personajes que, como un puzle (aunque nada especialmente enrevesado), te obliga y tienta a ir atento disfrutando de las conexiones entre las diferentes piezas. Incluso con alguna sorpresa (al menos para mí) como puede ser el ocupante de cierto vehículo en cierta escena.

 

Oxímoron

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A Stencil graffiti in Lübeck. Photo by Asterion

     Que la palabra bienestar le pega al capitalismo tanto como a un santo dos pistolas resulta cristalino para aquella parte de la población del Reino de España que no llegue a ser mileurista, es decir, más de ocho millones de trabajadores y trabajadoras. También sería de lo más evidente para cualquier persona honrada y con dos dedos de frente que se relacione con el mundo y que no le dé por pensar (e incluso compartir) que en el bar de debajo de mi casa un café cuesta lo mismo que en el Congreso y/o no haya experimentado jamás de los jamases que no se cumpla ni el salario mínimo interprofesional.

     Puede que, incluso entre esos ocho millones de trabajadores que no llegan a 1.000€/mes ni de coña, hubiese algunas que fueran capaces de pensar que viven bien, que no se pueden quejar, pero normalmente, ese tipo de autorreconocimientos, suelen venir acompañados del posterior «podría estar peor». «al menos tengo trabajo, aunque sea una mierda»… y otros mantras de semejante calado. Miedo lo llaman, o en el mejor de los casos conformismo, concepto que, sin ponernos a rascar demasiado, se parece mucho a lo primero: me conformo porque si no me voy a la puta calle.

     En realidad, si sintiéramos de corazón que hay infinidad de personas en peor situación que nosotros nos negaríamos a comportarnos como aquellas personas de los círculos de poder que no tenemos reparo en criticar y en poner a caldo. También el político de turno teme perder algo, y el empresario, y la UE. Son más culpables, claro que sí, eso no lo duda ni Santo Tomás, pero el modelo capitalista de consumo, de mercado y de forma de relación no va a cambiar porque Marianico, Sorayita, Pedrito o el coletas tengan un repentino ataque de humanidad, sino porque los colectivos sociales les dan por culo y se niegan a colaborar con el sistema que han montado con la precisión de un reloj suizo. Eso es lo único que les hace tambalearse: que les pique el bolsillo, la conciencia ya lo doy por perdido.

     Y ¿a qué tanta vaina? Porque resulta que el capitalismo crea y normaliza unos niveles de absurdo que mantienen al margen de la sociedad al 28,6% de los ciudadanos y al 30% de los niños. Uno de los más inverosímiles y que tiene bastante que ver con el sistema de privatización de todo lo que huela a público es el temita de los seguros médicos. Para sanos. ¡Qué cosas! Y me explico con un ejemplo que, para sorpresa de propios y extraños, no es un caso aislado ni sacado de contexto. Sigue leyendo