«A contracorriente» (2016)

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De derecha a izquierda: Iván, David y un servidor cantando a lo cutre en el puente romano de Córdoba un Día del Peatón

    Ni puedo ni es mi intención ser objetivo.

    Los tres hermanos protagonistas de este documental, cuyo ejemplo y el de su familia son un canto a la vida, eran amigos míos. Y con la amistad de por medio no se puede ser objetivo de ninguna manera.

     David, Iván y Dani tenían el Síndrome de Wolfram -ya hablé de ellos en otra entrada-, una terrible enfermedad degenerativa que les permitió vivir sólo hasta cumplidos los 40. Los únicos hijos de Miguel y Mari Lola. Una enfermedad que sólo afectaba a los varones. Todos los componentes para realizar un drama, una tragedia, pero el Colectivo Brumaria -seguro que porque alguno de sus miembros conocía a David- han hecho todo lo contrario. Sigue leyendo

Frases hechas

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Discrimination by lordfoxy

     Mal que me pese y para mi vergüenza personal me veo en la obligación de compartir una experiencia que me ha hecho reflexionar un poco más -de ser ello posible- sobre los efectos del lenguaje en la perpetuación de estructuras mentales y culturales de rancio abolengo.

     Se llama Manuela la pobre mujer, gitana, de esas que no sabes la edad, pero que confirma su vida -más que lo arrugada que se muestre su cara- que han sido muchos sus años de historia. Se pasó por la oficina de Cáritas con su nuera. Una chica más delgada que gorda, con gafitas sin montura que le conferían un aire intelectual pocas veces visto entre aquellas cuatro paredes medio desconchadas.

     – Pa’ cuando la tarjeta der economato, que llevo esperando ya tres o cuatro años.

No hice demasiado caso a la hipérbole, común en la necesidad, y luego le tocó el turno de palabra a la nuera, de cuyo nombre no logro acordarme.

     – Vivimos en un local. La luz y el agua la tenemos enganchá, pero pa’ comida vamos regular, que no tenemos . Nos ayuda ella como puede -señaló a la suegra-, pero fatal fatal.

    Les expliqué un poco la situación, aquello obligado de ir a las asistentas -para que me entiendan-, que nos pasaríamos por su casa en breve y que se le requeriría documentación.

    Entre medio, Manuela no dejaba de intervenir, como buena madre, además calé, preocupada sin extremos por el bienestar de su familia. Usaré como atenuante a mi necedad que llegó un punto en que ya no sabía ni de quién me estaba hablando.

     – Y a ve si podéis conseguí arguna silla pa’ mi hijo.

     Fue contundente mi respuesta de trabajador social acostumbrado a la relación de ayuda, y basada en una frase hecha:

     – Tu hijo que venga él a la oficina, que tiene piernas.

     – Nooo, pero si es paralítico, pa’ eso es la silla, que la suya la tiene destrozá.

     Ni pizca de maldad ni incomprensión en la mirada de ambas. Diría que mi estulticia pasó desapercibida para todo el mundo excepto para mí.

     No se me ocurrió compartir que, aunque estuviera en una silla de ruedas, podía venir también a la oficina en lugar de ‘mandar’ a las dos mujeres de la casa. En vez de eso traté de salir airoso del envite aunque un par de cornadas ya me había llevado. Sigue leyendo

«El tambor de hojalata» (1959)

Günter Grass

Se lo llevó de nuestras vidas una pulmonía en abril de este año, cuando aún gozaba de unas ganas intactas para seguir escribiendo novela, ensayo y poesía… Se llevó la muerte a Günter Grass, pero ya no pudo impedir su eterno crecimiento -al contrario que Oscar, el protagonista de El tambor de hojalata- y que se haya convertido en un gigante de las letras, uno de los autores que más lúcidamente ha sabido plasmar las inclemencias del siglo XX, de manera particular Alemania, cuyo ejemplo es la obra que nos ocupa.

Grass, Premio Nobel y Príncipe de Asturias, puede ser sin duda paradigma del hazte famoso y comenzarán a lloverte piedras. El escritor, un hombre que, quizá por haber nacido de entrada en una ciudad ‘libre’, Dánzig, sometida tan sólo a la Sociedad de Naciones hasta la ocupación nazi, demostró su compromiso socio-político con la clase obrera y ante todas las circunstancias que cercaron Alemania y a los países del Pacto de Varsovia, no pudo evitar las críticas de determinados sectores por su participación, imberbe y medio obligada, durante la II Guerra Mundial bajo las órdenes del III Reich.

Es muy probable que quien critique ciertas locuras e insensateces de adolescencia no haya leído El tambor de hojalata, una novela no ya crítica a nivel social y cultural, sino verdaderamente despiadada por momentos, y hasta cruel en su sátira.

En una entrevista, decía Grass que a nivel filosófico, más allá de su evolución

personal, “no estaba bajo la influencia de Heidegger sino de Camus. Es decir, que vivimos ahora y tenemos la posibilidad de hacer algo ahora con nuestra vida. Es El mito de Sísifo, que conocí después de la guerra. Con el transcurso de los años me di cuenta de que tenemos la posibilidad de la autodestrucción, algo que antes no existía: se decía que la Naturaleza era la que la producía las hambrunas, las sequías, algo cuya responsabilidad estaba en otra parte. Por primera vez somos responsables, tenemos la posibilidad y la capacidad de autodestruirnos y no se hace nada para eliminar del mundo ese peligro”.

Y buena parte de ese mito, de esa capacidad terrible que puede conducir a la raza humana a la desaparición, ya se hace presente en la vida de Oscar, el niño que se negó a crecer apenas cumplidos tres años, como una tremenda alegoría sobre una sociedad enferma que descompone al individuo, lo deforma, y después de cargárselo tiene la desvergüenza de convertirlo en Mesías, porque conviene, porque es lo que toca, porque mejor un mesías medio freak que ya poco tiene de inocente, que uno que intenta ser libre, aunque sea a consta de renunciar a determinadas responsabilidades. El propio Grass lo expone con una claridad manifiesta en las últimas páginas de la novela: “esto podría ser el punto de partida para un tratado acerca dela inocencia perdida; podría colocarse aquí al Oscar con tambor, en sus tres años permanentes, al lado del Oscar jorobado, sin voz, sin lágrimas y sin tambor”.

No voy a caer en el optimismo de decir que El tambor de hojalata es una lectura fácil, pero es peculiar el estilo de Grass a lo largo de la obra, y ese curioso símbolo de referirse el propio narrador a sí mismo en tercera persona, más habitualmente según avanza su vida, como si fuera de otro, como si necesitara olvidarla… Porque Oscar, tanto el divertido y jocoso como el sufriente y sometido, es, igual que la mayoría de los seres mortales, un tipo que necesita darle sentido a su historia y sobrevivir al caos, aunque en parte deba para ello idearse un padre mejor o creerse padre de quien seguramente no lo es.

¿Puede haber algo tan tristemente sardónico como poder resumir la propia existencia en un párrafo de 8 líneas? Oscar-Grass lo hace, con un miedo no superado, aunque ausente de rencor: “nací bajo bombillas, interrumpí deliberadamente el crecimiento a los tres años, recibí un tambor, rompí vidrio con la voz, olfateé vainilla, tosí en iglesias, nutrí a Lucía, observé hormigas, decidí crecer, enterré el tambor, huí a Occidente, perdí el Oriente, aprendí el oficio de marmolista, posé como modelo, volví al tambor e inspeccioné cemento, gané dinero y guardé un dedo, regalé el dedo y huí riendo, ascendí, fui detenido, condenado, internado, saldré absuelto; y hoy celebro mi trigésimo cumpleaños y me sigue asustando la Bruja Negra. – Amén”.

     Os dejo de nuevo con algunos fragmentos de la obra y enlace de descarga pinchando aquí.


«Hoy, que todo esto pertenece ya a la Historia -aunque se siga machacando activamente, sin duda, pero en frío-, poseo, en mi calidad de paciente particular de un sanatorio, la perspectiva adecuada para apreciar debidamente mi tamboreo debajo de las tribunas. Nada más lejos de mis pensamientos que el presentarme ahora, por seis o siete manifestaciones dispersadas y tres o cuatro marchas o desfiles dislocados con mi tambor, cual un luchador de la resistencia. Se habla del espíritu de la resistencia, y de los grupos de la resistencia. Y aun parece que la resistencia puede también interiorizarse, lo que trae a cuento la emigración interior. Sin hablar de tantos respetables e íntegros señores que durante la guerra, por haber descuidado en alguna ocasión el oscurecimiento de las ventanas de sus dormitorios, se vieron condenados a pagar una multa, con la correspondiente reprimenda de la defensa antiaérea, en gracia a lo cual se designaba hoy a sí mismos como luchadores de la resistencia, hombres de la resistencia».

 

     «Uno puede empezar una historia por la mitad y luego avanzar y retroceder audazmente hasta embarullarlo todo. Puede también dárselas uno de moderno, borrar las épocas y las distancias y acabar proclamando, o haciendo proclamar, que se ha resuelto por fin a última hora el problema del tiempo y del espacio. Puede también sostenerse desde el principio que hoy en día es imposible escribir una novela, para luego, y como quien dice disimuladamente, salirse con un sólido mamotreto y quedar como el último de los novelistas posibles. Se me ha asegurado asimismo que resulta bueno y conveniente empezar aseverando: Hoy en día ya no se dan héroes de novela, porque ya no hay individualistas, porque la individualidad se ha perdido, porque el hombre es un solitario y todos los hombres son igualmente solitarios, sin derecho a la soledad individual, y forman una masa solitaria, sin hombres y sin héroes. Es posible que en todo eso haya algo de verdad. Pero en cuanto a mí, Óscar, y en cuanto a mi enfermo Bruno, quiero hacerlo constar claramente: los dos somos héroes, héroes muy distintos sin duda, él detrás de la mirilla y yo delante; y cuando él abre la puerta, pese a toda la amistad y a toda la soledad, no por eso nos convertimos, ni él ni yo, en masa anónima y sin héroes».

Obturador anal

   Hay una máxima tan poco precisa de explicación como los programas electorales y que todo el mundo sigue a rajatabla igual que un dogma incomprensible de la Santa Madre Iglesia: en caso de urgente necesidad si alguien debe de sufrir carencias han de ser los que menos posibilidades económicas tienen pues, suponemos, ya están más que acostumbrados a pasarlas canutas.

Así dicho puede sonar poco fino e incluso meridianamente doloroso para los oídos castos de los ricos e incluso, ¿por qué no?, de la clase media, tendente a lo acomodaticio a fin de no perder la relativa seguridad en la que suele navegar aun ausente de rumbo. El caso es que últimamente, y casi sin derecho a remisión, excepto a los ricos del todo o a los que deciden las estrecheces desde sus amplios sillones es al grueso de la tropa al que nos toca sufrir sus abstrusas determinaciones, que lo único que son capaces de demostrar es que su mundo y su realidad se parecen a la del resto de mortales en que a la postre van a diñarla igual, aunque con más pasta para provecho de gusanos y descendientes.

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Una de las últimas y desconocidas aplicaciones normativas es la de la reducción del número de absorbentes (los pañales de toda la vida) por persona con cargo a la Seguridad Social. No es que hasta hace cuatro días fueran la panacea: tres diurnos y uno de noche, aunque daba para ir tirando, pero ahora han reducido una unidad durante el día. Lo que esta cuestión quiere decir para oídos neófitos es que un enfermo de Alzheimer, una persona mayor encamada o en silla de ruedas que no puede ponerse en el baño, un anciano dependiente en todas las actividades básicas de la vida diaria, sólo tiene permiso para orinar dos veces al día y una vez por la noche con coste para la Sanidad que todos pagamos porque el resto de cambios de absorbente los va a tener que pagar su familia o su pensión de mierda o en su defecto quedarse empapadito, con los consiguientes problemas de escaras o heridas, hasta que toque la hora oportuna del cambio. Claro que si tienes medicación por incontinencia la generosidad del estado llega a tan alto grado que no hay recortes, te sigues apañando con los tres diarios y el nocturno, lo que tampoco es para tirar cohetes.

      También resulta curioso constatar que cuando al director de una residencia -posiblemente las entidades más afectadas por tamaña medida- se le ocurre la sencilla idea de pedir tal orden por escrito a su centro de salud no hay alma humana ni divina que sea capaz de estampar un sello que así lo atestigüe: “se lo podemos decir de palabra”. ¿Pero esto de quien depende?. Y a marear la perdiz. Menos mal que los responsables sanitarios de turno siempre sacan soluciones aplicables de debajo de la chistera. Por si algún auxiliar de gerontología, DUE, médico o gerente de centro de día o residencial tiene la oportunidad de leer esta indignada entrada de blog paso a detallar un par de las que aportaron, de manera verídica aunque nadie ose creerlo, tras reiteradas protestas.

“Darles menos de beber, que aún no hace tanto calor”. Como bien recomienda el Ministerio de Sanidad cada año en referencia a los colectivos con riesgo de deshidratación cuando se acercan las altas temperaturas: mantenerse bien hidratado, pues entre otras cosas previene la aparición de úlceras en la piel.

“Ponerles un obturador anal”. En palabras menos técnicas podríamos definirlo como insertarles un tapón en el culo. Mi compañera DUE de la residencia reconoció con la mayor de los humildades que en la vida había escuchado que tan grueso remedio existiera o fuera a tomarse en consideración.

Por mi parte puedo compartir con el respetable que ando bastante preocupado por esta situación, ya que llevo cagándome en toda esta gentuza desde hace muchos meses y ahora resulta que sólo voy a poder hacerlo dos veces diarias y una por la noche. Voy a ver si convenzo a mi médico de cabecera para que me recete algún medicamento -creo que vota a Podemos- porque si he de basarme en la frecuencia con la que me cago en toda su nación algo de incontinencia seguro que tengo.