Rezaba el asqueroso dicho popular que «todas las mujeres son unas putas, menos mi madre y mi hermana». La frasecita de marras, que resulta del todo execrable en sí misma sin el más mínimo paliativo, hace referencia en parte a la máxima a la que se aferraba Don Vito Corleone cada vez que iba a liarla parda, pareciera o no un accidente:
– La familia es la familia –con aquella voz aguardentosa que parecía que le hubieran rociado de ácido las cuerdas vocales.
A un arraigo similar suelen acogerse las parejas y los matrimonios, puede que con algo de razón habida cuenta de lo interiorizado de tal razonamiento: si quieres que todo vaya bien en el nido de hogar, o al menos no demasiado mal, no juzgues nunca a la familia de tu cónyuge o de tu compañera. Da igual que él o ella eche pestes por su boca sobre ella. Eso es porque el roce hace el cariño y tú, incauto de ti, no tienes ni una milésima parte de roce con tus suegros, cuñados y demás familia política. Por tanto lo que vayas a soltar, seguro que no se va a interpretar desde el cariño o la ayuda, sino desde la angustia y la crítica destructiva. Zapatero a tus zapatos.
Obviamente, esta tiranía de la familia y de los seres queridos puede generalizarse a la sociedad en general y hace, por ejemplo, que nos sintamos inmensamente más doloridos por los atentados de París o de Niza (¡qué decir de los de Barcelona a pesar del referéndum!) que por las muertes y asesinatos masivos en Siria. Identificación lo llaman: cualquier occidental comulga más con mis ideas y principios que un árabe que viene en patera o debajo de un camión. Lo de menos es que el europeo viva a 2 500 kilómetros y el árabe a menos de 500. Sigue leyendo