Vergüenza ajena

Estatua en los Jardines de Las Tullerías (París)

Si la vergüenza, ese sano y sapiencial sentimiento humano, no estuviera en horas bajas, lo de la detención de veintidós activistas medioambientales del grupo Futuro Vegetal por pertenencia a organización criminal sería de vergüenza ajena. Sesenta y cinco delitos se les imputan, gravísimos, más que la marea de pellets de plástico en la costa galega, porque estos atentan contra el medio ambiente (que no le importa una mierda a nadie) y aquellos contra cuadros de Goya, que son más eternos que la luz solar (y lo triste, es que casi podemos afirmar que no es una hipérbole).

Objetivamente, los únicos daños culturetas ocasionados a las magnas obras de arte, víctimas de tal terrorismo nacional (tampoco exagero, en septiembre pasado la Fiscalía del Estado tuvo a bien la ocurrencia de incluir en su informe anual a Futuro Vegetal y Extinction Rebellion en el apartado de terrorismo nacional, por más que después tuviera que retractarse medio de mentirijillas), hayan sido contra los cristales que las protegen (se protege más un cuadro que a una familia desahuciada), sus marcos o los muros donde cuelgan. De hecho, Sam y Alba, las dos activistas climáticas que pegaron sus manos a los marcos de las majas de Goya, lo tenían muy claro tras su detención: «decidimos no lanzar nada a las majas porque no tenían cristales y queríamos proteger ese patrimonio». Encima, sensibilidad. ¡Al paredón! Claro, que también han cortado carreteras o entrado en pistas de aeropuertos obligando a detener el tráfico terrestre y aéreo con el consiguiente prejuicio para la sociedad en general y el capitalismo en particular; medio millón de euros en desperfectos han ocasionado. ¡Terrible osadía! Dinero que tendrán que pagar de su bolsillo, por supuesto, no como, por ejemplo, la sanción impuesta por la UE a España de quince milloncetes del ala más 89.000 diarios por no ajustar a tiempo la normativa a la Directiva europea de protección de datos personales. Esa, la pagamos todes les contribuyentes, faltaría más, como los más de setenta y cinco millones en multas desde 1997 por constantes incumplimientos de la normativa; en el pódium estamos: los segundos de toda la Unión. Cuestión de prioridades, como sabe hasta el menos astuto de los seres humanos: en seis años, España facturó 2.000 millones de euros en armas empleadas en la guerra de Yemen, y no pasa nada porque, es evidente, la muerte de miles de civiles en un país que por lo menos el 75% de la población del país no sabe ni señalar en el mapa importan menos que Los girasoles de Van Gogh, aunque, insisto, la tomatada de ese día, se la llevara el vidrio que los protegía.

Resumiendo, vaya, por si se me está yendo la pinza. ¿A quién joden las acciones noviolentas del activismo climático? Al sistema. ¿A quiénes jode la otra parte de la ecuación? A las personas. ¿A quién se castiga y se persigue? A la primera parte de la ecuación, como ha sucedido toda la vida: insumisión al ejército, objeción fiscal, Open Arms… Ya digo, vergüenza ajena.

La «tradición» del «blackface»

Este año, por fin, hemos conseguido que, en los Reyes Magos que visitan la residencia de mayores en la que curro, no haya rey negro. No es racismo, claro, sino simple y llana posibilidad: son familias las que, desde hace unos años, se visten de sus majestades de oriente y reparten los regalos a las personas mayores. Un pito nos ha importado desde hace diez años romper con la tradición patriarcal y que, entre los tres magos, hubiera siempre, al menos, alguna mujer; este año han sido tres féminas las que se han vestido y representado con magnificencia dichos papeles estelares.

La tradición de Baltasar como persona subsahariana es más difícil de romper: se puede odiar a los negros todo el año y no querer verlos ni en pintura (nunca mejor dicho), pero el tercer rey (porque siempre, por los siglos de los siglos, va el último, lo mismo por ser negro) es el favorito de muches niñes, posiblemente hasta de les hijes de Abascal (Ortega Smith no tiene, menos mal), así que cuesta más verlo. Una mujer con barba no supone ningún trauma existencial en una cabalgata; ahora, poner a tres reyes de raza caucásica si no queda más remedio es peor que lanzar caramelos envenenados o con LSD desde las carrozas reales. Da igual, evidentemente, que esa supuesta tradición inmemorial y ancestral no lo sea tanto: hasta el inicio del colonialismo europeo (llamado eufemísticamente evangelización), a finales de la Edad Media, ninguno de los tres magos era de etnia negra; es más, ni en el evangelio de Mateo ni en el de Lucas, los únicos que hacen referencia a la visita de estos señores, se especifica su color de piel, que fueran tres y jamás se nombra su realeza.

Parece ser que las únicas tradiciones (aunque no lo sean tanto) que hay que respetar son aquellas con las que estamos de acuerdo, curioso, aunque se puedan dar imágenes tan paradigmáticas como las de este año en la cabalgata de Córdoba, donde la familia afrodescendiente de la imagen tendría que verse obligada a visionar el esperpento de un rey mago pintado de betún (a ver qué le explico yo a mis hijes, pensarían el padre o la madre, sobre este tipo con el cuello blanco y las manos embutidas en sendos guantes negros). Pero, claro, también debe de ser más importante e influyente esa tradición vetusta que afirma que a Baltasar lo eligen las peñas, entre sus miembros, y si en las peñas no hay negros, qué se le va a hacer.

Imagen de Cordópolis

Imagen de Cordópolis

 

La obligación de decrecer. Medio ambiente y exclusión

El pasado sábado, día 1 de abril, dentro de las jornadas «Herramientas de acción comunitaria para avivar la participación ambiental», elaboramos este vídeo para la mesa de experiencias «La obligación de decrecer. Medio ambiente y exclusión».

Tres personas de Moreras, un barrio empobrecido de Córdoba, desde la obligación en la que se encuentran de vivir con menos, nos hacen reflexionar sobre la obligación del occidente rico de vivir con menos para hacer frente a la crisis climática y global.

No hay que romantizar la pobreza y la injusticia, pero tampoco el consumo y el derroche.

Ángeles

     A veces cuesta, no insultar, no cagarse en la nación de mucha gente que más asco no pueden dar. Cuesta contenerse, y eso que yo, aunque puede que me valga una pedrada y que nadie siga leyendo esta entrada, soy de los que tienen dudas de que el asesinato de Samuel se llevara a cabo por su condición sexual. Que no digo que no, y que es una burrada que de entrada se descarte esa posibilidad como hizo al principio la poli, que sí que ve delito enseguida en un tweet metiéndose con el jodido rey ladrón de los cojones, pero simplemente tengo algunas dudas.

     Cuesta tratar de no llevar al plano subjetivo cada burrada que ves, cada injusticia. Sí, cuesta no mearse encima de determinadas opiniones que lo único que hacen es restar derechos y tratar como gente de segunda a decenas de miles de personas por su raza, por sus pelas, por amar a quien no consideramos oportuno amar. Hay que ser muy gilipollas y tener la capacidad de raciocinio y de reflexión de una ameba.

    Una amiga se va a morir, más pronto que tarde. Tiene esclerosis múltiple desde hace una barbaridad de años y pocos meses atrás le diagnosticaron cáncer de colón. Se negó a tratarse, con toda la dignidad que esa decisión lleva consigo, y el equipo médico le dio cuatro, cinco días de vida el viernes pasado. Se llama Ángeles mi amiga, y es difícil que la casualidad acierte tanto en un nombre. Ha sido siempre un ejemplo de ganas de vivir, de gozar el presente, de la situación por jodida que se presentase. Sonrisa cuasi perenne, guasa generalizada, porros cuando era necesario para el dolor. Una libertad de las de verdad, no de esas con las que se nos llena la boca como una ayusada divertida que lo que dan son ganas de escupirle en un ojo por no saber ni de lo que habla.

     Ángeles tiene mi más profundo respeto, desde siempre, mi cariño, mi ternura… pero su compañera, Mercedes (ambas conviven desde hará alrededor de veinticinco años), a quien primero conocí hace casi treinta y cinco, no me atrevería a decir que más, pero seguro que el mismo cuanto menos. Realmente no hay palabras firmes capaces de describir la fidelidad, el compromiso, la entrega, la tarea ardua y fatigosa de los cuidados… No hay nada con qué demostrar, sin renunciar a la mayor parte de la dura verdad diaria, el amor que estas dos mujeres se han mostrado y se siguen mostrando hasta el último hálito de vida. Da igual sus caracteres tan compatibles como contradictorios, los cabreos, la inquietud, el «estoy hasta el chichi de llevar meses sin dormir…»

     Luego viene el listo o la lista de turno, desde su púlpito, su estrado, su red social, aportando a la comunidad que esto no se puede llamar matrimonio, minimizando determinadas relaciones, sacrificios, desvelos y añoranzas, que no son como las otras, las normales. Porque tú lo digas, subnormal (con perdón para las personas con diversidad funcional), imbécil, descerebrado, inane, chambón, incapaz, ignorante, contumaz, vano, arbitrario, tendencioso.

     Joder, si cuesta no insultar.

     Te quiero, Ángeles, te quiero, Mercedes. Muchas gracias por todo, absolutamente.