«La mujer del chatarrero» (2013)

Danis Tanovic

Danis Tanovic

En 2001 un desconocido documentalista de guerra dirige su primer filme, del que también es autor del guión: la ácida comedia negra, muy al paso del primer Kusturica, y crítica visceral a la guerra “En tierra de nadie”. La cinta, que sorprendió a propios y extraños, se alzó con numerosos premios y nominaciones, entre los primeros el Oscar y el Globo de Oro a la mejor película en lengua extranjera. El director se llama Danis Tanovic, y el año pasado volvió a enamorar a crítica y público en la Berlinale con la más redonda y metódica “La mujer del chatarrero”.

En la mejor línea del cinéma vérité que alcanzó su auge en la década de los años 60 junto con el Free Cinema británico y evidente heredero del estilo de Varda, el director bosnio nos regala un poderoso docudrama que deja a la altura de la suela de una alpargata los últimos resquicios del cine social del otrora ejemplar Ken Loach. El título original, “Un episodio en la vida de un chatarrero”, es mucho más eficiente y práctico a la hora de hacer visible lo que Tanovic quiere que presenciemos y seamos testigos de primer orden, pues de eso se trata, de la ausencia de superficialidades y de derrumbar castillos cámara en mano y renunciando en el montaje a cortar secuencias elocuentes que nos hacen formar parte directa de lo que narra: la mirada espontánea del niño a la cámara, algún choque fortuito… El episodio del que somos testigos es el aborto natural de la mujer de un chatarrero, Nazif, un gitano de pura cepa cuya interpretación recibió el Oso de Plata al mejor actor, que tiene que soportar las más arduas injusticias y desprenderse hasta de lo necesario para poder operarla, pues no tienen Seguro médico. Tras recibir el premio, acompañado de su esposa Senada, partenaire en el filme de Tanovic, este hombre humilde que vive en un campo de refugiados y al que Alemania ha negado el asilo político tan sólo acertó a decir: “dejaré de ser pobre y podré tener una vida mejor para que mis hijos puedan estudiar y yo pueda pagar un seguro médico para toda la familia”. Fue humo. Y es que lo más inaudito de este terrible drama humano es que los hechos que cuenta se basan a pie juntillas en un suceso real, un episodio común en la vida monótona de este auténtico chatarrero, que en la primera y última escena del filme va a por leña como si nada hubiera pasado, consciente de que aún restan muchas batallas que luchar.

 

Una película solidaria, justa, equilibrada, de una compleja y difícil austeridad que jamás se acerca a la lágrima fácil ni a ese sentimentalismo tan de Hollywood que aleja al espectador de la realidad. Necesaria, para todos, y de manera esencial para quienes creen que todo funciona en perfecto equilibrio desde su torre de marfil. Un uppercut directo a la mandíbula, que atrae la esperanza y la gloria de que, como demuestran los vecinos de Nazif y Senada del campamento, no es necesario tener de sobra para ser solidario; lo único preciso es la dignidad del ser humano, que trata al otro con la espontaneidad de saber que necesita ayuda.

Prohibir la solidaridad

Pegatina contra el desalojo del Rey Heredia

Pegatina contra el desalojo del Rey Heredia

Entra en la oficina con un bebé que duerme plácido y común en un cochecito de segunda o tercera mano. Se sienta frente nuestra, coloca el carrito a su lado y lo mece suavemente asiéndolo por la barra horizontal tras escuchar un leve gemido de su nieto. Paqui es de los pobres responsables y generosos. Sólo se presenta en la puerta de Cáritas cuando la vida ya no le da para más; siempre delicada, razonable y razonadora en una extraña conjunción holística en personas sometidas en exceso a la debacle emocional.
– Hola, Paqui, sentimos verte por aquí otra vez. Te veo más apagada… -le digo envuelto en sinceridad.
El equilibrio suele ser por norma general otra de las virtudes asociadas a esta mujer bajita, de cara rubicunda, pecas menudas en el rostro y pelo alborotado teñido de rubio. Algo bien merecedor en sí mismo de una generosa consideración habida cuenta de que en su domicilio no entra el más mínimo ingreso desde hace años y que sufre la terrible desgracia de vivir sola, lo que significa que su situación lastrada no es prioritaria para nadie a pesar de tener a su cargo a su hija y su nieto. Paqui parece no querer romper la imagen de dignidad asumida que la precede desde tiempos remotos y narra sus días como quien lee un código de barras.
Tiene depresión desde hace varios meses, ganas de morirse y está en tratamiento. Apenas se echa algo a la boca en los últimos días, pero le avergüenza volver a ir al comedor de Trinitarios donde buena parte de las personas que asisten tienen una peculiar manera de comportarse, por ser fino, y están en númerus clausus.
– ¿Y por qué no vas al Rey Heredia? Han abierto un comedor social y dan de comer a todo el mundo mientras haya olla.
Paqui mira a mi compañero con cara de no saber ni de lo que habla.
– ¿El Rey Heredia? ¿Qué es eso y dónde está?
– Es un centro social y cultural que han creado unos vecinos justo detrás de la Torre de la Calahorra -respondo como quien ha inventado la rueda-. Lo verás en cuanto te pases por allí. Hay pancartas en la puerta y demás. Está en un antiguo colegio que cerró el ayuntamiento y lleva meses sin actividad de ningún tipo y sin interés por su parte de volver a usarlo en beneficio de la zona, por lo que los vecinos lo han ocupado y han pedido que se lo cedan.
Paqui mira a su nieto. Da las gracias, dice que se pasará seguro en esta semana y llora, a pesar de su denodado interés por mantener incólume su imagen de guerrero universal sin derecho a la emoción.

Decía Gandhi aquello de que lo peor de la gente mala es el silencio de la gente buena, y lo afirmo con rotundidad, mas existe algo si no peor al menos igualmente deleznable y que más daño otorga: lo peor de la gente mala es impedir a la gente buena que realice las bondades que ellos se niegan a realizar. Será temor a quedar en entredicho, a perder argumentos… a mirarse delante del espejo y echarle la culpa a él de lo feo que es uno por dentro.
El alcalde de Córdoba, generoso donde los haya, solicitó al juez orden de desalojo para las personas que, con el apoyo de Acampada Dignidad, ocupaban el centro Rey Heredia. Digo el alcalde porque la decisión fue unilateral, no pasó ni por Pleno, ni por ningún despacho del consistorio. Una orden directa al abogado sorteando cualquier posible oposición y necesidad de enfrentarse a las incongruencias y lanzado una serie de acusaciones que parecen más de patio de colegio que de un representante político. El Ayuntamiento ha recortado las ayudas y recursos sociales de tal manera y con tamaña falta de conciencia que, por ejemplo, en seis meses las trabajadoras sociales ya no disponían de fondos para tramitar ayudas de emergencia. Eso sí, ya que no cuento con recursos colaboro en dar noticias de los que ofrecen otros como si de mí dependieran y editan una guía de entidades privadas de reparto de alimentos aunque la mayor parte de esos organismos, Cáritas Parroquiales, no les hayan dado permiso para estar incluidos por no estar de acuerdo con las políticas sociales de estos trápalas. Ni qué decir tiene que en la capital no existe un comedor municipal y que tan solo entidades privadas ofertan ese recurso como pueden o salen por la noche a repartir bocadillos o una sopa caliente a los sin techo.
El centro social Rey Heredia da de comer a unas 100 familias al día, tiene huerto social, biblioteca, clases de apoyo, talleres de muy diversa índole…
Gracias a Dios la justicia a veces no es ciega y la Audiencia Provincial ha estimado el recurso presentado por el vecindario y Acampada Dignidad paralizando el desahucio hasta que se decida abrir vista oral o archivar definitivamente la denuncia. Hasta un informe de la Policía Nacional avalaba, no sólo que las instalaciones no habían sufrido deterioro, sino que estaban en mejores condiciones que antes de la ocupación.

Paqui regresó a la oficina a las dos o tres semanas. Lleva comiendo desde entonces en el Centro social, y su depresión tiene época de vacas flacas, no gracias a la medicación ni al Ayuntamiento. Es voluntaria del Rey Heredia, y va varios días a la semana a colaborar con el centro social. La solidaridad no se puede legalizar ni prohibir. El Rey Heredia no se cierra.

Licencia Creative Commons Prohibir la solidaridad por Rafa Poverello se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Quejarse sale gratis

angry by zalas

angry by zalas

Quejarse es gratis. Tanto es así que raro se hace que en cualquier conversación intrascendente no levante la voz el tertuliano de turno lanzando improperios sobre los políticos, la sanidad, le educación, el desempleo… el Tata Martino.
El caso es que si tuviera el ser humano que pagar un euro por cada protesta seca que comparte -como diseñaran con gran efecto disuasorio las madres diabólicas cuando soltabas una palabrota a destajo- lo mismo se le otorgaba un valor más excelso del mero impulso liberador. No abogo a que no se proteste y agachemos las orejas como el cachorrillo que ha sido sorprendido miccionando en mitad del salón, sino a asumir la responsabilidad y la implicación que conlleva el hacerlo, porque sino siempre será gratis, sólo gratis y eso no cambia nada.

Como yo formaba parte de la manifestación del Primero de Mayo soy de los que opinan que fueron miles de personas y no voy a hacer un estudio de campo con el objetivo inútil -y que, por otra parte, ya cumplen otros- de revertir los datos. Pero lo que fue claro es que flanqueando la protesta, a izquierda y derecha como sendas hileras de árboles, cientos de personas aguardaban el paso de las carrozas de La Batalla de las Flores que daba el pistoletazo de salida al Mayo Cordobés, sin exhalar la más leve consigna contra el sistema, los políticos, la sanidad, la educación o el desempleo… Sonrientes en una mañana diáfana de primavera esperaban el “Pan y circo” de Juvenal, metódicamente auspiciado por el Ayuntamiento quien, mezclando churras con merinas, atrasaba por segundo año consecutivo dicha ceremonia para hacerla coincidir con el Día del Trabajo y mitigar sus efectos devastadores.

Habida cuenta de que dentro de mi siempre humanamente limitada red social no conozco a nadie que no se queje ante determinados temas (sobre todo del Tata Martino, todo sea dicho) se ha de suponer que el 95% de las personas que celebraban con una sonrisa de oreja a oreja el mayo festivo cordobés y su lanzamiento de claveles habrán protestado en más de una ocasión de manera enérgica y desgañitada por la situación de algún familiar en paro, del que no puede pagar la vivienda, por el precio de los libros escolares, por lo escaso de las prestaciones por desempleo, porque todos chupan del bote… Pero es que quejarse en el círculo de amigos suele salir gratis y es muy oportuno; lo que no sale gratis es pasar de ir a la batalla de las flores y apoyar la queja con la actitud, porque esto siempre implica renuncia, por nimia que sea. El movimiento se demuestra andando.

Entonces charlo, con unos y con otros, y frente a ínclitos argumentos de manual recuerdo indefectible a Quico Mañós, educador social y una cuasi eminencia en lo que atañe a las buenas prácticas en centros sociales, y a lo que él llama la enfermedad de la sociedad actual: la esquezofrenia. No, no; no habéis leído mal ni necesito el corrector ortográfico. Esquezofrenia, con e.
“Es que no sirve de nada”
“Es que no tengo tiempo”
«Es que ya estoy aburrido”
“Es que mi familia…”
“Es que lo he intentado y no he sabido hacerlo”
“Es que, es que, es que…”

Es que no me da la gana (o me cuesta, pongamos, lo que ya es un paso) renunciar a la comodidad y a tener que cambiar hábitos de vida. Ese es el mejor es que, o al menos el más real. A quien se queje de los políticos, pues que vote en blanco, a partidos minoritarios o se una a las concentraciones en el Congreso; quien lo haga de los Presupuestos Generales del Estado y sus prioridades -en Defensa, por ejemplo, cuyo monto nunca se reduce- que haga objeción fiscal y done parte de su dinero a asociaciones u ONGs; al que le cabree en qué invierten su dinero los bancos y le repele su mano larga con los desahucios que se abra una cuenta en la banca ética; quien sufre en su visceralidad viendo en la televisión la explotación infantil y ante tamaña afrenta a la civilización se rasga las vestiduras (protestando, claro) que reflexione sobre sus hábitos de consumo y vaya a tiendas de comercio justo; las personas sensibles con la cuestión ambiental y a quienes les indigna la polución, los residuos, el exterminio de especies o de bosques para producir carne, soja… pues que cambie su dieta alimentaria.

Mas es preciso asumir lo más peliagudo del tema. Mientras leíais, estimados blogueros, las diversas opciones y posibilidades que pueden ayudar a que nuestra queja se convierta en una verdad que no le salga gratis a nadie -incluido a uno mismo- habrán surcado por vuestra mente varios “es que”.

Como dijo Thomas A. Edison, si se decide por el “es que” al menos “los que dicen que es imposible no deberían molestar ni interrumpir a los que lo están haciendo”.

«Resurrección» (1869) vs «Guerra y paz» (1899)

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Leon Tolstoi by Parpa

     Lev Tolstói, conde y evidente aristócrata de cuna, que terminó “Resurrección” apenas a 10 años vista de dejar este mundo, ya abandonó el mundanal ruido 30 años antes siguiendo los pasos de su admirado Thoreau y abriendo camino al ashram de Gandhi con quien mantuvo correspondencia en los años finales de su vida; se retiró al campo, a su querida finca ‘Yasnaia Poliana’, reconociéndose no del todo coherente -como cada uno de nosotros, todo sea dicho-, pero harto, quemado y hastiado de la sociedad burguesa y acomodada, tan religiosamente ortodoxa e intransigente en lo peor, tan injusta y autocomplaciente a la que soportaba cada vez menos. Evidente fruto de este monumental cabreo espiritual y social fue aquella su última novela, y tras la cual se negó rotundamente a escribir. De lo profundo de esta visceralidad suele surgir en la persona tanto lo sublime como lo corriente y de ambos extremos no se libra “Resurrección”, polo opuesto en cordura y meticulosidad a su obra maestra “Guerra y paz”.

     En “Resurrección”, a raíz de un episodio sencillo: la toma de conciencia y el sentimiento de culpa de un aristócrata por el daño y el mal que ha ocasionado de por vida a una joven que ha tocado fondo y que le hace dedicar sus esfuerzos a intentar revertir su situación, Tolstói desgrana y destroza sin piedad cada institución o derecho adquirido que se pasea por la novela y que nadie tiene la más mínima intención de cambiar: la judicatura, la abogacía, el ejército, la política, y de manera mucho más recurrente el derecho a la propiedad privada de la tierra, las cárceles y el cristianismo ortodoxo ruso. Tolstói, por boca de su héroe Nejliúdov, dedica capítulos enteros a estos últimos fines mostrando su indignación y desprecio por el orden establecido y transformando al príncipe en mendigo en el mismo grado en el que se endurecen las situaciones vitales que le rodean y ante las que, primero por culpa y más tarde por conciencia recuperada, decide intervenir. Sobre la propiedad de la tierra remarca la injusta situación de semiesclavitud en la que se encuentran los mujik, campesinos que trabajan la tierra sin tener derecho a ella cuando era de suponer que ya había sido abolida la servidumbre. Especialmente crítico se muestra con el trato vejatorio e inhumano al que son sometidos los presos, así en las prisiones como en el traslado a Siberia. Sobre el uso político, interesado y caótico de la religión verdades tan altas y profundas que la obra fue censurada en Rusia no publicándose de forma íntegra hasta 1936 y el propio Tolstói se vio excomulgado de por vida (¡como si ya no se hubiera autoexcomulgado él años atrás!). Pero el conde no se conforma con atizar, lo menos soportable para quien ostenta el poder es lo que se atreve a hacer de manera inmediata: dar propuestas. En el germen de esta ingente protesta y lucha surge lo más embotado de “Resurrección”, cuando todo parece convertirse en un ensayo o un tratado sobre las injusticias a combatir, y poco parece importarle a Tolstói -más llevado por ese impulso caótico de la que hace bandera- que se pierda el ritmo y olvides por momentos a la Máslova y que toda esta resurrección del príncipe tiene si principio y su fin en ella. Sigue leyendo