El dogma de la Inmaculada Constitución

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Democracy Nowaday, by sujawoto

    Pues vaya, me volví a equivocar. Un año más. Mira que lo intento, me lo propongo al principio de cada mes de diciembre; tirar de memoria sin tener que recurrir al calendario, pero nada, que soy cerril y no hay manera de meterme por vereda. Por más que sea católico y todo.

    Pero volvieron a tocar las campanas a rebato a principios de la semana pasada; en labios de mi compañera.

    –Entonces, ¿el miércoles tenemos que ir a tocar a la misa?

    Se me abrieron los ojos como platos. No se me cayeron de las cuencas de purito milagro. Nuevamente en un brete. Y no porque sea yo muy constitucionalista, tanto como para convertirla y todo en día de precepto, sino porque, un año más, no tenía pajolera idea de si el día seis era el de la Inmaculada o el de la Constitución. Si es que los ponen tan pegaditos uno al lado del otro.

    –Pero… el seis, ¿qué día es, la Constitución o la Inmaculada?

    Menos mal que de despistes andamos sobrados ambos y eso rebaja siempre tu percepción de autoestupidez, porque ella tampoco tenía ni idea.

    No es cuestión de descojonarse, porque la cosa no es tan fácil de distinguir ni para un experto ni para un tipo como yo que se pasa un buen rato cada día echando un ojo a las noticias. A saber. Sigue leyendo

Cosas que de verdad importan

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Oppression, by Matteo Bertelli

     Lo mismo me salgo un poco del parchís, pero no, no voy a hablar de la DUI, del Estatut ni del 155. El caso es que de todo lo que está pasando en el Reino de España en estas últimas semanas, lo único que me preocupa de veras es que un gobierno y el mayor partido de la oposición opinen que, en un país democrático, no había otra forma mejor de hacer las cosas. Y me dan pena los separatismos, las independencias, las fronteras… ¡Como si no tuviéramos ya bastantes! Porque del mismo modo que no quiero que levantemos muros y alambradas para impedir que se entre sin papeles (aunque sí con corazón) a esta tierra de supuestas oportunidades, me disgusta mucho que en lugar de tratar de entendernos, nos pongamos a darnos codazos en la boca. O a ir a un concurso para decidir quién los tiene más gordos.

      Así que, como las partes nobles de determinadas personas me despiertan nulo interés, sin dedicarme a hacer un listado, sólo comparto un botón de muestra de aquello por lo que creo que merece la pena dar mucho por culo.

     Plácida tiene más de ochenta años. Va siempre tan bien arreglada y tiene un cuerpo tan tipo bolo que parece una matroska. Camisa y falda de colores fuertes y maquillaje en tonos rosas y azules. Se desplaza con la mera ayuda de un bastón de los de toda la vida. Marrón, de puño estirado. El viernes pasado me preguntó que qué tal iba lo de la solicitud de Dependencia. Ante estas preguntas que son casi capciosas sin pretenderlo no sabe uno muy bien a qué atenerse.

      Resulta que no le importa demasiado a la administración que Plácida no tenga familia de primer grado, que viviera sola o que tenga una pensión que no llega ni a los 700 euros. Su situación no es prioritaria, claro, porque hay gente peor; a la que tampoco se atiende en sus plazos, como demuestra el hecho de que una persona dependiente puede esperar unos tres meses para que se dignen en ir a valorarla y asignarle grado, otro mes y pico para que le manden la carta (retenida para retrasar los plazos), otros dos meses más para que se le asigne recurso (si lo merece) y uno y medio más si hay suerte para que, al final, pueda beneficiarse del mismo. Pero podemos resumir en un momento lo que es probable que le suceda a Plácida, mujer sin familia directa, sin necesidad de ayuda para realizar las actividades básicas de la vida diaria y que ocupa plaza privada en una residencia de mayores al módico precio de más de 1.400 euros porque le da miedo quedarse sola en casa.

  • Tramitada ya la dependencia irán a valorarla a la residencia.
  • No le asignarán grado, al poder vivir sola supuestamente, o como mucho Grado 1, pero es poco probable en virtud de los baremos actuales de la Junta.
  • No podrá acceder a ningún recurso, excepto el jodido botón rojo de emergencias por si se rompe la crisma en caso de vivir en su domicilio.
  • Se le acabará el dinero ahorrado en año y medio.
  • Tendrá que dejar la residencia porque no puede pagarla ni la administración le va a asignar una plaza pública.
  • Si por entonces no tiene vivienda propia, se verá tirada en la calle a menos que algún sobrino o sobrina de buena voluntad (aunque sólo una va a verla a la residencia alguna vez) la acoja en su casa.
  • O si la tuviera, se quedaría sola en el domicilio hasta que ya no pueda andar, ni cocinar, tenga Alzheimer o algún vecino tenga que llamar a la policía porque huele a perro muerto en la casa de al lado.

      Entonces su situación sería prioritaria. ¡Qué bien! Sigue leyendo

Ilegal

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Catalonia versus Spain, by Ramses Morales Izquierdo

     No sé si se habrán enterado, pero hace cosa de una semana se celebró en Catalunya un referéndum. Ilegal. Es importante este último aspecto, porque pudiera ser que hablara usted exclusivamente turco, ruso, chino, hindi o guaraní, pero seguro que a lo largo de estas últimas dos semanas, aunque no sepa decir ni buenos días en el idioma de Cervantes, ha aprendido a pronunciar la palabra ilegal.

     Este hecho cuantificable resume como pocos el fondo del asunto. Si tanto la izquierda como la derecha, el centro o el mediocentro reconocen que el referéndum era ilegal, lo más probable es que la importancia de tal cuestión per se sea del todo intrascendente y en lo que tendríamos que detenernos sea en su contexto, en dónde se pone el punto de mira y, en definitiva, en cómo es de recia nuestra escala de valores.

     Digamos que, de una parte, parece que es absolutamente terrible hacer algo ilegal, en sí mismo y sobre todo si supone la fractura de la sociedad. Se me caen hasta dos lagrimones de tanta emosion contenida pensando en la unidad de España, pero no me desvío. Veamos.

     Quienes mandan las tropas de asalto para impedir la celebración de un referéndum porque es ilegal han de ser, pues, los mismos que a nivel ideológico hubieran enviado a dar una somanta de palos a:

  •      Las sufragistas de Inglaterra de principios del siglo XX, que cometieron la tropelía de exigir al derecho al voto para las mujeres. ¡Qué desvergüenza! Ilegales, ilegales.
  •      Rosa Parks, por atreverse a sentarse en un autobús en la zona de los blancos. Dios me libre, acto meticulosamente ilegal en los Estados Unidos de los años 50. Años después, de paso, hubieran también atacado con gas lacrimógeno y porras a los 600 manifestantes por la Defensa de los Derechos Civiles de la primera marcha de Selma a Montgomery, bajo pretexto de que suponía un peligro para la seguridad nacional.
  •      Nelson Mandela, por hacerse el listo y exigir la igualdad entre negros y blancos durante el Apartheid. Serían, de igual modo, de los que lo hubieran mantenido en una celda de cuatro por cuatro más de 25 años. Era ilegal, claro, hasta el derecho de reunión para las personas de raza negra, como para pensar que tenían que gozar de los mismos derechos que los blancos.
  •      Berta Cáceres, por bloquear de manera ilegal la entrada a la construcción de presas hidroeléctricas en espacios protegidos. La hubieran asesinado probablemente, por seguir con la petera de cometer actos ilegales y parar los procesos decididos por cauces parlamentarios.

     Etcétera etcétera etcétera… Todas ellas, sin excepción alguna, personas que vivían bajo el paraguas de sistemas profundamente democráticos. Y excusas similares a las que inventan quienes mandan a la policía y a la Guardia Civil a apalear a la población si se pone revoltosa empleaban por aquel entonces, cuando aún no existía un Puigdemont al que colgar el sambenito, por mucho que se lo merezca. Una de ellas, lanzada por Daniel François Malan tras ganar las elecciones presidenciales en Sudáfrica en 1953 se parece mucho al ínclito deber de mantener la unidad territorial exigida por la constitución: «hoy día Sudáfrica vuelve a ser nuestra, Dios permita que sea nuestra siempre». Huelga decir que, a mediados de siglo, sólo podían votar en Sudáfrica sin restricciones los blancos, que solo representaban al 21% de la población total del país que consideraban suyo. Faltaría más. Sigue leyendo

Demoakracia

hands-41338_960_720    No seré yo quien defienda a capa y espada las virtudes cardinales de la democracia ateniense, tan selectiva, tan poco igualitaria. Pero el caso es que, con tantas pavadas que ve uno en televisión acerca de lo democrático que es nuestro estado de derecho, mientras se confunde legalidad con democracia y con justicia, se plantea uno que es peor, tanto a nivel individual como colectivo, si no votar porque eres esclavo o votar y creer que eres libre.

     Digamos que, en el primer supuesto, la cosa está meridianamente clara. No votas porque no tienes derecho a hacerlo. No hay engaño ni demagogia. Punto pelota. Ea, hubieras sido hombre libre, porque las mujeres tampoco podían votar por aquel entonces, por supuesto. Otra cosa es que el porcentaje de personas libres, adultas, varones y con ciudadanía en la antigua Grecia rozara lo irrisorio.

     Pero, ¿qué decir del segundo supuesto? Votar y creer que por hacerlo eres más libre que la puñeta. Eso sí que es un peligro, mayor que el referéndum en Catalunya y que la crisis de Venezuela, que ya es decir en boca de algunos que sólo ven viable modificar leyes y hasta la Constitución cuando es bueno para toda la nación, habida cuenta de que los intereses nacionales coinciden con los de su partido. Indefectiblemente. Bukowski, con su habitual y desencantado concepto de la realidad, lo expuso con una claridad supina: «la diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes». Aunque pudiera ser que incluso, en pos de un bien superior (aunque a la mayor parte de la ciudadanía ese supuesto bien mayor le importe una mierda), no te dejen ni ir a votar y se intervengan las urnas. Porque el caso es que las mayores preocupaciones de los ciudadanos y ciudadanas esos que dicen defender son el paro y la corrupción, pero mira tú por donde que es la CEOE y los sindicatos mayoritarios los que se ponen de acuerdo, con la connivencia del gobierno, para racionalizar el despido, y España ha sido acusada repetidas veces por Bruselas debido a su falta de medidas contra el fraude y la corrupción. Sigue leyendo