Dos gallinas

2565954556_d267f873b1

Chicken moo, by jelene

    Si hay una frase que he escuchado en mi entorno con metódica insistencia es aquella de que «el dinero no es lo importante». O similares, claro, que no todo el mundo expresa igual su independencia afectiva del vil metal: «no me preocupa el dinero», «el dinero no nos da la felicidad»… Las he oído en colectivos alternativos, en mi curro, en la parroquia, en el grupo de amigos. El caso es que este tipo de expresiones sólo han salido de los labios de gente como yo que no sentimos la más mínima inquietud por el dinero ni le damos importancia porque lo tenemos. Suena tan sarcástico como si un funcionario nos soltara que no le preocupa el empleo. No te jode.

    Pero a las gitanas del barrio que pasan cada semana por Cáritas, a las personas inmigrantes que llegan a nuestro país con la esperanza de mandarle pelas a los nenes que ha dejado al otro lado de los 14 kilómetros, a los padres y madres de familia en paro a quienes se les va a acabar el salario social el mes que viene… a todos esos sí que les preocupa el dinero; bastante. Será que no tienen tan claro como nosotros la escala de valores.

    En estas situaciones no puedo evitar acordarme del conocido cuento de las dos gallinas:

«El cura del pueblo ha reunido a toda la comunidad para hablarles de la solidaridad.

–He notado -les dice- que cada día os volvéis más mezquinos, más codiciosos, más avaros y más egoístas. En lugar de seguir el camino de la palabra de Dios que intento predicar, vivís acumulando cosas materiales y posesiones que como os he dicho miles de veces, no podréis llevaros el día que llegue vuestra hora.

La comunidad entera bajó la cabeza avergonzada y el cura se animó a seguir.

–Las enseñanzas que os trato de transmitir son claras y breves. De los siete pecados capitales, la codicia es el más dañino.

Silencio en la sala.

–Estamos en la casa de Dios y lo que aquí sea dicho será anotado en vuestro libro de la vida como vuestro compromiso.

Más silencio.

–A ver tú, Santiago, contéstame con sinceridad. Si tú tuvieras dos casas y tu vecino Ramiro no tuviera ninguna ¿qué harías?

Santiago se pone de pie y con el sombrero en la mano se anima a contestar:

–Pues yo le daría una casa a Ramiro, padre.

–¡Muy bien! ¿Y si tuvieras dos automóviles?

–¿Dos automóviles? Uno para mí y otro para Ramiro.

–Muy bien, Santiago. Así me gusta.

La gente comenta y murmura. Santiago se siente agrandado por el beneplácito del cura frente a sus respuestas. El padre decide seguir su prédica por esa línea.

–¿Y si tuvieras dos millones?

–¿Dos millones? -se anima Santiago con energía- un millón para Ramiro y otro millón para mí.

–¿Y si tuvieras dos gallinas?

Se produce un incómodo silencio que rompe el clima de las preguntas y las inmediatas respuestas. El cura vuelve a hacer la pregunta:

–Santiago, ¿y si tuvieras dos gallinas?

Santiago vuelve a bajar la cabeza y finalmente contesta:

–Sinceramente, padre, no sé. En ese caso, no sé.

–Pero cómo puede ser, Santiago. Piensa. Si tuvieras dos casas, una para ti, otra para tu vecino, dos automóviles, uno para ti, otro para tu vecino, dos millones uno para ti, otro para el vecino… y dos gallinas no sabes, ¿cómo puede ser?

–Es fácil, padre. Yo no tengo dos casas, ni dos coches y menos dos millones… ¡Pero dos gallinas sí que tengo!».

Sigue leyendo

Marginar, excluir, ignorar, machacar

1024px-Antep_erased2

La Joven Gitana, Museo de Mosaicos de Zeugma, Gaziantep (Turquía)

     No voy a soltar, presa de la indignación, que sea un método, una estrategia, elaborada concienzudamente con premeditación y alevosía en virtud de no sé qué objetivos de interés particular, pero cuando un hecho se repite con asiduidad, en determinado orden y con similares consecuencias para determinados colectivos es que algo, del todo bien, no huele. Si siempre pintan bastos para los mismos a pesar de hallarse éstos convencidos de que tenían una buena mano, algún as de oros bajo la manga se ha guardado alguien.

     El orden, que sí que altera el producto, es metódico y robótico como un martillo pilón:

  • primero marginar, que estábamos muy a gustico sin nadie que nos ladre (creemos guetos)
  • segundo excluir, que si ya están al margen mejor que no tengan las mismas oportunidades (educación, recursos sociales y culturales, empleabilidad, dependencia de ayudas sociales…)
  • tercero ignorar, y si ladran que ladren, mientras no se puedan acercar y nos muerdan (que todo lo que salga en los medios sea malo, dañino, peligroso…)
  • cuarto machacar, que no sólo ignoremos, sino que les creemos la imagen de que la culpa es suya, que viven así porque quieren, que es su decisión (imposibilidad de entrar en un proceso de cambio y de normalización).

     Podemos pensar en cualquier colectivo, y es de un pragmatismo abrumador. Cierto es que los hay que, dando menos por saco y siendo algo así como más dignos de lástima (sector de la discapacidad, personas mayores…), apenas pasan de la fase una de estar al margen, por ese sentido mercantilista y obsceno de la utilidad social, pero por norma, el proceso llega hasta la fase cuatro con contundencia (inmigración, toxicomanías, barrios periféricos con bolsas de pobreza, personas sin hogar…). Y el día que acierten a lidiar con la fase cuarta, seguro que algún listo se inventa la quinta. Sigue leyendo

«The Florida Project» (2017)

the_florida_project_by_frencida-dc6ine2

The Florida Project, by frenci DA

     Elena es madre soltera, tiene dos nenas menores de edad, ni un jodido ingreso mensual fijo y vive en un alquiler social en un barrio de exclusión de Córdoba capital. Cuando saca algo de pelas tras ir pidiendo a propios y extraños de aquí para allá compra ajos o perfumes y se pasa buena parte del día tratando de venderlos un poco más caros de lo que los pudo comprar. A veces resulta difícil saber cómo sobrevive sino fuera por la buena voluntad de sus vecinas y de algún que otro tendero de la zona que, sin tener demasiado dinero, no deja de fiarle a pesar de las pocas esperanzas de que en alguna ocasión Elena pueda ponerse al día.

     Elena no dispone de demasiado tiempo para tener sueños (sus hijas aun sí), y a lo poco que aspira es a dejar de tener miedo de que, algún día, servicios sociales le retire la custodia de sus hijas, por más que le diga uno cada dos por tres que situaciones peores se han visto y que la Junta no tiene demasiado interés en invertir el dinero en centros de menores. No retiran una custodia ni aunque fuera un acto de caridad.

     El caso es que con sólo cambiar el nombre de Elena por el de Halley, la mami protagonista de «The Florida Project», sumarle una hermanita a Moonee, su hija de seis años, y situar la acción en Estados Unidos en vez de en Andalucía para que todo encaje de una manera tan absolutamente perfecta y demencial que no hiciera falta ser un lince a la hora de darse cuenta de que la pobreza y la exclusión son idénticas en todos los países occidentales. ¿Por qué? Porque el capitalismo es igual de cabrón en todos los países occidentales; destruye todo lo que toca y fagocita lo que no desea ser tocado.

     El director Sean Baker sabe de lo que habla, mucho, no podría decirse que demasiado, pero lo parece, y los paralelismos de marginación mantienen unas líneas paralelas que asustan e indignan, porque muestran bien a las claras la asquerosa sociedad del descarte, donde tanto tienes tanto vales, y un método que pretende ser infalible para vivir felices: mantener a quienes peor lo pasan en los márgenes y haciéndoles responsables de cuanto les sucede. Sigue leyendo

Civismo

Jacques-Louis_David_-_Oath_of_the_Horatii_-_Google_Art_Project

Juramento de los Horacios, de Jacques-Louis David (1784, Museo del Louvre)

      Me contaba la semana pasada un amigo un hecho, tan verídico como increíble, que le sucedió a un familiar durante sus meses de estancia en Suiza, el país del civismo.

      A buena hora de la madrugada, un vecino suyo le dio aviso porque había comenzado a tener graves problemas respiratorios y parecía a punto de asfixiarse. Ni corto ni perezoso lo cargó y lo metió en su propio coche para llevarlo con urgencia al hospital, que estaba a varias manzanas del domicilio. A fin de llegar cuanto antes y que atendieran con premura a su vecino, tras reflexionar sobre el estado de salud de su vecino y que no podría ocasionar ningún accidente al no haber vehículos en tránsito a tan altas horas de la madrugada, circuló en dirección prohibida durante un tramo de veinte o veinticinco metros. Sacó al vecino del auto, los celadores lo colocaron encima de una camilla y él lo acompañó hasta que fue atendido por el personal de urgencias.

      Al cabo de unos dos meses, recibió una multa en su casa tras haber sido denunciado por circular en dirección prohibida. ¡La denuncia la había puesto el mismo vecino al que llevó al hospital!

      Y como se juntan un poco las cosas para poder ponerlas en relación, hace unos días me encontré con Desirée a la puerta de la oficina de Cáritas. Desirée tiene alrededor de veinticinco años y es madre de dos nenes menores, uno de ellos bebé. Tuvo que salir por patas de su vivienda social en uno de los barrios más castigados de Córdoba, Las Palmeras, por problemas de reyertas, y la trasladaron a otra vivienda de iguales características en otro barrio de similares características y entorno, Moreras. En la casa no entra el más mínimo ingreso, y al no llevar aun un año empadronada en el domicilio, aunque está recibiendo apoyo por parte de servicios sociales comunitarios, no pueden tramitarle ninguna ayuda social ni de emergencia. Como es común en familias en exclusión, la red socio-familiar de Desirée tampoco cuenta con demasiados recursos económicos más allá de alguna pensión de jubilación no contributiva (poco más de 400 euros) que hay que distribuir entre los tres o cuatro hijos de media que suelen vivir en cada domicilio o que se enganchan a la teta materna. Pero los hijos de Desirée, especialmente el de meses, tienen necesidades bien específicas de leche infantil y pañales, así que ella, sin pensárselo mucho ni poco, requisa de las estanterías del Carrefour aquellos productos adecuados a tales necesidades sin pasar por caja. La han pillado dos veces, y la han denunciado, y como es reincidente, el juez le ordenó que pagara una multa de 300 euros, creo recordar, en quince días o ingresaría quince días en prisión. Vi las diligencias, no me lo ha tenido que contar un vecino. Sigue leyendo