«La noire de…» (1966)

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Ousmane Sembene, por el FCAT de Córdoba

     Hay autores que desde el primer zapatazo sientan cátedra, y con tal autoridad que durante el resto de su existencia ya ni su vida ni su obra pueden prescindir de determinada magnitud.

    Ousmane Sembene, escritor, director y activista senegalés puede presumir de ello, aunque nunca lo haya hecho. Desde su primer film, “La noire de…” (1966), del que hablaremos largo y tendido, hasta el que dio fin a su filmografía, “Moolaadé» (2004), un contundente alegato contra la ablación femenina, Sembene ha mostrado un metódico compromiso a favor de los derechos humanos que, desde luego, en nada le ha impedido a lo largo de su carrera convertirse en uno de los directores africanos más influyentes.

    Lo dijimos en estas páginas este mismo año al hablar del director mauritano Abderrahmane Sissako, pero no huelga repetirlo: “La noire de…” supuso una total ruptura con el concepto de cine negro en todo el continente africano, especialmente en el África Subsahariana, siendo Sembene el primer director de color y rodando pues desde un análisis alejado del concepto de ‘negritud’ -siempre desde el punto de vista de los colonizadores, por muy solidarios que fuesen- que aparecía en todo el cine anterior. Sigue leyendo

«Torpedo 1936» (1981)

Abulí y Bernet

En 1992, un joven barbilampiño, con mandíbula de dibujos animados y adicto a los spaguetti-westerns, los cómics y el manga decidió asomarse al balcón de la gloria con el estreno de una película renuente, indómita y -digamos- exquisitamente desagradable. Su nombre ya forma parte de la historia del cine: “Reservoir dogs”, y una frase que proviene de su impertinente guión, -«cuántos hijos de puta y qué pocas balas»- podría dar nombre a esta reseña. Y esto… ¿a cuento de qué? Será que cada vez estoy más convencido de que Tarantino leyó Torpedo 1936, y la obra completa, donde -desde su primera viñeta hasta la última- hay excesivos hijos de puta a pesar de tantas balas.

En 1981, más de diez años antes de “Reservoir dogs”, cuando Scorsese ni había imaginado aún la magistral “Uno de las nuestros” y los Coen apenas podían soñar con dirigir cualquiera de la más temprana de sus películas (quedaba mucho todavía para “Muerte entre las flores”), un pringadete de barrio llamado Abulí, español para más señas, crea a Luca Torelli, alias Torpedo, pistolero, asesino a sueldo, scarface de poca monta, violador y misógino y, de manera particular, un encantador monumento a lo políticamente incorrecto y al… mal gusto. Sólo con detalles de este calibre es posible comprender el alcance cultural y sociológico de esta obra peculiar e indecente, con la que -todo hay que decirlo- te partes de la risa y hasta encuentras los más variopintos motivos para sentirte mal por ello. ¿Es moral reírse con las tropelías de un fulano de tal que ausente de la más mínima ética o remordimiento mata por la espalda a una anciana a la que enseña sin querer su revólver, viola a alguna damisela casi en cada episodio si es lo que considera más grato y conveniente, abusa de menores… y un largo etcétera? Será que eran otros tiempos, pero es que Abulí lo hace tan bien, con unos guiones tan satíricos e irónicos como los del mejor Raymond Chandler, que hasta acabas cogiendo cariño a ese niño siciliano, maltratado por su padre alcohólico y por varias ristras de tíos, asesino infantil vengativo porque no queda otra e hijo predilecto de la derrota y el alcohol, que tan bien transcribió Sabina.
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Papusza

Bronislawa Wajs, llamada Papusza (muñeca en romaní), probablemente la más insigne cantante y poeta de etnia gitana, murió en 1987, pero como suele suceder con todos los seres libres y adelantados a su tiempo, en realidad puede decirse que lo hiciera casi 40 años antes, cuando entre los intereses políticos y la condena de su propio pueblo se la condenó al olvido y la soledad.


Nadie me comprende,
solo el bosque y el río.
Aquello de lo que yo hablo
ha pasado todo ya, todo,
y todas las cosas se han ido con ello…
Y aquellos años de juventud.

Escribía la propia Papusza.

Bronislawa Wajs, alias Papusza

Nacida a principios del siglo XX en Lublin (Polonia), Bronislawa, hija de nómadas, se esforzó en evitar el analfabetismo común a su condición, gitana y mujer, intercambiando libros, estudiando cuando y donde podía… aprendiendo a leer y a escribir desde muy joven, aspecto absolutamente desconcertante en su época.
Con poco más de 30 años ya tuvo que sufrir la pérdida de centenares de familiares y amigos, e incluso su mismo esposo durante la II Guerra Mundial, en otro Holocausto, el gitano, del que suele hacerse menos mención. Finalizada la contienda, cuando todo parecía tender a la tranquilidad -a pesar de los serios problemas que su libertad y su forma de entenderse a sí misma como mujer le ocasionaron con los romaníes- algunos de sus poemas sobre el pueblo gitano fueron usados de manera propagandística por partidarios de la política de sedentarización forzosa pro-soviética desarrollada por el Gobierno Polaco tras el pacto de Varsovia con los alrededor de 15.000 gitanos supervivientes del Holocausto. Entre ellos Fikowski, amigo de Papusza y uno de los máximos exponentes e historiadores del pueblo Rroma. A pesar de la insistencia de Bronislawa pidiéndole que no publicara estos poemas: “si publicas esas canciones me desollarán viva, mi gente quedará desnuda frente a los elementos”, Fikowski, convencido de que tal resolución era lo más conveniente para la etnia gitana, los publicó dentro de un libro de propaganda, lo que condujo a la intervención de la justicia Rroma que la declaró impura y la expulsó del grupo.

En los 34 años siguientes de vida, Papusza permaneció ignorada por toda la humanidad, y tan sólo hace algunos años su figura volvió a gozar de relativo reconocimiento, algo a lo que ha colaborado recientemente la película homónima que relata su vida.

LÁGRIMAS DE SANGRE

(Como sufrimos por culpa de los alemanes en 1943 y 1944)

En los bosques. Sin agua, sin fuego – mucha hambre.
¿Dónde podían dormir los niños? Sin tiendas.
No podíamos encender fuego por la noche.
Durante el día, el humo podía alertar a los alemanes.
¿Cómo vivir con los niños en el frío invierno?
Todos están descalzos…
Cuando nos querían asesinar,
primero nos obligaron a trabajos forzados.
Un alemán vino a vernos.
— Tengo malas noticias para vosotros.
Quieren mataros esta noche.
No se lo digáis a nadie.
Yo también soy un Gitano moreno,
de vuestra sangre – es verdad.
Dios os ayude
en el negro bosque…
Habiendo dicho estas palabras,
él nos abrazó…

Durante dos o tres días sin comida.
Todos yendo a dormir hambrientos.
Incapaces de dormir,
mirando a las estrellas…
¡Dios, qué bonita es la vida!
Los alemanes no nos dejarán…

¡Ah, tú, mi pequeña estrella!
¡al amanecer que grande eres!
!Ciega a los alemanes!Confúndelos,
llévalos por mal camino,
¡para que los niños Judíos y Gitanos puedan vivir!

Cuando el gran invierno venga,
¿qué hará una mujer gitana con su niño pequeño?
¿Dónde encontrará ropa?
Toda se ha convertido en harapos.
Se quieren morir.
Nadie lo sabe, sólo el cielo,
solo el río escucha nuestro lamento.
¿Cuyos ojos nos veían como enemigos?
¿Cuya boca nos maldijo?
No los escuches, Dios.
¡Escúchanos!Una fría noche vino,
La vieja mujer Gitana cantó
Un cuento de hadas gitano:
El invierno dorado vendrá,
nieve, pequeña como las estrellas,
cubrirá la tierra, las manos.
Los ojos negros se congelarán,
los corazones morirán.

Tanta nieve caerá,
cubrirá el camino.
Solo se podía ver la Vía Láctea en el cielo.

En esa noche de helada
una hija pequeña se muere,
y en cuatro días
su madre la entierra en la nieve
cuatro pequeñas canciones.
Sol, sin ti,
ver como una pequeña gitana se muere de frío
en el gran bosque.

Una vez, en casa, la luna se detuvo en la ventana,
no me dejaba dormir. Alguien miraba hacia el interior.
Yo pregunté — ¡Quién está ahí?
— Abre la puerta, mi negra Gitana.
Vi a una hermosa joven Judía,
temblando de frío,
buscando comida.
Pobrecita, mi pequeña.
Le di pan, todo lo que tenía, una camisa.
Nos olvidamos de que no muy lejos
estaba la policía.
Pero no vendrían esa noche.Todos los pájaros
rezan por nuestros hijos,
por eso la gente malvada, víboras, no los matarán.
¡Ah, destino!
¡Mi desafortunada suerte!

La nieve caía tan espesa como hojas,
nos cerraba el camino,
tal era la nieve, que enterró las ruedas de los carros.
Había que pisar una huella,
empujar los carros detrás de los caballos.

¡Cuánta miseria y hambre!
¡Cuánto dolor y camino!
¡Cuántas afiladas piedras se clavaron en los pies!
¡Cuántas balas silbaron cerca de nuestros oídos!

«El ahorcamiento» (1968)

Nagisa Oshima

Aunque tan sólo cuatro pelagatos sepan poner correctamente el nombre de Nagisa Oshima, la cosa cambiaría notablemente de color si se hace referencia a uno de sus filmes, que sin duda más de uno habrá gozado -en todas las acepciones de la palabra- o al menos ha oído hablar a propios y extraños: “El imperio de los sentidos” (1976).

Podría decirse que es una verdadera desgracia que Oshima se haya hecho mundialmente famoso gracias a dicha cinta erótica que rompiera moldes en su día y a la que se recurre por sistema para nombrar determinados géneros y escenas procaces, cuando, en realidad, el trasfondo de la película es un meridiano puñetazo al centro del conservadurismo de la sociedad nipona. Aspecto que, con precisión quirúrgica, nos señala el director japonés en “El ahorcamiento” (también llamada “Muerte por ahorcamiento”).

En la década de los 60, Francia era sin duda el referente internacional en el séptimo arte debido, entre otras cosas, a las geniales inventivas y reformulaciones cinéfilas de Truffaut o Godard. No obstante, en el otro lado casi del mundo, Japón continuaba dando rienda suelta a un cine comprometido, pero escasamente personal y rompedor con el estilo clásico, aunque a nivel global contara con magníficos ejemplos que crearan obras maestras del cine, sobre todo del género de terror y de drama psicológico: “Samurai” (Masaki Kobayashi, 1962), “La mujer de arena” (Hiroshi Teshigahara, 1964), Onibaba (Kaneto Shindo, 1964), “El ángel negro” (Yasuzo Masumura,1966)…

Entonces apareció Oshima quien, junto con el genial Shôhei Imamura (“La mujer insecto”, 1963), acogió con beneplácito algunos aspectos realistas, de narración objetiva y semidocumentales del cine francés, principalmente de Godard, y decidieron crear una serie de películas que aún hoy resulta del todo increíble que pudieran ver la luz en la estructurada y conservadora sociedad del país del sol naciente. Obviamente, “El ahorcamiento” es una de ellas. Sigue leyendo