«L.A. Confidencial» (1990)

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James Ellroy by raschiabarile

    Como novelista debe de dar bastante coraje que te conozcan por la película, buenísima, que escribieron otros de alguna de tus obras. De lo peor: “¡ah, ¿pero está basada en un libro? Pues seguro que no es mejor que la peli”.

    James Ellroy, del que tenemos la suerte de que siga vivo mientras escribo estas líneas, nació en Los Ángeles en 1948. Su infancia transcurrió en la época ideal para que algún o algunos desalmados asesinaran a su madre mientras iba a la ciudad, dejándolos, a ella tirada en mitad de un descampado, y a él huérfano por partida doble. Nunca se llegó a descubrir a las personas responsables del crimen. Como es de suponer, tamaña experiencia, terrible y dramática donde las halla, marcó las preocupaciones vitales de Ellroy que se reflejan conspicuamente a lo largo de su obra: corrupción, violencia, desesperanza y nihilismo. Con estos adjetivos sobra decir cuál fue el género que le ayudó a espantar -o al menos asustar un poco- a sus fantasmas: novela noir, hard-boiled o como queramos llamarle.

    Y bueno, sí, la novela L.A. Confidencial es mejor que la película de Curtis Hanson (para los incorregibles diremos que, al menos, es igual). Aunque sea porque es anterior, aún más compleja y ácida y porque, como el porcentaje de lectores es infinitamente menor que el de cinéfilos, Ellroy no tuvo que pensar si aquel párrafo o aquella escena tan explícita iban a censurárselos o resultaría desagradable para el público. Sigue leyendo

RBU (o en qué consiste la dignidad)

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    No conozco una sola persona o colectivo que viva inmerso en el trabajo con grupos de exclusión social que esté en contra de la Renta Básica Universal (RBU). Más bien, prácticamente todos con los que tengo relación abogan por su implantación y hasta realizan campañas a su favor considerándolo uno de sus principales imperativos. Por otro lado, es de sobras conocido que diversos intelectuales y economistas de renombre y de diferente marco ideológico esgrimen argumentos contra dicha ayuda estatal acusándola, entre otras cosas, de favorecer el control gubernamental, el neoliberalismo y la individualidad, como si apoyar la medida fuera incompatible con otras políticas sociales. Entre ellos mi querido Vicenç Navarro, cuyos análisis socio-económicos suelo apreciar muy cordialmente.

    En este sentido, no resulta baladí sino clarificador que en Suiza, uno de los países donde el dinero y las inversiones son de lo más trascendente y la pulcritud institucional llega a cotas inalcanzables para el resto de los mortales, se rechazara la propuesta mediante referendo con una negativa de más del 75% de la población.

    Resumiendo un poco, la RBU consistiría en una ayuda del gobierno a todos los ciudadanos por el mero hecho de serlo, ya sean ricos o pobres, y sin ningún tipo de contraprestación por parte del benefactor. Y claro, eso de cobrar trabajes o no trabajes no es del gusto de muchos, sobre todo de quienes apelan con la pesadez plomiza de quien tiene algo que ganar que lo que dignifica a los seres humanos es, precisamente, el trabajo. Lo que mi mente pensante me dice al respecto es que este modelo ideológico respecto al trabajo y a la RBU responde a un concepto clasista, prejuicioso y capitalista. No es mi intención detenerme mucho en argumentos y explicaciones magistrales que suelen superarme ampliamente sino poner algún botón de muestra de ese inframundo que nos rodea y del que en ocasiones insistimos en negar su existencia, pero no está de más algún apunte antes. Sigue leyendo

El discurso silencioso

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Druk, by Mampu

    Al lado del semáforo me hallaba, subido en la bici, sudando la camiseta y esperando a que el peatón tuviera algo de clemencia y se pusiera en verde. Las cinco y pico de la tarde. La mochila formándome un cráter en la espalda. El camioncito cruzó frente a mí, con su lateral pintado en negro y el rótulo con letras en blanco a un tamaño que no desentonaría en un país de gigantes: Electricidad Ximénez. Cada vez que leo ese apellido medio catalán o medio gallego soy como un perro de Paulov cuando suena la campanilla. Se retrotrae mi mente a principios de diciembre pasado y una frase se forma en las neuronas como impresa a soplete: “Las luces de la calle son buenas para el consumo; la gente sale, compra… Si no no vamos a salir de la crisis”. Ya hablé de ello, y no es mi intención repetirme, pero el caso es que ese día a la vera del semáforo el calor, en lugar de ablandarme la sesera y cortocircuitarla, me condujo en su efervescencia a ensamblar unas ideas con otras y a relacionar una opinión con el discurso que subyace detrás, aunque no se diga.

    El tema es simple. Conozco a multitud de personas de clase media que me han soltado ese argumento, pero ni a un solo pobre le he escuchado jamás decirme algo similar, ni remotamente parecido, y esta diferencia insoslayable, obviamente, debe ser debido a algo. Resumo mi intuición basada en la experiencia: el pobre quiere salir de la situación en la que vive, la persona de clase media no quiere perder la situación en la que vive. Lo primero es un derecho -e incluso un deber-, lo segundo una apetencia. Así, ante ese argumento de que consumir nos hará salir de la crisis y es bueno para el país -más allá de que sea veraz o únicamente una opinión no compartida por muchos economistas- se me antoja preguntar así, sobre la marcha, con la pesadez plomiza de un niño de cinco años y tratar de sacar a la luz el discurso que nunca se dice.

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«Son todos iguales»

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Vote for Nobody by Mark-Bash

      Con este trasiego de las elecciones y de los resultados supuestamente sorpassi suele haber infinidad de variables a las que aferrarse según el caso y el interés. De previo el tema de marras se divide en dos posturas obvias y antagónicas: votar o no votar, y si hay numerosas opciones respecto a la primera posición: elegir una candidatura, blanco o nulo, no menos consideraciones se barajan en la segunda: desánimo, desconfianza, mera dejadez o firme convicción como es el caso de los anarquistas.

      La cosa es que se decida lo que se decida, sea con mayor o menor convencimiento, hay una idea repetida hasta la saciedad igual que un pesado mantra tanto antes como después del evento y a la que quizá sería justo renunciar nos convenga más o nos convenga menos: “si es que son todos iguales”, como haciendo eco de la máxima de Lenin cuando decía “la democracia es una forma de gobierno en la que cada cuatro años se cambia de tirano”.

      Llevo colaborando con Cáritas Parroquial desde hace cerca de 20 años; muchos han sido los partidos que han (des)gobernado la ciudad en tan rancia temporada: IU, PP, Psoe, y muchos los ajustes presupuestarios y modificaciones administrativas tras cada legislatura. Existen infinidad de asuntos de los que no entiendo, pero en este último año, desde que Ganemos Córdoba entró en el Ayuntamiento (con matices), hay un tema que jamás habría imaginado que podría pasar, y me sucede casi cada semana en la oficina.

      – Vengo porque me han mandao la carta de corte de agua y no tengo pa’ pagarla.

      – No te preocupes, desde hace un año ya no os cortan el agua si no tenéis dinero.

      – Es que tengo nenes chicos y…

      – Ve a Aguas Potables con recibo de corte, te lo sellan y te pasas por las asistentas y te lo paran de manera indefinida. Os van a dar hasta agua gratis. Sigue leyendo