«Predicador»(1995)

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Preacher, Tulip and Cassidy según AdamWithers

    No estaba previsto, pero el sábado pasado, 22 de octubre, falleció con 53 añitos de nada el magnífico dibujante e ilustrador Steve Dillon. Tuvo tiempo de regalar joyas, casi siempre acompañado por Garth Ennis al guión: Punisher, Hellblazer o la novela gráfica objeto de esta entrada, Predicador.

    No es fácil saber si aquello que comentaba el incorrecto Ennis sobre la percepción de su obra magna “Predicador” por parte de eminencias como Dave Gibbons y Joe Quesada se atenía a la verdad o era uno de sus habituales chascarrillos. Según él, para el dibujante del clásico Watchmen “Predicador” era una obra innecesaria, y para el editor jefe de la Marvel una buena literatura para ir al baño.

     Una vez leídas las demenciales historias de Jesse Custer, que no son pocas, se me antoja que lo mismo a Gibbons le dio algo de tirria que un tipo hartamente menos conocido que él y, sobre todo, que Alan Moore, a pocos años vista se atreviera a superar sus dosis de mala baba y de violencia visceral y creara una novela gráfica originalísima, libre hasta el culmen y que incluso -en una editorial tan puntillosa con la doble moral y con los posibles problemas con el público como DC- mostrara tías en pelotas. No es de extrañar que también Quesada, evidente enemigo editorial, hiciera sus pinitos poniéndola a caldo. Lo que sí es de extrañar es que DC osara publicarla y darle cancha durante varios años, porque “Predicador” no deja títere con cabeza, y quien vea en ella la más mínima condescendencia con el walk of life americano es que nació con un gen que repele todo lo que provenga del otro lado del Atlántico. Cada personaje que venera dicho estilo de vida, sea texano o extranjero, acabará pasado por la piedra o demostrando que lo que sí puede ser el país de las oportunidades es una amalgama de pirados y pasados de rosca que sólo parecen merecer un tiro en la cabeza. Sigue leyendo

«L.A. Confidencial» (1990)

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James Ellroy by raschiabarile

    Como novelista debe de dar bastante coraje que te conozcan por la película, buenísima, que escribieron otros de alguna de tus obras. De lo peor: “¡ah, ¿pero está basada en un libro? Pues seguro que no es mejor que la peli”.

    James Ellroy, del que tenemos la suerte de que siga vivo mientras escribo estas líneas, nació en Los Ángeles en 1948. Su infancia transcurrió en la época ideal para que algún o algunos desalmados asesinaran a su madre mientras iba a la ciudad, dejándolos, a ella tirada en mitad de un descampado, y a él huérfano por partida doble. Nunca se llegó a descubrir a las personas responsables del crimen. Como es de suponer, tamaña experiencia, terrible y dramática donde las halla, marcó las preocupaciones vitales de Ellroy que se reflejan conspicuamente a lo largo de su obra: corrupción, violencia, desesperanza y nihilismo. Con estos adjetivos sobra decir cuál fue el género que le ayudó a espantar -o al menos asustar un poco- a sus fantasmas: novela noir, hard-boiled o como queramos llamarle.

    Y bueno, sí, la novela L.A. Confidencial es mejor que la película de Curtis Hanson (para los incorregibles diremos que, al menos, es igual). Aunque sea porque es anterior, aún más compleja y ácida y porque, como el porcentaje de lectores es infinitamente menor que el de cinéfilos, Ellroy no tuvo que pensar si aquel párrafo o aquella escena tan explícita iban a censurárselos o resultaría desagradable para el público. Sigue leyendo

RBU (o en qué consiste la dignidad)

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    No conozco una sola persona o colectivo que viva inmerso en el trabajo con grupos de exclusión social que esté en contra de la Renta Básica Universal (RBU). Más bien, prácticamente todos con los que tengo relación abogan por su implantación y hasta realizan campañas a su favor considerándolo uno de sus principales imperativos. Por otro lado, es de sobras conocido que diversos intelectuales y economistas de renombre y de diferente marco ideológico esgrimen argumentos contra dicha ayuda estatal acusándola, entre otras cosas, de favorecer el control gubernamental, el neoliberalismo y la individualidad, como si apoyar la medida fuera incompatible con otras políticas sociales. Entre ellos mi querido Vicenç Navarro, cuyos análisis socio-económicos suelo apreciar muy cordialmente.

    En este sentido, no resulta baladí sino clarificador que en Suiza, uno de los países donde el dinero y las inversiones son de lo más trascendente y la pulcritud institucional llega a cotas inalcanzables para el resto de los mortales, se rechazara la propuesta mediante referendo con una negativa de más del 75% de la población.

    Resumiendo un poco, la RBU consistiría en una ayuda del gobierno a todos los ciudadanos por el mero hecho de serlo, ya sean ricos o pobres, y sin ningún tipo de contraprestación por parte del benefactor. Y claro, eso de cobrar trabajes o no trabajes no es del gusto de muchos, sobre todo de quienes apelan con la pesadez plomiza de quien tiene algo que ganar que lo que dignifica a los seres humanos es, precisamente, el trabajo. Lo que mi mente pensante me dice al respecto es que este modelo ideológico respecto al trabajo y a la RBU responde a un concepto clasista, prejuicioso y capitalista. No es mi intención detenerme mucho en argumentos y explicaciones magistrales que suelen superarme ampliamente sino poner algún botón de muestra de ese inframundo que nos rodea y del que en ocasiones insistimos en negar su existencia, pero no está de más algún apunte antes. Sigue leyendo

El discurso silencioso

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Druk, by Mampu

    Al lado del semáforo me hallaba, subido en la bici, sudando la camiseta y esperando a que el peatón tuviera algo de clemencia y se pusiera en verde. Las cinco y pico de la tarde. La mochila formándome un cráter en la espalda. El camioncito cruzó frente a mí, con su lateral pintado en negro y el rótulo con letras en blanco a un tamaño que no desentonaría en un país de gigantes: Electricidad Ximénez. Cada vez que leo ese apellido medio catalán o medio gallego soy como un perro de Paulov cuando suena la campanilla. Se retrotrae mi mente a principios de diciembre pasado y una frase se forma en las neuronas como impresa a soplete: “Las luces de la calle son buenas para el consumo; la gente sale, compra… Si no no vamos a salir de la crisis”. Ya hablé de ello, y no es mi intención repetirme, pero el caso es que ese día a la vera del semáforo el calor, en lugar de ablandarme la sesera y cortocircuitarla, me condujo en su efervescencia a ensamblar unas ideas con otras y a relacionar una opinión con el discurso que subyace detrás, aunque no se diga.

    El tema es simple. Conozco a multitud de personas de clase media que me han soltado ese argumento, pero ni a un solo pobre le he escuchado jamás decirme algo similar, ni remotamente parecido, y esta diferencia insoslayable, obviamente, debe ser debido a algo. Resumo mi intuición basada en la experiencia: el pobre quiere salir de la situación en la que vive, la persona de clase media no quiere perder la situación en la que vive. Lo primero es un derecho -e incluso un deber-, lo segundo una apetencia. Así, ante ese argumento de que consumir nos hará salir de la crisis y es bueno para el país -más allá de que sea veraz o únicamente una opinión no compartida por muchos economistas- se me antoja preguntar así, sobre la marcha, con la pesadez plomiza de un niño de cinco años y tratar de sacar a la luz el discurso que nunca se dice.

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