Podríamos pensar que hay personas a las que de repente les suena la flauta por casualidad o concluir que, como diría Picasso, tal vez la inspiración viene cuando estás trabajando. Esta máxima podría aplicarse al prácticamente desconocido director austro-húngaro Berthold Bartosch, que lo sería del todo si no contara en su rácano haber con el impactante cortometraje de animación «La idea», aunque ya hiciera sus más que notables pinitos artísticos colaborando con la rompedora realizadora Lotte Reiniger en la animación de las siluetas del primer largo de animación que se conserva: el originalísimo «Las aventuras del Príncipe Achmed».
A veces las reseñas, críticas y demás vainas sobran al nombrar una obra, del mismo modo que no le hacen falta bailes al agraciado con el gordo de la lotería de Navidad. Es el caso que nos ocupa, más allá de las bondades del filme que está considerado casi por unanimidad la primera cinta de animación de componente filosófico, poético y serio para adultos.
El único resumen posible lo pone el propio Bartosch en los títulos iniciales:
Los hombres viven y mueren por una idea
pero la idea es inmortal
puedes perseguirla,
puedes juzgarla,
puedes prohibirla,
puedes sentenciarla a muerte.
Pero la idea sigue viviendo en el espíritu de los hombres.
Donde quiera que exista
de lado a lado la miseria y la lucha
surge ahora aquí,
a veces, ella continúa
camino a través de los siglos
La injusticia tiembla antes de que
los oprimidos señalen el camino hacia un futuro mejor
Aquel a quien penetra no se siente aislado
Porque por encima de todo es la idea.
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